Howard Roark en California
En apropiada coincidencia con el centenario de Ayn Rand, el jurado del Premio Pritzker ha elegido a un arquitecto modelo, Howard Roark. El protagonista de El manantial -interpretado por Gary Cooper en la versión cinematográfica de King Vidor- es un intransigente individualista que no duda en volar con explosivos una obra desfigurada por el promotor, y esa misma insobornable afirmación de autoría fue la que hizo a Thom Mayne alquilar un martillo neumático para demoler por sí mismo un muro de hormigón mal ejecutado por un contratista reticente a la enmienda. Asertivamente conflictivo en su obra y su carácter, el líder de Morphosis confesaba recientemente a The New York Times que, durante los primeros 25 años de su carrera, ni un solo cliente volvió a dirigirle la palabra, considerándolo un "bastardo arrogante": "En mi juventud estaba intoxicado con la idea de la autonomía, y veía la arquitectura como algo contrario al statu quo". Esa ira antiburguesa se fue erosionando con el tiempo, y el radical californiano conocido por el barroquismo tecnológico de sus dibujos herméticos y la hipertrofia constructiva de sus interiores o sus casas se transformó en el arquitecto favorito de la Administración estadounidense, para la que realiza grandes proyectos en el terreno de la educación, la justicia, la vivienda, las comunicaciones o el transporte, cuyos presupuestos ajustados no le impiden revestir los programas convencionales con papiroflexias metálicas o andamiajes catastróficos donde se apocopan sus colisiones expresivas.
Ya sexagenario, Mayne interpreta con airada convicción el papel de arquitecto visceral que se relaciona con la construcción a través del contacto físico, y en sus proyectos la violencia táctil del material se suma a la abrasión del detalle para lograr una experiencia de impacto. La agresividad retórica y la musculación excesiva de unas obras que han propiciado la comparación de su autor con Arnold Schwarzenegger son, sin embargo, rasgos ya sólo superficiales en el trabajo actual del arquitecto, más motivado por la conformación del espacio público en la anomia azarosa de la ciudad americana. Si sus edificios esforzados tienen todavía el espíritu culturista del gimnasio o el trapecio, no es el optimismo esteroide del gobernador de California lo que antes evocan, sino la determinación atlética del personaje de Rand en el episodio de la cantera, decidido a construir sus propios sueños en el mundo, para el mundo y frente al mundo. Aunque bien pensado, quizá no haya tanta distancia entre el actor austriaco y la escritora rusa, inmigrantes ambos y estadounidenses quintaesenciales en su defensa abrupta del ámbito colectivo como escenario exclusivo del esfuerzo, la iniciativa y el talento individual.
Esa libertad áspera y eufórica, que se defiende con los dientes cerrados y se sube a la cabeza como un vino dulce, animó al Howard Roark de El manantial, modelado en la figura teatral y heroica de Frank Lloyd Wright; inspiró a los discípulos en California del maestro de Taliesin, desde Schindler o Neutra hasta John Lautner, y alimenta aún a los arquitectos de la Costa Oeste que tuvieron a Frank Gehry como estandarte, y que reciben ahora a Thom Mayne -ungido por el Pritzker- como el nuevo valedor de la autonomía artística en el terreno paradójico de las obras del Gobierno federal. Catorce años después del último laureado americano, el jurado del premio compensa la sequía con un americano al cuadrado.
Babelia
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