La RAE busca la historia de las palabras
La Real Academia Española prepara ya su 'Diccionario histórico' tras dos intentos fallidos
A la tercera va la vencida. Así que, después de dos intentos fallidos por diversas calamidades, la Real Academia Española (RAE) se ha puesto en marcha para saldar lo que su director, Víctor García de la Concha, denomina como "una deuda con nuestra sociedad". Se trata del Diccionario histórico, que desmenuzará y describirá la travesía, los cambios y las mutaciones de las palabras que forman el español, "desde Nebrija hasta hoy", puntualiza De la Concha, para el que necesitarán 15 años de trabajo intenso, riguroso y constante.
Es el tiempo que emplearán para investigar la vida de unos 150.000 vocablos con resultados que empezarán a volcarse en la Red en tres años. Un tiempo razonable para que la gran deuda contraída pueda ir pagándose en las mejores condiciones; es decir, con calidad y rigor en lo que supone el gran proyecto de futuro de la institución después del Diccionario panhispánico de dudas. "Era nuestra deuda, pero también lo era de la sociedad respecto a sí misma", asegura Víctor García de la Concha. Y es que una comunidad que persigue el rastro de sus palabras se engrandece, ensancha, crece. Por eso, el proyecto del Diccionario histórico, esta vez, después de que se truncara el primer envite dirigido por Menéndez Pidal en los años treinta por la Guerra Civil y que no llegara a cuajar el segundo proyectado en 1946, no puede fallar.
J. A. Pascual: "Hay que cambiar mentalidades y ver que la Red será el soporte principal"
García de la Concha: "Somos la única lengua occidental, con el portugués, sin 'Diccionario histórico"
"Somos la única lengua occidental, junto al portugués, que no tiene un Diccionario histórico", asegura García de la Concha. Existen en inglés, el famoso de Oxford, que fue modelo para el proyecto de mediados del siglo XX; el francés, italiano, alemán... "Hicimos una reunión hace dos años en San Millán de la Cogolla con muchos expertos en esta materia que lo elaboran en otras lenguas para aprender de su experiencia y fue fundamental", recuerda el director de la RAE. "De ahí dedujimos que debíamos hacerlo por etapas, como si fuera una cebolla de la que, para empezar, vamos a extraer primero el núcleo, es decir, las palabras de uso más frecuente, para después continuar con otros vocablos menos utilizados".
Pero ya sólo eso es un trabajo ingente. Abraham Madroñal, filólogo, es una de las 10 personas que ya se han puesto manos a la obra. Trabaja en un espacio amplio, silencioso, plagado de mesas con diccionarios y los cajones que contienen muchos de los 13 millones de fichas con rastros de palabras que se han configurado en la Academia desde el siglo XVIII hasta ahora. Aparte, de los ordenadores debe extraer lo necesario de los grandes corpus del español elaborados por la RAE que contienen 547 millones de registros volcados en la Red. "Esto es una auténtica fábrica de palabras", asegura Madroñal.
A su lado, José Antonio Pascual, académico, etimólogo, autor junto a Joan Corominas del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, "un trabajo que ya era un toro de casta para estas lides", asegura, se entrega a la tarea de seguirle el rastro a la historia de nuestra lengua con un ánimo de loco apasionado y una corbata con sopa de letras de la que presume. "Para un trabajo así se necesita una táctica", asegura Pascual.
Uno de los cambios estratégicos que se verán respecto a los anteriores es que no se ordenará alfabéticamente. "Cuando se pierde un tren, lo que te puede pasar es que el siguiente sea de alta velocidad y hay que cogerlo. Por eso, en un proyecto como éste, que será a muy largo plazo, hay que cambiar mentalidades y darse cuenta de que la Red será su soporte principal. El orden en esas circunstancias puede cambiar, y por eso el Diccionario histórico debe responder a criterios léxicos y de frecuencia, más que de orden alfabético", afirma Pascual.
Ese nuevo cambio de mentalidad, pasar del papel al chip, implica más cosas. "Que sea un trabajo inacabado, que no se pueda cerrar nunca y que esté en constante revisión, una cosa que si se lo hubieran dicho a Menéndez Pidal y a mi maestro Corominas, no creo que hubieran aceptado", dice Pascual.
Es algo en lo que incide Guillermo Rojo, secretario de la RAE, que está cuidando de cerca el proyecto. "Ya no vamos a estar obligados a la servidumbre de una edición en papel", dice. Será algo fundamental para ahondar y diversificar: "Debemos contar la verdad de las palabras en este diccionario, y para eso necesitamos comprometernos a hacer entregas en plazos cortos que puedan verse en la Red", agrega Rojo.
Pero tampoco valen los agobios. "Hay que definir muy bien las etapas y no dejarse llevar por las prisas, porque un diccionario apresurado no sirve nunca como referencia", dice Pascual. Pero el tiempo debe contar con la realidad, porque precisamente la lentitud y la ambición desmesurada fue lo que arruinó el segundo intento, que se empezó a fraguar en 1946 y salió con un primer volumen, el de la A, en 1972. "Mira el trabajo que les llevó la palabra Alma", advierte García de la Concha en su despacho de la RAE, donde guarda tres tomos de los intentos fallidos. "24 páginas en columnas de tres letras y bien apretadas", describe el director. "A ese ritmo se dieron cuenta de que hubiesen terminado en 200 años".
Ahora disponen de los medios y un compromiso firme de apoyos. Será largo y costoso. Calculan que en los tres primeros años necesitarán 1,5 millones de euros anuales. "El Gobierno, por medio de Zapatero, se ha comprometido con el proyecto. Nosotros queremos saldar la deuda y a su vez implicar a la sociedad, como también nos ha pedido el presidente; por eso lo haremos en colaboración con otras instituciones como el Centro de Investigación de la Lengua de San Millán de la Cogoya o el Instituto Castellano-Leonés de la Lengua", anuncia De la Concha.
Derrotado por la guerra y el fuego
El trabajo ya hecho será útil. Las décadas, los años, las horas de empeño que pusieron en el Diccionario histórico decenas de miembros de la Real Academia no quedarán ni en el olvido ni en el desván de los trastos viejos. No habrá sido en balde el trabajo que derrocharon en diversas etapas Rafael Lapesa, Julio Casares, Manuel Seco, Alonso Zamora, Víctor García de Diego... El primer intento lo impulsó Menéndez Pidal en 1933, pero la guerra lo truncó. "En realidad, era una puesta al día del antiguo Diccionario de autoridades y se empezó a fraguar en los años veinte", afirma García de la Concha.
Después vino el proyecto de 1946, más ambicioso. "Para ése contaron con el apoyo del Ministerio de Educación, que promulgó un real decreto para crear el seminario de lexicografía que sería la base para elaborar el Diccionario histórico", cuenta De la Concha. "Su inspiración era el diccionario de Oxford, que tardaron en hacer 100 años, y tenía una planta muy ambiciosa que pretendía seguir las palabras en un sentido diacrónico, diatópico y diastrático, es decir, por su evolución en el tiempo, en los lugares y en distintos niveles", asegura el director de la RAE.
Se pensó hacer 25 volúmenes, pero apenas salieron dos y algunos fascículos más que llegaron hasta la palabra Apasanca, que es de origen quechua y quiere decir araña o pollito. El proyecto tuvo otro final traumático. "El tercer volumen ardió por completo en los almacenes de la imprenta Hernando". Pero no fue ésa la principal causa del fracaso: "A mi juicio, partieron de una idea poco exacta. Acumularon un fichero de 11 millones de registros, pero se hizo de forma poco sistematizada y con épocas que estaban muy representadas y otras no", cree De la Concha. "Hubo limitaciones, subjetividad y un rigor desigual, algo que al redactarlo se notaba. Además, contaban con medios escasísimos, así que avanzaban muy lentamente". Después, en 1988, hubo conversaciones con el Gobierno socialista de entonces para retomarlo por parte de Pedro Laín Entralgo y Rafael Lapesa, pero no fructificaron.
Babelia
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