Fantasías para todas las edades
La sorpresa fue grande en el Plata, pero celebrada y bienvenida. Graciela Montes y Ema Wolf son dos escritoras de larga y respetada trayectoria en el universo de la literatura infantil y juvenil de América Latina, un territorio en el que escribir a cuatro manos no es del todo extraño, y que muchos autores tientan por el desafío creativo, claro, pero también (¡a qué negarlo!) porque el aceitado engranaje del mercado editorial para pequeños lectores hace que sea más sencillo encontrar en él un editor.
La bibliografía de Montes roza la centena de títulos para niños, entre los que destacan tres casi clásicos que han rumiado distintas cosechas de nuevos lectores: Y el árbol siguió creciendo, Historia de un amor exagerado y Otroso, así como El golpe y los chicos (1996), sobre la dictadura. Destaca también como teórica, algo que ha demostrado en el reciente Literatura infantil. Creación, censura y resistencia (Sudamericana, 2003).
Wolf, quien hoy alterna ficción y periodismo, comenzó a publicar literatura juvenil en los años ochenta y pronto sus libros se distinguieron por el brillante manejo del humor y la parodia y le valieron numerosos premios, entre ellos el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil y el premio de la Fundación Konex. La sonada aventura de Ben Malasangüe; Perafán de Palos; Pollos de campo y El libro de los prodigios y los imposibles son algunos de sus textos más recordados.
"Es exótico pensarlas juntas", señala la escritora argentina Márgara Averbach, colega de ambas y crítica literaria, mientras apunta los que para ella son los rasgos distintivos del estilo de cada quien. "Montes tiene una envidiable habilidad para escribir para lectores muy pequeños, de seis, siete y ocho años. Salva con excelencia el desafío de narrar con un vocabulario restringido y se detiene en la psicología del chico, en sus momentos de decisión". Ejemplo de esa capacidad es Tengo un monstruo en el bolsillo, donde aborda la furia de una niña usando esa imagen elocuente: la del vendaval privado. "Wolf, por su parte", apunta Averbach, "es de una increíble originalidad y su público habitual son lectores de entre 10 y 14 años. ¿Su marca de estilo? Una inusitada capacidad de sorprender, que hace que una se pregunte con sana envidia: '¿Pero esto por qué no se me ocurrió a mí?".
Ambas han sido candidatas por Argentina al Premio Internacional Hans Christian Andersen, que premia internacionalmente la mejor literatura juvenil, en diversas oportunidades. Veteranas en el arte de escribir para pequeños lectores, han explorado poco, sin embargo, la literatura de adultos. Montes lo hizo en dos oportunidades: con las novelas El umbral y Elísabet. Wolf se estrena con la bendita suerte del principiante con la novela ganadora del VIII Premio Alfaguara: El turno del escriba.
Se cruzaron en los años setenta en el ya mítico Centro Editor de América Latina. Montes trabajaba allí como editora mientras Wolf realizaba una investigación sobre el kitsch en los medios masivos de comunicación para el Instituto de Literatura Argentina de la Facultad de Filosofía y Letras, que se completó luego con un fascículo sobre la novela de folletín para el Centro Editor de América Latina. La amistad y el respeto intelectual las une desde entonces. Algo que Montes dejó claro, en una entrevista de Analía Roffo, al elogiar un cuento de Los imposibles, un libro de Wolf, en el cual el tema de la muerte se viste (o desviste) con inmensa poesía. "Es el del señor Lanari, un señor hecho de lana que se desteje. Cuando termina de destejerse, llega a la casa de la abuela, y la abuela lo empieza a tejer. Es una hermosísima imagen. Eso es literatura".
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