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DESAPARECE EL GRAN RENOVADOR DEL TEATRO CONTEMPORÁNEO
Columna
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El hombre que mantuvo el tipo

Acabo de enterarme de la muerte de Arthur Miller. Lo esencial de su vida es de sobra conocido. Era hijo de una familia de clase media judía neoyorquina a la que la gran depresión casi destruyó. A los 33 años, ganó el Pulitzer por Muerte de un viajante, basada en su juventud. Más tarde escribió Las brujas de Salem, una parábola sobre la caza de brujas de McCarthy. Entre sus otras obras se halla también Después de la caída, sobre su tormentoso matrimonio con Marilyn Monroe (para la que escribió el guión de Vidas rebeldes); su tercer matrimonio, y el más feliz, fue con la fotógrafa Inge Morath. Ambos compartían un especial amor y lealtad hacia España. Además de un increíble dramaturgo, Miller fue toda su vida un hombre comprometido. Me parece interesante reproducir aquí algunas frases que escribí cuando, en 1949, se estrenó Muerte de un viajante, pues reflejan el gran impacto que la obra tuvo entonces. Paco Benet me pidió (yo estudiaba entonces en la Sorbona) para su revista antifranquista Península un artículo sobre lo que me parecía más significativo en la cultura americana del momento. Escogí Muerte de un viajante, que junto a Un tranvía llamado deseo acababa de ver en una breve visita a mi país.

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"Desde hace algún tiempo vemos en Broadway excelentes obras teatrales, y ésta parece ser la primera capaz de fijar la realidad del hombre medio americano. El hecho de ver el mundo dando bandazos en la barahúnda de los últimos 10 años ha impedido que nuestros autores teatrales contemplen el discurso de nuestra propia vida con la suficiente claridad para recrear. Como resultado, la mayoría de las obras eran, o bien comedias u obras históricas, o bien obras que se referían a situaciones poco corrientes (como el magnífico trabajo de Tennessee Williams), pero nunca obras que pudieran tomarse como comentario social del Estados Unidos de hoy. El llamado realismo, el único que se conocía, era el de la escuela fuerte, extremada a la hora de pintar la pobreza o de los caracteres... Miller es realista, pero de una manera más sutil. Nada hay de sensacional en la vida de Willy Loman y sus hijos Biff y Hap: representan a la amorfa clase media de América. Podemos preguntarnos cuáles son las cosas que cuentan para Willy Loman. Su trabajo, sus hijos, su triunfo, un triunfo ante los ojos de los demás... Poco a poco asistimos a su gradual destrucción. Vemos cómo pierde su trabajo y luego el respeto que le deben sus hijos por haberlos educado en la devoción en esos triunfos... Cómo no preguntarse entonces, 'si otros lo han tenido [éxito económico por qué no yo'. Aunque en nuestro país se escuche tan a menudo el eslogan que pide 'igualdad de oportunidades para todos' se trata más bien de una medicina amarga para la mayoría".

Mi generación —la que estaba en secundaria durante la Segunda Guerra Mundial y no conectaba ni con los escritores proletarios de los años treinta ni con las novelas de guerra que llegaron después— se sintió traicionada no sólo por el mal que habían hecho los intelectuales de izquierda durante la era McCarthy, sino por su debilidad. Para nosotros, además de un hombre de gran talento, Miller era el símbolo de alguien que había sabido mantener el tipo. En su vida personal era un hombre distante, frío. Una vez dijo que Marilyn Monroe era una "poeta de la calle" a la que el mundo no había comprendido. Pero no está nada claro que él llegara a comprenderla. En cualquier caso, en Inge Morath encontró a la compañera que al menos le entendió a él.

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