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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Urge la inteligencia

El acuerdo alcanzado el viernes en la Conferencia sobre la Biodiversidad celebrada en París, por el que se urge a la comunidad internacional a buscar formas de detener la destrucción acelerada de especies biológicas, merecería todo el apoyo incluso si la preservación de la biodiversidad fuera sólo un ejercicio de prudencia ética. Con más de 6.000 millones de personas en la Tierra, la actividad humana está condenada a perjudicar el medio ambiente en mayor o menor grado, y siempre será necesario buscar un difícil equilibrio entre el desarrollo de las sociedades y la gestión del entorno. Pero, a diferencia de otros efectos de la explotación de los recursos, la desaparición de una especie es un daño irreversible. Siguiendo como hasta ahora, causaremos pronto la extinción no de una, sino de 16.000 especies animales y 60.000 vegetales.

El ser humano tiene, además, mucho que perder con esa inminente extinción masiva, que se ha comparado con la catástrofe que barrió del mapa a los dinosaurios hace 65 millones de años. El 70% de los fármacos actuales, por ejemplo, no son el producto de la tecnología farmacéutica, sino de la naturaleza. La nueva biomedicina promete cambiar las cosas, pero es improbable que unas cuantas décadas de ciencia logren superar a 3.500 millones de años de evolución biológica. De modo similar, la inmensa mayoría de la agricultura mundial se basa en un puñado de plantas de cultivo. Una nueva peste o una alteración del clima puede dejarlas inservibles, y tarde o temprano será preciso volver a la naturaleza para obtener variedades silvestres para revigorizar a las domésticas, o para derivar de ellas nuevos cultivos más resistentes, nutritivos y respetuosos con el medio. Los 30 millones de especies del planeta, de los que no conocemos más que un 5%, guardan tesoros cuyo exterminio sería imperdonable para las generaciones futuras.

La propuesta del presidente Chirac es sensata y merece todo el apoyo. Consiste en crear una red mundial de políticos y expertos en biodiversidad, integrada en la ONU y similar a la que ya existe para el cambio climático, para evaluar la magnitud de los riesgos y desarrollar instrumentos racionales para hacerles frente. La Convención sobre la Biodiversidad en la primavera de 2006 será la prueba de fuego para los Gobiernos de todo el mundo. Sólo la inteligencia política puede evitar una catástrofe irreversible.

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