La urgencia de esperar
Ortega afirmó de Costa que siempre escribía en "estado de bramido". La metáfora es brillante: uno imagina al profético y obseso pensador como un grueso búfalo herido en un charco de barro del que no podía librarse haciendo proclamas cada vez mas intemperantes y agresivas. Costa oscilaba entre considerar a España una tribu de mujeres o de eunucos pero siempre dominada por una pandilla de salteadores.
La cuestión vasca pone a la derecha española en estado de bramido y cabría decir que algo parecido sucede con la propia sociedad española. Cúlpese lo que se quiera a una y otra pero no cabe la menor duda de una parte muy considerable de las razones que abocan a esta situación nacen en el nacionalismo vasco. Sean cuales sean las razones no cabe la menor duda de que, como decía el añorado Lluch, no cumplían con sus deberes escolares. Es función básica de un político prever el resultado de sus propias tomas de postura sobre el conjunto del panorama. Pero en este caso no se ve el mínimo esfuerzo sino muy tardío y contradictorio.
Mientras tanto el "estado de bramido" ha producido las consecuencias esperadas. Entre las propuestas que hemos oído en relación con la presentación del plan Ibarretxe ha figurado el de la suspensión de la autonomía vasca, como tuvo lugar en 1934, "sin que pasara nada" (Fraga). Pero esa ocasión se produjo tras una sublevación que causó centenares de muertes con la participación de la administración autonómica de entonces. Dígase si eso tiene algo que ver con la presentación del plan Ibarretxe. Además "el estado de bramido" no es manifiesto sólo en la derecha. En escritores que nada tienen que ver con ella aparecen comparaciones entre las próximas elecciones vascas y las que van a celebrarse en Irak o lamentos jeremiacos por la pérdida de Euskadi que, a mi modo de ver, no tienen nada que ver con la realidad inmediata. Hasta tratan de esta cuestión los obispos cuando, en mi opinión, la debieran considerar estrictamente política.
Frente al "estado de bramido" a que todo parece empujarnos la reacción del Gobierno ha sido la correcta. Se tratará de un Gobierno demasiado propicio a contradecirse y con flaquezas ministeriales, pero en este aspecto crucial de la política española ha sabido actuar con prudencia, disciplina y buen tino. No se puede decir, sin embargo, que vaya a ser premiado por ello con réditos electorales porque la tendencia va más bien por el camino contrario.
Esta buena gestión de la negativa a Ibarretxe marca una distancia con respecto al pasado (¿donde estaríamos ahora con Aznar como presidente?) pero además acaba revelando que son las elecciones vascas lo que está en el horizonte político inmediato. En el fondo se está pensando en ellas y casi sólo en ellas. Cabe prever de los partidos fintas y más fintas pero siempre de cara a lo que vaya a suceder en mayo en esa consulta mas que al Estatuto en sí. Eso mismo desautoriza el "estado de bramido" que exige inmediatez absoluta en las medidas y perfección absoluta en su contenido.
La bendita calma y el tan denostado talante han tenido como consecuencia que se iluminara un signo esperanzador en el principal partido de oposición. La última conversación Zapatero-Rajoy desprende un aroma muy lejano al de la crispación de hace tan sólo unas horas. Claro está que levantará susceptibilidades en los aliados nacionalistas del PSOE. Pero el PP acaba de abandonar el búnquer de la defensa a ultranza de la intangibilidad del texto de 1978. Lo hace, además, en un momento en que nadie en la extrema derecha se lo puede reprochar, atendidos los supuestos peligros de desmembramiento de España.
Y en este preciso punto surge la pregunta. Mariano Rajoy andaba desvanecido como al borde de la desaparición, quizá voluntaria. En un elenco inacabable de políticos enigmáticos, él lo resulta de forma reduplicativa. Ahora, por vez primera, rectifica en cuestión crucial el programa y el modo de enfoque de su grupo. Es muy positivo y la prueba de que a menudo lo urgente es esperar.
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