Amor y compromiso ético con la música
El legado discográfico de Victoria de los Ángeles es un apasionante capítulo de la mejor historia del sonido grabado en el siglo XX. Tenía sólo 25 años cuando, en 1948, entró a formar parte del selecto grupo de artistas exclusivos de la multinacional británica Emi, iniciando una carrera legendaria que coincidió en el tiempo con una época dorada de la industria del disco: durante más de dos décadas, la soprano catalana grabó en el mismo sello que lo hicieron Maria Callas y Elisabeth Schwarzkopff, sin rivalidades ni envidias. En términos de calidad, cantidad y variedad de géneros y repertorios, la discografía de Victoria de los Ángeles es de las más completas de la historia y abarca desde las canciones sefardíes al mundo del lied, la ópera y el oratorio, desde el primer barroco a los clásicos del siglo XX. Un impresionante legado forjado con la misma honestidad y rigor musical que mantuvo siempre en su larga carrera en los escenarios, sin fiascos ni operaciones comerciales, fruto exclusivamente de su amor y compromiso ético con la música.
En el terreno de la ópera italiana, destacan sus emocionantes grabaciones puccinianas de Mimi y Cio-Cio-San con el tenor sueco Jussi Björling, su más legendaria pareja en los escenarios: la versión de La bohème dirigida en 1955 por Thomas Beecham es un clásico; de Madama Butterfly es aún mejor su grabación de 1954 con Giuseppe di Stefano, reeditada por el sello Testament. Dentro del repertorio verdiano, sus más exquisitas creaciones son Desdémona -su mejor testimonio se grabó en directo en Nueva York en 1958, con Mario del Monaco (Myto)- y Amelia, de Simon Boccanegra, junto a Tito Gobbi y Boris Christoff.
Las referencias se disparan en el repertorio operístico francés, del que ha sido una de las mejores intérpretes. Para empezar, un Faust de Gounod para la historia, dirigido en 1958 por André Cluytens: ella encarna a Marguerite con voz de ensueño y sensibilidad exquisita en un fantástico reparto, con Boris Christoff y Nicolai Gedda. Su maestría en la ópera francesa queda bien patente en sus versiones de Manon y Wherter, de Massenet; Los cuentos de Hoffmann, de Offenbach, y, en especial, Pelléas et Mélisande, de Debussy, dirigida por Cluy-tens (Testament).
La galería de grabaciones operísticas cuenta con otros clásicos: una refinada Carmen, de Bizet; una encantadora Rosina, de El barbero de Sevilla, de Rossini; una majestuosa Condesa de Las bodas de Fígaro grabada en vivo; dos modélicos registros de La vida breve, de Falla -dirigidos por Ernesto Halffter y Rafael Frühbeck de Burgos-, y un extraordinario documento que preserva su interpretación de Elisabeth en la producción de Tannhäuser, de Wagner, del Festival de Bayreuth de 1961, dirigi-da por Wolfgang Sawallisch (Myto).
El lied fue su gran pasión. Junto a Elisabeth Schwarkopff y Dietrich Fischer-Dieskau forma el más eminente trío de liederistas del siglo XX y sus abundantes grabaciones, en especial las realizadas con el pianista Gerald Moore. Dejó huella en el repertorio alemán y francés, pero donde alcanzó la categoría de referencia absoluta fue en la canción española de concierto: Falla, Granados, Montsalvatge, Mompou, Rodrigo, Turina, Toldrà, Esplà y muchos otros compositores tuvieron en Victoria de los Ángeles a su más exquisita divulgadora en las salas de conciertos de todo el mundo y en los estudios de grabación. Varias antologías de Emi resumen su trascendental aportación en este terreno, donde brillan por su inimitable encanto y pureza las Cinco canciones negras, de Montsalvatge.
Babelia
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