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Nosotros, supervivientes

1. Rara vez la idea de la supervivencia, la sensación de ser supervivientes, habrá sido vivida hasta este punto y en el mismo momento por los humanos de nuestro planeta. Derrida habló de ello justo antes de fallecer. Vernant vuelve a abordarlo a propósito de sus compañeros muertos en la Resistencia. Hay en esta inmensa y profunda solidaridad con las víctimas del desastre en Asia una necesidad de identificarse, una secreta culpabilidad. ¿Por qué este desastre? ¿Por qué estas víctimas? ¿Por qué ellos y no nosotros? ¿Cuándo nos tocará a nosotros? La globalización de las informaciones y de las imágenes hace que nos reencontremos de pronto con esa "aldea global" que el resurgir de los nacionalismos había vuelto "ilocalizable". En este arca de Noé, todos somos supervivientes del Diluvio. Todos amenazados y todos solidarios con aquellos cuya muerte tal vez sólo habría podido ser aplazada.

Se dice, al referirse a la opinión pública sueca, que la solidaridad habría sido menor si, entre las víctimas, no hubiera habido tantos turistas occidentales. Tal vez. Pero esto no cambia en absoluto la naturaleza de su impulso. Al contrario. Porque se puede ver en el desastre una oscura finalidad niveladora en la que el rico y el pobre, el joven y el viejo, el asiático y el occidental están abocados a la misma suerte. Los privilegiados no sólo han llorado por el final de sus privilegios. Están llenos de espanto y de humildad ante esta muerte que cubre con su sudario igualitario tanto el ataúd de sus padres como el de sus anfitriones.

2. René Girard dice que las dos fechas que marcan su vida son Hiroshima, en agosto de 1945, y el 11 de septiembre de 2001. Dos "zonas cero" que se responden con más de medio siglo de distancia. Todo habría comenzado no sólo con los campos de exterminio nazis, sino con los bombardeos estadounidenses sobre Alemania en 1944 y con la explosión de dos bombas atómicas en Japón. Esta violencia, imprevisible e imprevista, surgió de la profundidad de los tiempos. Tan sólo Jaspers y Camus alertaron al mundo sobre la ruptura nueva y profunda que esta violencia traía consigo y que no podía quedar sin respuesta.

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Pero ahora, decenas de miles de víctimas de los tsunamis asiáticos convierten el 26 de diciembre pasado en otra referencia. Las armas de destrucción masiva de la naturaleza están en manos de la providencia y vuelven completamente irrisorias las gestas, aunque sean "geniales", de los militares o de los terroristas. Y el desencadenamiento cósmico de las mareas es más alucinante que el choque de unos aviones comerciales secuestrados contra las Torres Gemelas de Manhattan. Los terroristas que, por desesperación nihilista o fanatismo purificador, sólo sueñan con cambiar el mundo a través de su destrucción previa, pueden estar tranquilos: los dioses lo han pensado antes que ellos y son más capaces de tener éxito en su empresa.

Hay que decir los dioses en plural, ya que nos negamos a creer que Dios haya querido castigar -¿y con qué motivo?- al Estado musulmán más poblado del mundo, como si los indonesios, los esrilanqueses y los demás mereciesen un diluvio, el de la Biblia o el de Sumer. ¿Qué se le va a pasar ahora por la cabeza a un terrorista? Que yo sepa, el terremoto que destruyó Lisboa en 1975 no incitó a los contemporáneos o a las generaciones posteriores a ser más moderados con la violencia. Rebuscando en el pesimismo -y hoy estamos bien surtidos-, se puede pensar, por el contrario, que habrá hombres que quieran entrar en competición con la naturaleza para masacrar a su especie.

3. Nada condena a este pesimismo como tampoco al de Michel Serres, que recuerda oportunamente la reacción de Voltaire cuando, tras el desastre de Lisboa, decidió ridiculizar en su Cándido el optimismo de Leibniz. Desde luego, no todo va a mejor en el mejor de los mundos. ¿Habría, sin embargo, que alarmarse por el hecho de que un pesimismo de la razón pudiese disuadir de todo optimismo, aunque fuera el de la voluntad? Entonces, según algunos, sería el fin de las Luces y de la creencia en el progreso, y la tendencia a refugiarse en la comunidad anunciaría el final de lo universal. No creo en absoluto en ello. El desarrollo de las ciencias y de las tecnologías tuvo lugar independientemente de la historia de los hombres que, sin embargo, a menudo es sólo la de sus conflictos.

Siempre ha habido periodos posdiluvianos. Y, a menudo, seguimos viviendo como si la muerte fuera un accidente. A fin de cuentas, Voltaire nunca renunció a la razón y se guardó mucho de anunciar el fin de las Luces y el recurso a Dios. En cualquier caso, hoy la solidaridad no es ni un signo de derrotismo ni un signo de replegarse en sí mismo. Es una lucha contra lo inhumano ante la universalidad de la desgracia. Ya se habla por todas partes de "reconstrucción". ¿Qué debemos decir salvo que nos negamos a la fatalidad, que desafiamos al destino y que, de un modo absurdo o no, como ocurre, según Tristan Bernard, cuando uno vuelve a casarse, la esperanza triunfa sobre la experiencia?

4. La solidaridad puede muy bien disimular una estrategia de la compasión. ¡Qué importa! Si George Bush, tras 72 horas de dudas miserables, se ha decidido a incrementar la ayuda estadounidense hasta 350 millones de dólares; si el portaaviones Abraham Lincoln, una escuadra procedente de Guam y un barco anfibio que transporta un cuerpo expedicionario de marines permiten hacer frente a una gigantesca calamidad con unos medios más proporcionados, los supervivientes no se preguntarán si se trata de una operación de caridad o de seducción. Comprobarán que obtienen ayuda del único país que podía ofrecérsela a esta escala. Son muy dueños de decirse que, desde luego, este país es capaz de lo mejor y de lo peor, y tal vez la imagen del Occidente estadounidense en los países del islam podrá por fin sacar alguna ventaja de ello. Pero, aquí también, no vemos ni repliegue en sí mismo, ni renuncia a la razón, ni tentación aislacionista. George Bush ha suspendido sus arrebatos unilateralistas al reunir en una coalición humanitaria a Estados Unidos, Australia, Japón, India y Canadá, a la vez que se felicita de que China todavía no pueda aspirar, al menos en este ámbito, a la condición de superpotencia.

5. A la pregunta planteada con anterioridad de saber si los tsunamis podrán cambiar la situación para los terroristas, hay que responder que, justo antes, unas declaraciones del líder palestino Mahmud Abbas habían anunciado un cambio histórico en las mentalidades. Estas declaraciones se refieren a la oportunidad de la violencia.

No es la primera vez que Abbas condena la estrategia de la segunda Intifada, que ha hecho que la lucha contra las fuerzas armadas israelíes pase de la revuelta con piedras a la guerrilla de los atentados contra civiles. Mahmud Abbas ha invitado a los suyos a realizar una doble constatación: por un lado, la nueva guerra, dada la desproporción de fuerzas, ha provocado una repre-sión devastadora que pone en peligro la existencia misma del pueblo palestino; por otro, los atentados han servido los propósitos de la derecha israelí al debilitar, hasta hacerla desaparecer, la oposición a Ariel Sharon. Pero también sería necesario que una mayoría de palestinos aceptase algún tipo de condena, incluso indirecta y patriótica, de su lucha y de sus sacrificios.

Sobre todo porque se puede ver en las declaraciones de Abbas una referencia más valiente, aunque sea de forma implícita, a la idea de que las víctimas no tienen todos los derechos y que los medios pueden comprometer gravemente los fines. Lo que va totalmente a contracorriente de las justificaciones que daban los organizadores de los atentados contra civiles y de lo que afirmaban quienes en el exterior, y en ocasiones en nuestras filas, trataban de comprender, incluso de aprobar, las tendencias fanáticas de la desesperación.

6. Es un problema que me ha apasionado durante toda mi vida y sin duda podría recopilar un libro con todos los artículos que le he dedicado. Los palestinos dicen hoy en voz alta lo que los argelinos, durante sus guerras, murmuraron en secreto, es decir, que la elección de los medios puede no resultar indiferente para los nacionalistas y los revolucionarios. Trotski decía: "Es moral todo aquello que sirve a la Revolución". Jaurès no opinaba ni mucho menos así. En Camboya, Pol Pot creía que había que cambiar de pueblo. Mandela afirmó con brillantez lo contrario. De Gaulle tomó partido en 1942 contra la resistencia comunista al dudar de la eficacia de algunos atentados. En todo caso, los libros de Germaine Tillion muestran claramente que los argelinos estuvieron divididos sobre la conveniencia de los atentados que precedieron a la batalla de Argel y provocaron baños de sangre entre jóvenes estudiantes.

¿Todo esto no es nuevo? ¿Los rusos ilustraron este debate a comienzos del siglo XX con Necháyev, Bakunin y los demás? ¡He descubierto algo mejor que esto! Los lectores encontrarán en las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, esta frase: "La revolución me habría arrastrado si no se hubiese iniciado con crímenes: vi la primera cabeza clavada en la punta de una estaca y me eché atrás. El asesinato nunca será para mí un objeto de admiración y un argumento de libertad; no conozco nada más servil, más detestable, más ruin, más obtuso que un terrorista. Los niveladores, regeneradores y degolladores se transformaban en lacayos, espías y delatores".

Siempre he querido retomar el problema ahí donde Camus lo había dejado, porque el autor de El hombre rebelde, que no quería ser "ni víctima ni verdugo", no tuvo la oportunidad de meditar sobre todas las dimensiones del terrorismo y del asesinato. Camus despreciaba profundamente a "los asesinos delicados", a aquellos que ordenan matar por poderes y encuentran en la marcha de la Historia las coartadas para su buena conciencia. Pero, desde entonces, hemos visto a asesinos que se suicidan, impidiendo de este modo a los descendientes de sus víctimas sancionarlos e incluso juzgarlos.

Hay varias dimensiones en el terrorismo. Una de ellas es a menudo dejada de lado porque no traduce el desamparo sino la fascinación por la muerte de la juventud e incluso de la adolescencia. Es la fascinación por la "vida breve" cantada por Aquiles en La Ilíada. Pero Aquiles no quería suicidarse, y coincido con René Girard en observar que en ello radica toda la diferencia. En los atentados suicidas, a la voluntad justiciera se añade la búsqueda de la salvación por el sacrificio. El nihilismo sale entonces ganando. Si uno no busca un objetivo concretamente político, aquí y ahora, para los hombres hoy en esta tierra, entonces puede contentarse con hacer el mayor daño posible al enemigo, ya que obtiene al mismo tiempo la gloria y la salvación.

7. La cuestión del derecho de las víctimas ha sido planteada por algunos observadores chechenos con motivo de la masacre de colegiales en Beslán, el 3 de septiembre de 2004. Los terroristas no tenían ningún problema de conciencia en relación con sus opresores rusos. Pero, de cara al mundo exterior, intentaron todo lo posible para que la culpa recayera en Putin. Eran muy conscientes de que, fuera cual fuera la validez de su causa, había una culpa. Era una forma de reconocer una moral internacional que existiría por encima de las naciones e independientemente de los pueblos.

A decir verdad, el derecho de las víctimas sólo se discute seriamente desde que éstas tienen a su disposición unos medios temibles para castigar a sus verdugos. Ahora la moral se juzga según el grado de perfección de las armas de destrucción y ya no en función de la legitimidad de las causas defendidas. Se dice a menudo que el terrorismo es el bombardeo del pobre, de aquel que no tiene un avión para soltar una bomba. Sin duda. Pero cuando los oprimidos disponen de medios para destruir a todos los inocentes cuyo pecado es encontrarse en el bando de los poderosos, entonces se exponen a convertirse en opresores.

El problema va a plantearse en 2005 a otra escala. No creo que las manifestaciones del terrorismo individual vayan a disminuir, pero pienso que los terroristas incitarán cada vez menos indulgencia y cada vez más hostilidad. Ya no estarán en sus países como pez en el agua. En cambio, el terrorismo de Estado tiene un gran futuro ante sí. El problema de la fabricación de armas nucleares en Irán va a plantearse en términos más urgentes. No vemos qué podría hacer Estados Unidos por sí solo para oponerse a ello, salvo una intervención militar directa.

Una de las consecuencias más graves de un "choque de civilizaciones" no son sólo los conflictos psicológicos, económicos o religiosos que surgirían entre naciones diferentes. Es que un choque así proporcionaría a Pakistán contra India, a Corea del Norte contra Japón y a Irán contra todos los intereses occidentales en Oriente Próximo la tentación de utilizar el arma nuclear.

¿Corremos el riesgo de revivir la guerra fría? Los estadounidenses pueden muy bien decirse que, como la amenaza atómica soviética sólo desapareció con la caída de la URSS, el miedo a un armamento nuclear iraní sólo desaparecerá con el final -provocado o no- del régimen de los mulás.

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