Un lugar para la esperanza
En la zona de Sumatra más castigada por el maremoto sólo queda un pequeño hospital, en el que se atiende a 300 personas al día
Cuando el doctor Akira Miyata, de la Cruz Roja japonesa, llegó con su equipo al hospital de Meulaboh (Indonesia) el 31 de diciembre, cientos de cadáveres se acumulaban en algunos pabellones. Los cuerpos ocupaban las calles, y muchos de los muertos que provocó el maremoto en esta ciudad de 60.000 habitantes fueron trasladados al único centro sanitario de que dispone esta población de la costa oeste de Sumatra, que acabó convertido en un depósito de cadáveres.
En esas condiciones, no había forma de trabajar, de luchar para salvar la vida de la gente que poco a poco fue llegando en estado de shock, a medida que las ONG extranjeras y médicos del Ejército de Singapur se hacían cargo del hospital para cubrir las bajas dejadas por los empleados locales. Aunque el tsunami no llegó a esta clínica de 120 camas, ya que se encuentra lejos del mar, se quedó sin personal con el que hacer frente al desastre. Gran parte de la plantilla murió a causa del seísmo y del maremoto que se produjo minutos después. Otros empleados se fueron para ir a buscar a sus familiares y no han regresado.
"El 90% de la gente llega con heridas muy infectadas y tétanos", dice el doctor Miyata
Dos semanas después del estallido de las aguas, el hospital funciona aún en condiciones muy difíciles, y tiene que hacer frente a un número creciente de heridos, que llegan en muy mal estado. "Estamos tratando a unos 300 pacientes al día, el 90% viene con heridas gravemente infectadas y con tétanos. La gente resultó herida por todo tipo de objetos -maderas, troncos, hierros, objetos punzantes- dentro del agua sucia", explica Miyata, de 48 años. "Llegan en condiciones tan malas que en algunos casos hemos tenido que amputar un brazo o una pierna. Otros se nos han muerto. Las infecciones es el mayor desafío al que nos enfrentamos", dice Kevin Teh, de 31 años, cirujano del Ejército de Singapur, que forma parte de un grupo de 600 soldados de este país que están realizando labores sanitarias y de desescombro. Meulaboh, situada en la zona más castigada por el maremoto, ha quedado aislada del resto de la provincia de Aceh, y sólo es accesible por helicóptero o barco. La electricidad sólo funciona por la noche, en algunas zonas, y no hay agua corriente en ninguna parte. La ciudad se ha convertido en un gigantesco campo de desplazados.
Según Médicos Sin Fronteras (MSF), la situación es tan difícil que se puede hablar de "epidemia de infecciones". "Los números van a más. Máxime ahora que el hospital está rodando y la gente viene", dice Didier Laureillard, doctor de MSF. Miyata, quien participó el año pasado en las labores de ayuda a las víctimas del terremoto que sacudió Irán, asegura que la situación es "completamente diferente" a cualquier otra que se haya producido anteriormente. "Nosotros tenemos mucha experiencia en desastres, pero éste es tan grande que va más allá de lo que una persona puede imaginar. Además, mientras en Irán el clima era seco y frío, aquí es la estación de lluvias y hace calor, y esto favorece las infecciones", dice.
En la calle, junto a la puerta del hospital, se acumula la basura. Media docena de pacientes son atendidos, con los medios más básicos, en la sala de urgencias. En el jardín, se pasean las cabras y los gatos. Ante los pabellones, unidos por pasillos cubiertos para proteger contra la lluvia, esperan los familiares de los pacientes. Gente que tras grandes sonrisas guardan dramas terribles, dramas que cuentan con una amabilidad y una entereza extraordinarias. Como Mulliana, de 36 años, a quien el tsunami le arrebató a sus tres hijos y su madre. "Mi marido y yo estábamos en casa de mis padres cuando la gente comenzó a gritar que venían las olas. Volvimos corriendo a nuestra casa, que está a 500 metros. Yo cogí a mi hijo de 11 meses, mi marido al de dos años y la chica que estaba cuidándolos, al mayor, de tres años. Corrimos, pero el agua nos pilló. Tras la primera ola, le pasé el pequeño a mi marido. Entonces llegó la segunda
[que fue mayor que la primera], y me arrastró", dice Mulliana, mientras en el quirófano operan a su padre. Con los dos niños en los brazos, su marido, Syahrul, de 39 años, se agarró a un árbol. "Pero la corriente era muy fuerte y el agua me los arrancó", cuenta tras haber permanecido en silencio. "Fue el deseo de Dios", afirma Mulliana.
Barrios enteros de Meulaboh han desaparecido. El Ejército y cuadrillas de trabajadores siguen despejando las calles, donde están quemando piras de vigas y troncos de madera, que una vez sostuvieron las casas de esta ciudad, conocida por el aceite de palma y el cacao. Barcas de 10 metros están incrustadas en algunas paredes, otras descansan sobre el asfalto como si fueran coches aparcados. Hay camiones hechos chatarra. En los barrios más cercanos al mar sólo queda el vacío, pero la destrucción penetra varios kilómetros tierra adentro. En el agua están anclados seis navíos militares, llegados para ayudar en las operaciones de rescate.
Aunque las autoridades indonesias dicen que han llevado ayuda a todos los afectados, las organizaciones humanitarias discrepan. "Sabemos que hay gente que no está recibiendo atención", aseguran en Médicos Sin Fronteras. "Aún hay gente a la que no se ha podido llegar", añade Teh.
Y en medio del caos, supuestos rebeldes del Movimiento Aceh Libre dispararon en las primeras horas del domingo contra el domicilio de un alto oficial de Policía cerca de la sede instalada por Naciones Unidas en Banda Aceh, la capital. No se produjeron muertos ni heridos.
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