Oliver Stone retrata a un Alejandro Magno visionario, bisexual y soñador
El director presenta su gigantesca superproducción con los actores Colin Farrell y Val Kilmer
Dice Oliver Stone que siendo niño soñaba que viajaba hacia atrás en el tiempo con una cámara de cine y rodaba un documental sobre Alejandro Magno. La fascinación por el rey macedonio (356-323 a. de C.) que nunca perdió una batalla y que llevó su imperio hasta la India le ha durado a Stone como para escribir y dirigir su primera epopeya histórica. Alejandro Magno, que ha sido fustigada por la crítica de su país, cuenta en casi tres horas la vida y fatigas de un genio militar al que Stone retrata como un visionario de lo multicultural, pacifista para su época, muy soñador y de ambigua sexualidad.
"Alejandro creó una paz que duró cientos de años. Fue un rey para la paz"
Stone presentó ayer en Madrid junto al propio Alejandro (el simpático guaperas irlandés Colin Farrell) y a su padre en la pantalla, el tosco y salvaje Filipo II (al que da vida Val Kilmer), esta película de 130 millones de dólares que fracasó en Estados Unidos (recaudó sólo 40) y que se estrena hoy en España.
El filme cuenta en el reparto con Angelina Jolie como Olympia, la joven madre de Alejandro (de hecho, en la vida real, Jolie sólo tiene 11 meses más que Farrell); Anthony Hopkins como Tolomeo, el amigo que ya viejo empieza a narrar la historia del rey soñador, y Christopher Plummer en un anciano Aristóteles, que aparece como peripatético maestro de primaria del espabilado Alejandro escolar.
Stone, Farrel y Kilmer hablaron durante más de una hora (Farrell fumó y bebió más que habló) de la que es seguramente la película de romanos más exótica jamás rodada, pues "Alexander" no sólo arenga a sus tropas en cerrado acento dublinés, sino que Stone se empeña en resaltar una y otra vez que el emperador tuvo como gran idea fija (aparte de superar las hazañas bélicas de su padre, violador, tuerto y borracho; y sobrevivir a las maldades de su madre, bárbara hechicera) la de ensanchar su imperio por Oriente.
Así que una vez Alejandro toma el mando, hacia los 18 años (o 45 minutos de metraje), la pantalla se llena de cobardes soldados persas de rostros afilados (Darío el escurridizo se parece fatalmente a Bin Laden), Babilonias de terrazas ajardinadas, desiertos llenos de lanzas y escudos, difusas Alejandrías lejanas, selvas habitadas por sanguinarios indios que luchan sobre elefantes enjoyados, palacios con bailarinas del vientre y cuchillo entre los dientes, y montañas nevadas cerca del Himalaya.
Cierto que casi toda esa grandilocuencia viene al caso, pues el imperio alejandrino llegó, cuando el rey apenas tenía 25 años, hasta los actuales Egipto, Libia, Israel, Jordania, Siria, Líbano, Irak, Irán, Afganistán, Uzbekistán, Pakistán y la India, aunque gran parte de la película se rodó en Marruecos y Thailandia y el adiestrador de caballos procedía de Toledo.
Algunas críticas han dicho que Stone insiste demasiado en presumir de parafernalia bélica y orientalizante y que olvida dotar de alma, gracia y grandeza a un personaje que tiene la ventaja de ser mucho más legendario que conocido (a pesar de grandes novelas biográficas como la de Gisbert Haefs, que acaba de reeditar Edhasa).
Stone, que confiesa que sus epopeyas favoritas son Espartaco y Braveheart, contraataca diciendo que no pudo contarlo todo porque redujo las cinco horas del montaje inicial a menos de tres "para que el público estadounidense no protestara". Y justifica la largueza e intensidad de las dos grandes batallas que muestra (Gaugamela, en Persia, e India) "porque fue ahí donde Alejandro se convierte en rey a sangre y acero".
Por lo demás, Stone presenta al emperador como un cadete platónicamente enamorado de su compañero de lucha Hefestión; como un genio militar que a veces roza lo kamikaze, como un líder de oratoria arrolladora y como un hombre contradictorio, tan apasionado con su caballo como desconfiado de sus sufridos generales...
Quizá influido por la asesoría del especialista de Oxford Robin Lane Fox o afectado por la prohibición de su documental sobre Castro (Comandante) en su país, Stone presenta sobre todo a un Alejandro gran estadista y globalizador, magnánimo con los vencidos, agresivo y cruel, sí, pero en el fondo pacifista, que cree en la concordia entre los hombres y en la coexistencia pacífica entre religiones y civilizaciones lejanas.
"La película no se hizo para comparar a Alejandro con George Bush", aclara Stone, "pero es verdad que la actualidad fue abriendo paralelismos... Alejandro fue único, muy especial y está lleno de colores. Respecto a Bush, fue un tipo de occidental muy distinto: conquistó Oriente pero se convirtió en parte de él, se casó con una asiática, tuvo hijos asiáticos, se quedó a vivir allí a pesar de que su Ejército se amotinó...".
"Si lo vemos con los ojos del siglo XXI quizá fue un monstruo, pero si lo vemos con los ojos de la historia, entonces es distinto", prosigue un Stone al que se ve muy incómodo con la situación política de su país: "Entiendo que Estados Unidos no haya recibido con comodidad la película. Alejandro luchó para lograr la paz y aunque eso lo imitaron luego hasta los romanos, nosotros no hemos aprendido esa lección. Entonces no había fronteras ni países, había tribus, y Alejandro unió un imperio enorme y creó una paz que duró cientos de años. Y sólo combatió a los que rompían los tratados de paz. Fue un rey para un mundo en paz".
Colin Farrell dijo que trataron de acercarse al personaje con "los ojos de un niño"; otras críticas han dicho que Stone dedica demasiado tiempo a mostrar la homosexualidad de Alejandro (y parece que en Grecia algunos se lo han tomado como una ofensa al padre): "Hay que honrar a la historia y no a lo políticamente correcto", se defiende Stone. "La película dedica más tiempo a la sexualidad de Filipo que a la de Alejandro. Y estoy cansado ya de las películas de Hollywood que tapan aspectos escabrosos de la historia para no molestar a la corrección política".
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