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Un paso en el desarme de Colombia

Los habitantes de La Gabarra temen el regreso de la guerrilla tras el desarme de los 1.425 paramilitares de la zona

"Como los paracos [paramilitares] se fueron hace poquito, estamos esperando a ver quién viene a gobernarnos". Lo dice con resignación Orlando, un raspachín (nombre dado a los campesinos que recolectan la coca sembrada) de este caserío a orillas del río Catatumbo. Como estaba en la finca arrancando hoja de coca no vio la salida, en camiones, del batallón de hombres que tuvieron el control de estas selvas, al norte del país y en la frontera con Venezuela, por más de cinco años. "El que nada debe, nada teme", dice ingenuo, y poco le importa si los "los hombres del monte", como llama a los guerrilleros, ocupan el lugar de los que se marcharon.

El pasado fin de semana en La Gabarra (en la provincia colombiana de Norte de Santander), como siempre ocurre en sábado y domingo, era un hervidero de gente: tenderetes en las calles y música a todo volumen en las cantinas. Lo que estaba escaso era el dinero. El negocio de la cocaína está quieto porque los paracos eran los que compraban la "mercancía". Había caras extrañas y los rumores pasaban de boca en boca: "Los milicianos de la guerrilla ya están aquí"; "van a llegar a matarnos y acabar con el pueblo". María, una raspachina de 27 años, llena de colgantes en orejas y cuello, era de las pocas que estaba tranquila. Hace poco encontró a las FARC en el camino. Le aseguraron que no atacarán a los campesinos, que pueden regresar a las fincas abandonadas, que quieren trabajar con ellos.

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La coca llegó aquí hace 15 años. "Cuando echaron a sembrar esa hoja entró la guerrilla y, detrás de ellos, años después, los paracos", cuenta un hombre mayor. La coca, después de cuatro fumigaciones, está escasa. Esas fumigaciones también afectaron a los que apostaron por los cultivos legales. Están todos en la ruina. Por todos lados se ven plantaciones de yuca y plátano quemadas por la "fumiga que cae del cielo". "Ojalá el Gobierno no siga proponiendo falsedades a los campesinos. Necesitamos que nos apoye", dice el mismo hombre. Es pragmático, curtido por el dolor de una vida muy difícil, como la mayoría de los 3.000 habitantes de este caserío, acostumbrado a los vaivenes de la guerra, a los muertos que han dejado uno y otro bando.

Laura fue la última paramilitar en salir de La Gabarra; lo hizo en helicóptero. Era la administradora de este batallón ilegal. "Dejamos casas, lanchas, motores, mulas...", contó entre sollozos a la prensa, durante el acto de entrega del arsenal del Bloque Catatumbo. "La guerra genera muchos afectos", dijo para explicar sus lágrimas.

El coronel de la policía recibió los bienes dejados por los paracos. Numeró con tiza las 56 casas. Espera que los dueños que aún estén vivos vuelvan a reclamarlas. Pero las devolvieron casi todas con deudas que pasan de ocho millones de pesos (2.670 euros), muy por encima de lo que vale una casa en estos páramos. Los paracos ocuparon las viviendas de los que mataron, o los que huyeron del horror cuando tomaron el pueblo en 1999.

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A orillas del Catatumbo, este río inmenso que nace al norte de Colombia y desemboca en el lago de Maracaibo, en la vecina Venezuela, quedaron vacías las casas de madera que les servían de campamento. En la cercana localidad de Guadua no hay nadie. Allí era donde un hombre, con revólver al cinto, recibía la cocaína y probaba su calidad en un reverbero minúsculo protegido por tres tablas; luego pagaba con fajos de billetes. Cerca, en el paraje de San Martín, sobre un río de aguas verdes que desemboca en el Catatumbo, quemaron casetas y bodegas y le robaron a los dueños de las fincas la coca.

La policía se prepara para todo. Los paramilitares se han ido, pero no se sabe si definitivamente, y la guerrilla tiene ganas de recuperar un territorio que antaño fue suyo. "Nos preparamos para lo que venga", dicen las fuerzas de seguridad, mientras cavan nuevas trincheras a toda prisa.

El Ejército también se prepara. Ya hay más de mil soldados en la zona. Pero como no tienen lanchas aptas para navegar el río, sólo controlan desde las orillas. Están también presentes a lo largo de la principal carretera de la zona de 57 kilómetros -un verdadero camino de cabras, que con buen tiempo se recorre en no menos de tres horas-. Los que se quedaron lo tienen claro: "Si el Ejército se va, nos vamos con él".

Soldados colombianos trasladan el cadáver de un guerrillero de las FARC en Caldono, al sur de Bogotá.
Soldados colombianos trasladan el cadáver de un guerrillero de las FARC en Caldono, al sur de Bogotá.AP

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