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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vergüenza

Dos informes de sendos organismos de Naciones Unidas, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y el Fondo para la Infancia (Unicef), acaban de proporcionar datos aterradores sobre el panorama alimentario mundial y la situación de la infancia más desfavorecida en el mundo. El número de personas que padecen hambre es de 852 millones (9 millones en los países industrializados) y 5 millones de niños mueren cada año por falta de alimentos. Pero llega hasta mil millones el número de niños que sufre el acoso de la miseria, la guerra o el sida, con peligro directo para sus vidas.

La estadística debe de algún modo generar vergüenza de las sociedades más pudientes y, una vez más, exige un mayor esfuerzo en la ayuda al Tercer Mundo, aunque algunas de estas lacras, como la pésima situación de la infancia, puede llegar a afectar a países desarrollados como España, que ocupa el puesto 16 en términos de pobreza infantil absoluta. El acceso a un alimento sano y nutritivo no es privilegio ni capricho de una minoría, sino un derecho básico contemplado en la Carta de Naciones Unidas.

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El 45% de los niños del mundo viven acosados por la pobreza, la guerra o el sida
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Es una ironía que los recursos necesarios para afrontar el hambre sean pocos en comparación con los beneficios que produciría invertirlos en esta causa. El coste directo para solucionarlo no supera los 30.000 millones de dólares al año. Cada dólar invertido en la lucha para erradicar la escasez de alimentos puede multiplicarse por cinco y hasta por más de 20 veces en beneficios de mayor productividad. En cambio, los daños debidos a una insuficiente ingesta son inmensos para el desarrollo social. Además, la mala o escasa alimentación está causando obesidad y diabetes en los países pobres.

En medio de este panorama terrible hay alguna excepción. Así, 30 naciones -la gran mayoría, del África subsahariana- que representan casi la mitad del mundo en desarrollo han logrado reducir en este bienio un 25% el porcentaje de hambrientos. Es un ejemplo claro de que, con voluntad y medios, los progresos rápidos son posibles, según afirma con optimismo la FAO.

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