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18ª FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA

James Ellroy despliega su obsesión sobre la "gente violenta en tiempos violentos"

El escritor estadounidense cierra con 'Destino: la morgue' su trilogía sobre el mundo del crimen

Juan Jesús Aznárez

El escritor estadounidense James Ellroy imparte magisterio sobre novela negra en Guadalajara porque aventaja a otros fabuladores del género en conocimientos y afición, y porque ha leído tantos expedientes policiales que casi pierde el seso como el cervantino Alonso Quijano con los libros de caballería. Desde el asesinato de su madre, cuando tenía 10 años, Ellroy ha sido alcohólico, drogadicto, mirón, vagabundo, ladronzuelo, presidiario, marine y hombre de orden. "Escribo sobre gente violenta en tiempos violentos y con un lenguaje violento y preciso". El hurto de lencería femenina fue fetichismo antiguo, pero su adscripción a los catecismos de George W. Bush es una "perversión" relativamente reciente.

"El culpable de la muerte de mi madre no fue detenido, pero mi madre me encontró a mí"
"Tengo un trato con Bush. Él no se mete con mis libros y yo no me meto con sus políticas"
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El autor aprovechó su viaje a México para seguir pasmando con su fecunda sordidez y promocionar Destino: la morgue (Ediciones B), que cierra su trilogía sobre el mundo del crimen y la historia de Estados Unidos de los cincuenta a los setenta. Sus fieles le equiparan con Raymond Chandler y no se queja. Durante la conferencia de prensa de Guadalajara, el novelista de Los Ángeles, de 56 años, fue correcto, a veces irónico y efectista, y ajeno a los exabruptos racistas y nazis del pasado. "¿Votó por Bush en dos ocasiones, apoya su guerra en Irak?". "Tengo un trato con él. No hablo de política. Bush no se mete con mis libros y yo no me meto con sus políticas".

James Ellroy entraba de joven en domicilios ajenos para coleccionar las bragas de sus ensoñaciones, y desde hace decenios escudriña las entrañas del hampa, las comisarías y los bajos fondos con la precisión de un forense y una obsesión maniaca. "Mi curiosidad es muy limitada. Soy un tipo limitado. Sólo sé cuatro o cinco cosas, pero realmente las conozco muy bien". Ellroy es un especialista en expurgar archivos criminales, en la narrativa casi porno y en la construcción de tramas desdibujadas para que el lector común no sepa si lee ficción o realidad. "Creo en la moral. Creo en los Estados Unidos".

Poco antes de morir, su padre le dijo: "Hijo mío, tírate a todas la camareras que puedas". Se las tiró a su manera porque un escritor puede llegar a ser de todo. En su caso, pudo reinventar la historia de Estados Unidos, dibujar sus cloacas, apostar por la elección de John F. Kennedy en el año 1960, ser cuate de Edgar J. Hoover, linchar a negros sureños, invadir Cuba y asesinar a gente bajo banderas y patrias de conveniencia. "Eso es lo que yo, específicamente, obtengo. Le doy a los lectores la infraestructura humana de los grandes acontecimientos públicos". Sólo lee lo suyo cuando escribe; sólo lee sobre lo que ha leído casi toda su vida: la marginalidad y los vicios de la condición humana. "No me interesa leer otras cosas. Todo lo demás es intrusión".

La escritura impuso orden y centró emocionalmente a un hombre marcado por la pérdida de su madre, una enfermera estragada por la bebida y los chulos que obtuvo la custodia de James tras la separación de su marido. La encontraron muerta en una cuneta, estrangulada con una de sus medias. El asesino no fue capturado y Ellroy se atrevió a investigar el crimen en el año 1994, cuando el paso del tiempo le dotó de las agallas necesarias para observar las fotos de su madre desnuda en un depósito de cadáveres. Le ayudó en las pesquisas Bill Stoner, un detective de homicidios con 14 años en el cuerpo.

"El tema de mi madre está agotado. Nada más tengo que decir al respecto. No puedes estar toda la vida en ello. El culpable nunca fue detenido, pero mi madre me encontró a mí". El reencuentro aparece en Mis rincones oscuros, publicado en el año 1996. El polémico autor no bebe, no fuma, se acuesta temprano y exhibe manías veniales. "Lo que hago esencialmente en mis libros es recrear grandes trozos de la historia estadounidense y reescribir esa historia. Miento, distorsiono, digo parte de la verdad, impresiono, impacto y entretengo", resumió en la FIL.

"A ver, alguna pregunta. ¿Son ustedes drogadictos o qué?", animó segundos después de ser presentado, ante la inicial indecisión de la prensa. "Y usted que cree tanto en Estados Unidos ¿cuáles cree que son sus principales valores?". "Los principales son el capitalismo y la libertad". No obstante, confesó no tener ningún interés en la cultura o la historia contemporánea de Estados Unidos, ni tampoco por leer a otros autores. Hubo muchas preguntas, casi todas de carácter personal, y respondió en corto, con sequedad. Sólo se sonreía para publicitar a su casa editora. "¿Y sobre mis libros, qué?". Sobre sus libros también se le preguntó.

De niño devoró el que le regaló su padre: The badge: a history of the LAPD, de Jack Webb. "La historia de América en el siglo XX es la historia de los crímenes cometidos por malvados hombres blancos", dijo en una ocasión. A los 30 años, todavía tarambana e inmerso en la disipación, publicó su primera novela: Réquiem por Brown (1979), autobiográfica. Después, La dalia negra (1987), El gran desierto (1988), LA Confidencial (1990) y Jazz blanco (1992), las cuatro sobre la ciudad de Los Ángeles de los cincuenta. Tabloide americano salió en 1995. Kim Basinger, Russell Crowe y Kevin Spacey bordaron la película L.A. Confidencial. Años atrás, la actriz resumía a la prensa el papel servido en bandeja por Ellroy, muy presente en casi toda su obra: "La película es de buenos y malos. Los malos son crápulas poderosos, pero en el equipo de los buenos los hay incluso peores. Y dentro del trío de polis buenos, el que no es un trepa sin escrúpulos tiene ligero el gatillo o recibe propinas del periodista más amarillo del lugar".

James Ellroy, en la Feria del Libro de Guadalajara.
James Ellroy, en la Feria del Libro de Guadalajara.GUILLERMO ARIAS

A puñetazo limpio

Destino: la morgue aborda la recurrentes fijaciones de James Ellroy: los crímenes no resueltos, el sexo, la droga o la corrupción policial. El autor prepara un recuento sobre el periodo 1968-1972 de Estados Unidos, y le gustaría escribir una historia sobre el boxeador mexicano Marco Antonio Barrera. El mundo del pugilismo y su constelación de criaturas ejercen una fascinación en el gringo de Los Ángeles, que sólo conoce las ciudades del pecado mexicanas, entre ellas Tijuana y Ensenada, donde abunda la gente que se parte el morro y la madre a tiros y puñetazos.

"Creo que tarde o temprano podré conectar con él [Marco Antonio Barrera]", declaró Ellroy, quien reiteró su profesión de fe en los Estados Unidos como imprescindible potencia dominante, no quiso criticar a su país en el extranjero, y enumeró las ambiciones incubadas desde los 13 años: el boxeo, las mujeres, los perros, Beethoven, Brahms, Schubert, Liszt, y los coches deportivos. Barrera puede colmar una de ellas porque le han zurrado bastante y posiblemente no le importará contarlo.

Tras haber ganado una pelea casi por aniquilación, el boxeador se proclamó feliz: "Le partí la ceja, le partí el puente de la nariz, le inflé los ojos, la boca y yo salí como si no hubiera peleado".

La brutalidad del cuadrilátero no agota la disponible en algunos barrios mexicanos pay per view. Ellroy probablemente desconoce que chavales de 20 años combaten casi a muerte a patadas y puñetazos en lugares clandestinos del Distrito Federal. Se corren la voz y las apuestas y no hay reglas: el perdedor puede volver a casa, por sus propios medios o en camilla, sin dientes o con el bazo reventado. El destacado representante de la novela negra estadounidense no es moralizante, ni pretende exorcizar sus demonios personales a través de la literatura. Sólo los explota. "Vives con unos, descartas otros y algunos cambian. Yo no busco psicoanalizarme".

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