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Entrevista:Josep Maria Castellet | PANORAMA DE LAS LETRAS EN CATALÁN

"La literatura en catalán no tiene en España la consideración que se merece"

Desde su visión de crítico, antólogo y editor, este experto analiza la actualidad de las letras en catalán. Considera que los autores más jóvenes traducidos al castellano han sido ignorados por la crítica y que la narrativa en ese idioma goza de buena salud frente al auge anterior de la poesía.

"Existe cierta precariedad de lectores que provoca que los ensayistas publiquen directamente en castellano"
"La literatura catalana tiene autores en un nivel parecido al de la literatura francesa o inglesa. Eso explica que haya bastantes escritores traducidos a otras lenguas"
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En su doble faceta de crítico y editor, Josep Maria Castellet (Barcelona, 1926) es un profundo conocedor de la realidad cultural de Cataluña y con relación a España. Obras como La hora del lector (1957) y Els escenaris de la memòria (1988) lo certifican. Además, su papel de antólogo en libros esenciales como Poesia catalana del segle XX (1966) o Nueve novísimos (1970) le han proporcionado una visión transversal, privilegiada y sin prejuicios de la situación.

PREGUNTA. Tras el franquismo, la literatura catalana ha buscado desesperadamente la normalidad cultural. ¿Cuál es, a su parecer, la situación del panorama actual?

RESPUESTA. Hay que distinguir entre la industria cultural y el producto, el libro. Obviamente, en las tres décadas que van desde la muerte de Franco hay cambios sustanciales desde el punto de vista de la difusión de la literatura, por una razón fundamental: la enseñanza en catalán. Los jóvenes saben leer y se acostumbran a leer en catalán, algo que no ocurría con la generación formada durante el franquismo. Al mismo tiempo, y paulatinamente, se amplían dos terrenos que desde el punto de vista de la industria cultural tienen gran importancia: por una parte hay una serie de libros de texto -que aquí no os interesan- y por otra la recomendación de unas lecturas literarias. Este hecho provoca que, por primera vez, dichos autores tengan un tiraje de ejemplares notable. Bueno, esto ocurre en todos los países, no somos una excepción. Junto a estos libros, en los años ochenta hay un buen número de editoriales que, con un cierto tanteo, amplía sus ediciones y aumenta las ventas. Este tanteo provoca desequilibrios en el mundo editorial que quizá no son tan prudentes, y crea un boom artificial de publicaciones, un boom numérico, que no se corresponde exactamente con las necesidades e intereses del público lector. Este desajuste ha llevado finalmente a las editoriales a publicar menos o a cambiar su orientación, pero de alguna forma el mundo editorial catalán ha conseguido entrar en un periodo de normalidad: los libros llegan también en colecciones de quiosco, o se promocionan por televisión antes del Día del Libro, por ejemplo.

P. Esta búsqueda de la normalidad dejó por el camino a una serie de autores que en los años setenta tenían un nombre y ahora están perfectamente olvidados. Como Manuel de Pedrolo.

R. Las editoriales empezaron a publicar muchos títulos y el aumento generó más confusión sobre la calidad de los autores. Éste es ahora un territorio de lucha por saber quién vende más, quién es el más popular, a quién tratan mejor los medios de comunicación. La consideración que merecen algunos autores, por supuesto, se ha visto afectada. Así, existen autores con un papel importante durante la época franquista, como Pedrolo, y que hoy día -en parte injustamente- sólo son recordados por dos o tres libros que entran mejor para los estudiantes, como El mecanoscrit del segon origen, que ha pasado del millón de ejemplares vendidos. A pesar de no encontrarse en el mercado, Pedrolo sigue vendiendo. Pero yo me remontaría a unos años antes para entender mejor la situación: por azares cronológicos, durante el franquismo publicaron autores de culto y de gran nivel, muy considerados por la crítica y los lectores, como Josep Pla, Salvador Espriu, J. V. Foix, Joan Vinyoli o Mercè Rodoreda, y tendríamos un canon bajo el franquismo, por así llamarlo, que sería excepcional. Pero llega un momento en que todos estos autores mueren, a inicio de los años ochenta, y aquí, con esta manía de las comparaciones, parece que de repente se produce un vacío. En ese momento es difícil de entender qué ha ocurrido, sobre todo para ojos foráneos: la literatura catalana se vuelve provinciana, parecen decir. Sucede que hay relevos generacionales que son muy difíciles de llevar a cabo... De repente, existen unas generaciones de escritores que entran en una situación de competencia en el libre mercado y una parte de la confusión viene de ese momento: los grandes nombres han muerto y los nuevos autores empiezan en una situación de competencia.

P. ¿Qué papel juega la crítica literaria en ese momento?

R. La crítica es ahora más libre, se vuelve más libre con el tiempo. Antes determinados nombres eran intocables. Si tal autor era un patriota y el otro no lo era tanto, pues se juzgaban de forma diferente... Sea como fuere, a mí me parece que ha pasado el tiempo suficiente para que, quien lo observe con calma, se dé cuenta de que tras la crisis y confusión, y sin comparar con el pasado, hoy día la literatura catalana tiene algunos autores -que no nombraré- que están en un nivel parecido al de cualquier otra literatura, la francesa, la inglesa o la castellana. Esto explica, al mismo tiempo, que haya bastantes autores que han sido traducidos a distintas lenguas. Es evidente que los editores extranjeros sólo escogen por criterios de calidad. Hemos llegado, pues, a niveles de normalidad. De validez universal, aunque no sé exactamente qué quiere decir esto.

P. ¿Cree usted que la literatura catalana, escrita en catalán, tiene buena entrada en el resto de España?

R. No. La literatura catalana no tiene la consideración que se merece dentro del Estado español. Es algo que quizá no se entiende, pero que es así. Por ejemplo: el descubrimiento de Josep Pla por parte del público español es relativamente reciente, de cuando Destino volvió a sacar sus libros en castellano -independientemente de la traducción de El quadern gris, de Dionisio Ridruejo, que es muy anterior-, pero yo ya he leído algunos autores españoles que lo consideran un maestro. Se reconoce ya la idea de que Pla era un gran escritor. O el caso de Mercè Rodoreda: muchas autoras en castellano se quedan boquiabiertas ante la calidad de sus novelas, que se tradujeron en los años ochenta, en algún caso de la mano de Pere Gimferrer. Sin embargo, son casos aislados.

P. A menudo el desconocimiento se escuda en ese concepto tan manido, el de las mal llamadas "literaturas periféricas"...

R. Sí, existe un cierto conformismo en esta idea de periferia por parte de los lectores españoles. Es como decir: literatura catalana, Quim Monzó. Ya está. Literatura gallega, Manuel Rivas. Literatura vasca, Bernardo Atxaga. Siempre los mismos desde hace años para tener el cupo lleno. Bueno, llega un momento que ya no tiene sentido que no se hable de nadie más; quiere decir que no existe la curiosidad suficiente, o que los libros no llegan al público. O que existe un prejuicio. Un editor en lengua castellana, Jordi Herralde, me contaba esta situación: "Cuando el autor catalán se llama Manuel, no sucede nada, porque el nombre es igual en castellano, pero si se llama Jordi, vamos listos". Este tipo de necedades. Sin victimismos y dando por sentado que no es una literatura que tenga que salvar a nadie, lo cierto es que la recepción de los autores catalanes está por debajo de lo esperado. Existen una serie de autores jóvenes y traducidos que no han sido leídos ni por la crítica. Veremos ahora si la oportunidad de Guadalajara y más adelante la de Francfort puede crear nuevos lectores españoles.

P. Usted formó parte de un núcleo de amigos, el Grupo de Barcelona, donde había un diálogo entre escritores de ambas lenguas que vivían en Barcelona. Gabriel Ferrater y Jaime Gil de Biedma, por ejemplo.

R. Ésa era una situación de escritores bajo el franquismo, donde la censura existía para todos y había una serie de escritores que, alrededor de Carlos Barral, tenía mucha relación con Madrid. Hoy día, amistades personales aparte, este diálogo se ha perdido. Es quizá uno de los factores de desconocimiento mutuo. También puede darse el caso de escritores y lectores en catalán que, por una razón de militancia nacionalista, o porque se dejan influir políticamente al escoger su lengua o sus lecturas, no se interesan por los autores que escriben en castellano desde Barcelona. O si lo hacen es cuando son traducidos al catalán, como sucede con Ruiz Zafón, Javier Cercas o Maruja Torres.

P. En los años treinta, durante una conferencia en Barcelona, Paul Valéry alertó del hecho de que una cultura basada en la poesía está condenada a morir. En la pléyade de autores catalanes que formaba ese canon bajo el franquismo, tal como decía usted antes, la mayoría son poetas. ¿Sigue siendo ésa la tendencia?

R. Yo diría que la situación ha cambiado, y no en detrimento de los poetas, que son tan buenos o malos como antes. Hoy la producción de narrativa es abundante y superior, y ya no tiene sentido ese artículo que publicó Carles Riba hace años, Una generación sin novela.

P. ¿Podría seleccionar algunos nombres para el lector en castellano? ¿A quién recomendaría?

R. No, eso es hacer trampa. El minicanon siempre es injusto. Yo podría decir que lean a Pla y Rodoreda y lavarme las manos. El problema es que en la mayoría de los casos los autores nuevos traducidos al castellano tampoco han tenido una crítica que los haya atendido o valorado. Que decidan qué vale la pena y qué no, pues están en su perfecta libertad para decidirlo. Si existiera un circuito normal, sería más fácil. Como mínimo, el lector castellano debería leer los libros que se traducen, porque detrás hay un editor que se ha tomado la molestia de conocerlos.

P. ¿Quizá el ensayo en catalán es una asignatura pendiente?

R. Sin duda. Existe un buen número de escritores y pensadores catalanes dedicados al ensayo en catalán. Pero existe también una cierta precariedad de lectores que provoca que esos escritores publiquen directamente en castellano. La situación es compleja: en las universidades, por ejemplo, se recomienda mucha bibliografía traducida al castellano.

P. El género biográfico y de memorias, en cambio, sí goza de una buena salud.

R. Sí, por una razón muy sencilla. Si tú coges a un catalanohablante y le pides que te cuente su vida, aunque habitualmente escriba en castellano, lo hará en catalán, porque la memoria toca a la parte más íntima del ser y está muy relacionada con la lengua. Por ejemplo, Llorenç Gomis. Estos desequilibrios en el ensayo o el género memorialista deberían estudiarse en la Universidad, en seminarios especializados. En ellos se encuentra este desequilibrio que decía al principio y que te hace decir: "Sí, hemos entrado en una normalidad, pero hay algunos aspectos incompletos".

P. ¿Qué espera usted de la presencia de la cultura catalana en la Feria de Guadalajara?

R. Tengo curiosidad por saber si después de Guadalajara, si las cosas están bien montadas, la literatura en catalán será mejor recibida en el Estado español. En cuanto a México, puede tener una buena resonancia: el peso que tuvieron allí determinadas personalidades en los años cuarenta, desde Bosch i Gimpera a Josep Carner, hizo que haya una cierta idea de lo que es la cultura catalana.

El crítico y editor Josep Maria Castellet.
El crítico y editor Josep Maria Castellet.CONSUELO BAUTISTA

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