Espejos deformantes
Quizás la desaparición de Yasir Arafat pueda facilitar que se retome el proceso de paz, aunque en precario. Sin embargo, la carencia de un líder palestino, capaz de llegar a lo que Rabin y Arafat llamaron la "paz de los valientes" que requerirá concesiones históricas por ambas partes, dificultará que llegue a un término. Es verdad que con el fracaso de la última tentativa de Clinton, Arafat se convirtió en una parte del problema, pero está aún por probarse que no fuera una parte de la solución. Muerto, es casi inútil buscar un sustituto con tal legitimidad histórica. Ahora bien, aunque es conveniente que sigan cumpliéndose las estipulaciones institucionales, el plazo del 9 de enero para elegir democráticamente un nuevo presidente -Arafat no las quiso antes e Israel las frenó por temor a verle reelegido- parece escaso para que se despeje un ganador claro que evite entrar en un periodo de inestabilidad.
Arafat ha sido un dique de contención contra el islamismo. Palestino y árabe antes que musulmán -pero icono para todos los musulmanes de la globalización, de Indonesia a Nigeria-, nunca quiso utilizar la religión para su causa, porque sabía el peligro que entrañaba. Pero la ineptitud de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) ha hecho que grupos fundamentalistas como Hamás crecieran no sólo recabando apoyo para el terrorismo, sino con una acción social importante, como ha ocurrido en otros casos. Es urgente ayudar a la ANP a recuperar sus capacidades. En ello está empeñada la Unión Europea, con Solana y Moratinos, dos españoles, a la cabeza.
El peligro que ha puesto de relieve la UE al diseñar su plan de acción es el de una parálisis en el proceso que lleve a un aumento de la violencia y a que se cierre rápida y definitivamente la ventana de oportunidad para una solución basada en dos Estados, que propugnan (aunque con distinto énfasis) tanto los europeos como los norteamericanos. Por eso ha crecido el apoyo europeo y norteamericano al plan de Sharon de retirada unilateral israelí de Gaza. Unos ven que llevará a pararse ahí -Gaza sólo (y si acaso la cantonización de Cisjordania)- y otros que así se pondrá la semilla -Gaza primero- para el futuro Estado palestino. En todo caso, la muerte de Arafat ha hecho comprender a todas las partes que esta retirada no puede ser meramente unilateral, sino que requiere el concurso de los palestinos.
Todo queda siempre deformado en Oriente Próximo. Cabe imaginar que la situación sería mejor si EE UU no hubiera invadido Irak y Washington hubiera invertido las prioridades para reactivar el proceso de paz entre israelíes y palestinos. Pese a las buenas pero medias palabras de Bush, con Irak en ebullición no es fácil volver a empujar la nonata Hoja de Ruta. Mientras, en Israel la situación se ha radicalizado tanto que Sharon, el gran líder de la derecha del Likud, sin cambiar de posición, ha pasado a representar el centro, la moderación.
En este juego de espejos deformantes y extrañas sombras, la de Arafat, enterrado en la Mukata, antigua cárcel convertida en su cuartel general en Ramala del que no salió en los últimos tres años sino para intentar no morir fuera, seguirá muy presente durante bastante tiempo. Con Arafat puede desaparecer, o cambiar profundamente, la identidad palestina que tanto contribuyó a forjar.
No se puede abandonar a israelíes y palestinos a su (mala) suerte. Es necesario, aunque no fácil, que la comunidad internacional se una para forzar una solución. Resucitar el Cuarteto, formado por EE UU, la UE, la ONU y Rusia, podría ser lo adecuado. Pero para ello hace falta que, pese a que ya no puede ser el intermediario honesto que fueron Carter o Clinton, Bush cambie realmente y se comprometa más allá de los pasos condicionados que ha esbozado, y que la UE -que se vio obligada a apuntalar a Arafat y a salvarle- se gane la confianza de tantos israelíes que, como muchos conservadores americanos, ven los resultados del proceso de integración europea como algo negativo para sus intereses: algo menos, o peor, que la suma de sus partes. Absurdo, cuando de todos depende que no lleguemos a tener que echar de menos a Arafat. aortega@elpais.es
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