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Columna
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El eje del instinto

Andrés Ortega

Además de una cierta suerte, Bush y Zapatero tienen algo en común: su confianza (y de sus colaboradores) en lo que en el primero se llama "instinto" y en el segundo "intuición". La comparación se acaba aquí. El gran fallo del instinto de Bush ha sido la guerra de Irak. Y de la intuición de Zapatero, la victoria de Bush. Éste representa muchas cosas contrarias no sólo a lo que piensa el español, sino gran parte de los europeos. Las razones por las que una mayoría del Parlamento Europeo rechazó a Buttiglione como comisario son las mismas por las que muchos americanos han votado por Bush. Pero hay lo que hay y se abre un nuevo periodo, que no conviene afrontar con sentido trágico, ni de pleitesía ante el que Aznar llamara "emperador", sino con pragmatismo. Es decir, con política para gestionar las diferencias, que las hay, y construir sobre las coincidencias y problemas compartidos, que son muchas.

En los últimos cuatro años, no ha habido un solo incidente antiamericano en España, cuya sociedad se volcó en simpatía hacia EE UU tras el 11-S, y en antipatía hacia Bush con la guerra de Irak. Según se comporte Bush en su segundo mandato -y los segundos nunca suelen ser como los primeros- (y según se reaccione desde aquí), hay el peligro de que de un sentimiento anti-Bush extendido se convierta en un mayor antiamericanismo social ante una América que ya no entendemos, tanto ha cambiado, y tanto hemos cambiado los europeos.

Pese a la retirada española de Irak, la relación bilateral no va tan mal. Lo que ha fallado en los últimos meses, y ahora se está corrigiendo, es la política declarativa y simbólica de una parte y otra. Las inversiones de EE UU en España siguen siendo muy importantes (50.000 millones de dólares en cinco años). España es un socio activo en la lucha contra el terrorismo islamista y EE UU colabora en la lucha contra ETA. Soldados españoles están en Afganistán, y España no ha frenado que la OTAN se involucre directamente en la formación de fuerzas de seguridad iraquíes. Y EE UU sigue utilizando las bases en España para múltiples fines.

Aunque también para empeorarlo, hay terreno para mejorar el entendimiento. Irak es un problema creado por la política de Bush, pero nos afecta a todos, y no es posible aislarlo en una burbuja. Una vez instalada la nueva Administración de Bush y pasadas las elecciones iraquíes en enero, habrá que sopesar la situación. No es políticamente pensable un retorno de fuerzas españolas a Irak, pero eso no significa que España no pueda hacer nada, por ejemplo en el marco que acaba de apuntar el Consejo Europeo. Por otra parte, quizá sea posible el mantenimiento, más allá de finales de este mes, del actual despliegue español en Afganistán y la asunción de nuevas responsabilidades allí.

El engarce entre el relanzamiento del proceso de cooperación euromediterránea iniciado en Barcelona en 1995 y el plan del Gran Oriente Próximo de EE UU ofrece oportunidades. La Nueva Agenda Transatlántica lanzada en 1995 a iniciativa de la entonces Presidencia española de la UE con el anterior Gobierno socialista requiere actualización. También este Gobierno español puede aportar su capacidad de interlocución con la nueva izquierda en el Cono Sur americano, en la medida en que le interese a Bush.

El Consejo Europeo ha tendido la mano, aunque la división entre los Veinticinco es palpable. Ahora Bush tiene que responder retomando la iniciativa en el conflicto entre israelíes y palestinos, ante la nueva era -no necesariamente más fácil- que se abre con un horizonte sin Arafat. ¿Lo hará? Habrá que ver también qué pasa con el programa nuclear iraní. Las diferencias entre Washington y Europa no versan sobre el objetivo de evitar la proliferación, sino sobre cómo hacerlo.

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Agenda cargada, la transatlántica. Y en ella se inscribe la española. Esta vez sería todo un gesto, no instintivo, que Bush mandara a España un embajador, como ha habido algunos excelentes en el pasado, que se interese por este país, y -lo que no es nada difícil en esa nueva América- lea y hable español. aortega@elpais.es

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