Las dos Américas
En estos días vividos con la mirada fija en Estados Unidos, el lector dispensará que al hablar de las dos Américas no me refiera, como parece obligado, a la latina y a la anglosajona, sino que por una vez tome la parte por el todo y, como hacen sus ciudadanos, llame América a este gran país. Y ello, porque conviene para expresar el fenómeno más relevante ocurrido con Bush, a saber, la división del país en dos mitades muy igualadas, pero cada vez más hostiles. "De muchos, uno", reza el mote del escudo; pero las elecciones presidenciales de 2000, y aún con mayor claridad las del pasado martes, han puesto de manifiesto que de muchos, no sale uno, sino dos, la América que vota a Bush y la dispuesta a votar a quien sea con tal de quitárselo de encima.
El anterior, y casi seguro nuevo presidente, ha conseguido polarizar a la sociedad norteamericana en dos mitades, que se distribuyen territorialmente de manera bastante homogénea, de modo que frente a una América urbana más desarrollada en la costa atlántica norte y en la del Pacífico, queda en el centro, de norte a sur, una América rural, provinciana, ignorante, dominada por el miedo, sobre la que se levanta una religiosidad muy elemental. El contraste entre una América liberal, progresista, que se ha colocado a la cabeza de la ciencia, fiel al espíritu de la ilustración que inspiró la primera república de los tiempos modernos, y una América capaz de votar a Bush, basta esto para definirla, no tiene precedentes desde los años de la guerra civil. Cierto que la sociedad plural norteamericana se caracteriza por su fragmentación, con una gran diversidad de minorías raciales, culturales y sociales, pero tamaña variedad se unificaba en el orgullo de pertenecer a una gran nación. Un nacionalismo exacerbado permitía integrar al país en la cúspide. Y lo nuevo es que este nacionalismo, común a la mayor parte de los norteamericanos, se vive hoy desde valores muy distintos, con lo que pierde buena parte de su anterior función integradora.
Los demócratas eran muy conscientes de que, si hubiera ganado Kerry, tendrían que haber empezado por reconciliar el país consigo mismo. Se especulaba incluso con la necesidad de acudir a algunos republicanos más abiertos para formar Gobierno. Reconciliación interna como supuesto básico para mejorar las relaciones con los aliados, europeos o de otras partes del mundo. Con la victoria de Bush la reconciliación de los americanos consigo mismos y con los aliados será mucho más difícil y, aunque es muy probable que cambien las personas más desacreditadas por la guerra de Irak, nadie espera, de ser cierto, y no una simple pose, el fundamentalismo religioso de Bush, que sea capaz de aprender de las experiencias catastróficas vividas, y modifique significativamente su política, pese a que la parte más abierta del republicanismo esté llegando a su límite de aguante. Pero, aunque Bush pretendiera continuar con su política de ultraderecha, la realidad impone sus condiciones, y mientras el déficit presupuestario sea el que es y Estados Unidos esté atrapado en Irak no es fácil que inicie nuevas aventuras, aunque Irán prosiga su programa para contar en breve con bombas atómicas. El margen de acción de Bush en este segundo periodo es mucho más estrecho que en el anterior, o si se quiere, los errores más graves ya los ha cometido y ahora se trata de sobrevivir cuatro años, situación que debilita mucho la hegemonía mundial de Estados Unidos, de lo cual no hay de qué alegrarse. Necesitamos unos Estados Unidos que cumplan bien con el papel que les ha asignado el poder militar y económico que detentan.
Las relaciones transatlánticas toman otro aspecto percibidas desde la existencia de dos Américas, y no como el conflicto entre una América unida y una Europa desunida que habla con voces distintas. Las tensiones no provienen, como han querido algunos gobernantes simplificadores, del "antiamericanismo" de unos pocos países europeos que no habrían estado dispuestos a cumplir con sus obligaciones en la "guerra contra el terrorismo", pues, en este caso, la mitad de los votantes de Estados Unidos, al defender una política que en líneas generales coincide con la de los europeos, el multilateralismo y la defensa real de los derechos humanos, sin tolerar más Guantánamos, dentro y fuera de Estados Unidos, habría caído en el "antiamericanismo".
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