Un profundo deseo de concordia
El Príncipe aboga por el diálogo entre pueblos y culturas como garantía de una "amplia paz"
Convencido de que es posible un mundo menos amenazado, más tolerante y justo, y de que la vida es un regalo grandioso y una oportunidad única para hacer el bien, regreso a este querido Principado de Asturias y a esta histórica ciudad de Oviedo, profundamente agradecido a quienes hacen posible estas horas de esperanza. La ceremonia de este año adquiere para mí un nuevo y emocionante significado, pues me acompaña por primera vez mi esposa, la Princesa de Asturias. A ella me uní hace hoy cinco meses; un paso ilusionado de ambos por construir un hogar, formar una familia y compartir el hermoso afán de servir a España con plena entrega, leales a nuestra historia y comprometidos con el futuro de nuestra sociedad.Comprenderán, por ello, qué cortas se quedan hoy para mí las palabras, cómo se remueven mis sentimientos al expresar estas ideas y al recordar, al mismo tiempo, que la Princesa de Asturias ama profundamente a esta tierra por haber nacido en ella y por haber vivido aquí años decisivos e inolvidables junto a su familia y amigos.
Pero nuestra felicidad, que la queremos también para todos, no nos hace olvidar, sin embargo, las tristes pruebas a las que la vida colectiva nos enfrenta, muchas veces como consecuencia de la acción fanática e inhumana de grupos despojados de todo orden moral que, destilando odio y rencor, amenazan la vida en paz y la existencia misma de millones de personas en todos los continentes. Así, el terrorismo con todas sus ramificaciones, modalidades y conexiones se erige en una de las mayores amenazas para nuestro presente y futuro.
Entre esos dolorosos recuerdos, ninguno tan imborrable para nosotros como el espantoso atentado terrorista del pasado 11 de marzo en Madrid, que de manera tan mortífera y brutal ensangrentó la pacífica convivencia de los españoles y provocó un inmenso y conmovedor movimiento de solidaridad dentro y fuera de España. Hoy no queremos olvidar esa larga lista de víctimas que el terrorismo produce en todo el mundo, con una mención especial de tantos compatriotas que han sufrido o sufren sus consecuencias.
Para hacer frente a estas amenazas contamos con el firme compromiso de luchar con la eficacia que nos proporcionan los instrumentos del Estado de derecho y con la fortaleza de nuestras convicciones, entre ellas, la protección y la defensa de los valores, bienes e ideales que nos definen como una sociedad libre y democrática.
Nos acompañan sobre este escenario nuestros galardonados y todos ellos son el símbolo de nuestras mejores aspiraciones y nuestros anhelos, de nuestro rechazo de la violencia y el olvido, de nuestra necesidad de afirmar nuestra confianza en la libertad y en nuestra capacidad de vencer a la desesperanza y el miedo; y lo son también de nuestra voluntad de ensalzar el trabajo abnegado, la creatividad, y de nuestro profundo deseo de concordia.
Aquí, en nuestra patria, los españoles hemos construido en las últimas décadas, con inmensos sacrificios, desde el entendimiento y la generosidad, una de las sociedades más justas, prósperas, libres y más avanzadas del mundo en la defensa de los derechos humanos, de lo que nos sentimos legítimamente orgullosos.
Tenemos la clara conciencia de que esas conquistas nunca antes se han logrado en nuestra historia. Por ello hemos expresado libremente, una y otra vez, que la aventura más hermosa que queremos vivir es la de seguir caminando por esa senda, unidos en la pluralidad y, como se proclamó en la antigua Grecia, con "una confianza audaz en la libertad". Los españoles queremos hacer ese camino afrontando nuestro futuro con la alegría y la confianza de saber que no habrá descanso para hallar en cada hora un nuevo triunfo del entendimiento y la concordia.
Amparados en tales convicciones, en estos comienzos del siglo XXI, alcemos nuestra mirada hacia nuevos y esperanzadores horizontes, guiados por la idea de que los pueblos de España unidos son la mayor garantía para la estabilidad y el progreso de todos. Y que en el apasionante y difícil reto de vivir en un mundo globalizado, extraordinariamente competitivo y en vertiginoso cambio, queremos seguir teniendo en él un lugar a la altura de nuestra historia para aportar nuestra contribución al logro de una amplia paz, un desarrollo más equitativo y al acercamiento y el diálogo entre los pueblos y las diversas culturas.
Somos muy conscientes de que éstos no son objetivos que puedan lograrse sin grandes sacrificios, sin una voluntad firme y sin una renovada y lúcida visión del estado de las cosas en el mundo. Pese a esas dificultades, debemos reconocer que el mayor de los fracasos sería no intentarlo, pues son ciertos y graves los peligros que nos amenazan. No olvidemos, como Claudio Magris nos recuerda en una de sus obras más penetrantes, que la humanidad necesita la utopía para no rendirse a las cosas tal como son. Pues el destino de cada hombre y el de la misma historia se asemeja al de Moisés, que no logró llegar a la Tierra Prometida, pero no dejó por ello de caminar sin descanso hacia ella.
Cuando volvamos a encontrarnos, comenzaremos a celebrar el 25º aniversario de nuestros premios. Deseo, ya desde ahora, agradecer muy profundamente el apoyo que estamos encontrando en instituciones, entidades y personas para que esta celebración tenga la repercusión que se merece y para que nuestros premios continúen siendo, como dice un bellísimo poema escrito en esta tierra, como un árbol que crezca en la esperanza, que aguante los relámpagos, que espante lejos la ventolera helada del tiempo; un árbol bajo cuya sombra podamos sentir las hojas nuevas después del invierno, las frutas primeras del verano y que guarde la memoria de aquello que admiramos. Un árbol que a partir de ahora contará también con el cuidado y la ayuda entregada de mi esposa, Letizia, la princesa de Asturias.
Extracto del discurso del príncipe de Asturias.
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