Companys
Ayer se inició, con un homenaje en los fosos de Montjuïc, la rehabilitación oficial de la figura del segundo presidente de la Generalitat republicana, Lluís Companys. Detenido en Francia por la Gestapo y extraditado sin asomo alguno de legalidad de la Francia ocupada a la España franquista, Companys fue condenado en un consejo de guerra sumarísimo que duró una hora escasa y fusilado seis días después -ayer se cumplieron 64 años- por "rebelión militar", la figura seudojurídica que permitió al régimen salido de la sublevación franquista juzgar a los gobernantes legítimos como si hubieran sido ellos los sublevados.
A instancias del Ejecutivo de Pasqual Maragall, el Gobierno se ha comprometido a legislar para restablecer "la dignidad y el honor" de Companys y de cuantos sufrieron procesos impropios de un Estado de derecho. La rehabilitación no tiene que ver con la gestión de un dirigente de partido con claroscuros -la desgraciada rebelión del 6 de octubre o el desbordamiento en sus intentos de controlar el descontrol, pero también la lección de dignidad humana y política ante el pelotón de ejecución-, que deben ser evaluados por la historia. Se rehabilita al único presidente de un Gobierno legítimo y democrático que fue fusilado por los fascismos precisamente en razón del cargo que ocupaba durante la II República.
Además de su nula legalidad, el fusilamiento se dobló en ofensa a la ciudadanía catalana que lo eligió, y por extensión, a la española. La Generalitat actual es la única institución republicana restablecida durante la transición, en la figura de Josep Tarradellas, que fuera consejero de Companys. Por eso, rehabilitar a quien la presidió supone restituir la plena dignidad institucional al único hilo conductor que une a la actual democracia española con su precedente más reciente. La anulación a todos los efectos políticos y jurídicos de este proceso y de todos los instruidos por los tribunales irregulares de la dictadura o algún gesto de valor moral e histórico equivalente constituía una asignatura pendiente de la transición. Aprobar sin alharacas esa asignatura es simplemente culminar la reconciliación ya cristalizada, sin contradecirla ni cuestionarla.
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