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Columna
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Entre 711 y 1683

Andrés Ortega

Aznar está ya fuera del poder; o, mejor dicho, del cargo. Pero no está solo ni es el único con unos imaginarios frente al islam que cuentan con crecientes seguidores en esta Europa. Afirmar, como profesor en la Universidad de Georgetown, que "el problema de España con Al Qaeda empieza en el siglo VIII", y que España rehusó "perder su identidad" y "ser un trozo más del mundo islámico cuando fue conquistada por los moros", alimenta su propio bucle, con el tipo de Historia de España que se enseñaba durante el franquismo o desde la visión castrista (D. Américo). España como concepto no existía cuando Tariq desembarcó en 711, y como escribiera Ortega y Gasset no cabe calificar de Reconquista algo que duró ocho siglos.

Esto es mirando al Sur. Pero, hacia Oriente, ante la decisión sobre si abrir o no negociaciones para el ingreso de Turquía en la UE, han surgido referencias históricas no menos sorprendentes. El comisario holandés saliente, Frits Bolkestein, considera que si Turquía entra en la UE, la resistencia "del sitio de Viena en 1683 habrá sido en vano". Este asedio es una figura recurrente en palabras de responsables y comentaristas austriacos y de diversos países miembros. El tono está subiendo, y las palabras de Aznar y esos otros tienen una audiencia en este punto cada vez más amplia. Francis Fukuyama, alejado ya del "fin de la historia", considera que la cuestión de qué hacer con el islam puede dividir a Europa, y que a largo plazo, debido a los flujos migratorios y demográficos, "Europa será parte del Occidente árabe o del Magreb". El primer ministro francés, Raffarin, ante Turquía, se pregunta si Europa quiere realmente que "el río del islam entre en el lecho del secularismo". Aquí y en otros países, el referéndum sobre la Constitución europea se puede mezclar con el debate sobre la llamada "islamización de Europa" y la entrada de Turquía. En esta Unión Europea tenemos que ser capaces de decidir qué queremos ser y con quién. En muchos de los Estados miembros, la opinión pública está claramente en contra del eventual ingreso turco. ¿Tendrán sus dirigentes que optar entre decirle a Turquía o a la Constitución europea, o acabar con un no en ambos casos?

Si la UE le da un nuevo portazo a Turquía (ya miembro de organizaciones europeas como la OTAN, la OSCE o el Consejo de Europa), puede hacer fracasar el intento de modernización y democratización de ese país y el experimento de un islamismo democrático que representa, hoy por hoy, Erdogan. Pero éste se ha equivocado al plantear, aunque luego la haya retirado, la penalización del adulterio; y al protestar por la intromisión de la UE en los asuntos internos turcos, cuando la integración europea consiste, precisamente, en ser un ejercicio de injerencia colectiva permanente en los asuntos internos de los Estados miembros.

En este ambiente, llega la propuesta de Zapatero de una Alianza de Civilizaciones. El nombre no parece el mejor, pues avala lo que intenta contrarrestar: la teoría del choque de civilizaciones. Las civilizaciones son bichos raros y no hay una "civilización musulmana". Nombres aparte, el plan supone tomar como modelo, para elevarlo, el proceso de cooperación euromediterránea de Barcelona de 1995, si bien con dos cestas o mesas: una política y de seguridad -que podría contemplar acciones comunes, como la de España y Marruecos en Haití- y una segunda cultural y educativa. Va en una dirección similar al plan de reforma del mundo musulmán impulsado por EE UU. E incluso hay un punto de contacto con el discurso de Aznar: que Al Qaeda no es sólo un grupo terrorista, sino una ideología. Combatirla requiere ofrecer otra ideología más atractiva (de futuro, no de pasados Al-Andalusistas). Pero no toda ideología tiene una contraideología en estos tiempos, y menos aún importada. Aunque lo más importante del discurso de Zapatero en Naciones Unidas es que en España los políticos vuelvan a hablar no sólo de luchar contra los efectos, sino también contra las causas, "las raíces", de los terrorismos. aortega@elpais.es

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