Un final de cine
María Victoria es una desconocida. O al menos lo era cuando llegó a San Sebastián hace siete días. Nadie que la viera desgañitándose en la calle para parar un taxi -sin imaginarse que en esta ciudad los taxis sólo se pueden abordar en las paradas- o entrando en el hotel María Cristina cargada con dos bolsas de camisetas de publicidad se podía hacer una idea de lo que estaba disfrutando esa mujer.