Una lección

Están los novilleros de hoy muy necesitados de que alguien les diga qué es eso del toreo. Desde el tendido se lo pedían por favor. Resulta incomprensible. Educados en escuelas de tauromaquia, algunos son hijos de toreros y otros llevan en sus cuadrillas subalternos de amplia trayectoria. Y sin embargo, se comportan como diestros de veinte años de alternativa. Es lógico. Viendo lo que hacen los matadores situados en lugar puntero del escalafón, debe parecer injusto que no se les dé paso.

La lección la dio tímidamente David Mora. No al público sino a sí mismo. Había despuntado con el capote en el quite por chicuelinas, rematadas con una media ajustadísima. Recibió a su primero con las zapatillas bien plantadas en la arena. Galleó sereno. Inició la faena con ayudados bajando bien la mano. Pero tendía a ponerse perfilero como sus compañeros. Para su propia sorpresa arrancó naturales con hondura cuando se cruzó, cuando cargó la suerte -normas básicas e inquebrantables de eso que se llama toreo-. Y Mora parecía creérselo. Lo estropeó al no dar la distancia justa al final. Se volcó con decisión para matar y salió mal parado. Esperaba contestar en el sexto, pero el animal tenía una embestida bronca y no se dejaba.

Cortés y De la Concha no aprovecharon la nobleza de sus novillos. Los unos y los otros se fueron sin torear. Si alguien les hubiera enseñado qué es eso del toreo, a estas alturas estaríamos hablando de otra cosa.