Franco
La pervivencia en la capital de España de estatuas dedicadas a personajes enemigos de la democracia es una asignatura pendiente de los diversos equipos municipales y autonómicos desde que acabó la dictadura. La efigie de Franco ecuestre y vencedor sigue en la plaza de San Juan de la Cruz. Las autoridades no saben qué hacer con ella. Entre otras razones, porque no pertenece al Ayuntamiento, pero tampoco se tiene noticia legal de quién es el dueño verdadero del monumento, aunque parezca mentira. Tierno Galván sugirió que las estatuas de los enemigos tienen que seguir donde están para que el pueblo despotrique a su gusto cuando pase ante ellas, y para no olvidar jamás a esos prohombres innombrables. A pesar de ello, hay gente que no puede aguantar que la estatua de Franco siga ahí, como si nada.
El abogado madrileño Francisco Fernández Goberna es una de esas personas. El pasado 28 de agosto presentó un escrito oficial en la oficina correspondiente del distrito de Chamartín solicitando la inmediata retirada de la estatua ecuestre, "que simboliza al general Francisco Franco Bahamonde, sin que pueda ser ubicada en otro sitio, y todo ello con la máxima urgencia". El letrado afirma en su escrito: "Es impensable encontrar en París una estatua del general Pétain; tan impensable como encontrar un monumento a Adolf Hitler en Berlín, a Benito Mussolini en Roma o a Sadam Husein en Bagdad".
El señor Goberna advierte a las autoridades de la pésima impresión internacional con vistas a la candidatura olímpica de Madrid. Si en el plazo de dos meses no hay contestación, la estatua ha de ser demolida. Todo parece indicar que nada de ello influirá en la salud de nuestro alcalde (cúrese usted pronto, señor). La mitad de las efigies de Madrid están temblando.
La susodicha estatua tiene existencia azarosa. Obra del escultor José Capuz, fue inaugurada por el propio Franco el 18 de julio de 1959. El dictador dijo entonces: "No necesitaba que me pusieran una estatua para tenerme entre vosotros". Todos aplaudieron, aunque perplejos.
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