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Columna
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Trastornos adictivos

Funcionarios de la agencia tributaria de la Comunidad de Madrid persiguen con afán justiciero y recaudatorio a 1.500 infractores de la Ley de Drogodependencias y otros Trastornos Adictivos, eufemística ley comunitaria que en su insólito título crea distinciones entre drogas ilegales que producen dependencia y drogas legales que causan solamente trastornos adictivos, como el alcohol, y en su caso, el café, el chocolate o el feo gesto de morderse las uñas. A la flamante ley madrileña se la conoce popularmente como ley antibotellón, y fue impulsada en su día por el alcalde Ruiz-Gallardón para acabar con una plaga nocturna de bebedores callejeros adolescentes, alborotadores y de costumbres poco higiénicas.

Los 1.500 "fugitivos" fueron sancionados por la Policía Municipal por beber alcohol en la calle fuera de las zonas acotadas para ello. La multa por la infracción asciende a la cantidad de trescientos euros que en el caso de los menores saldrá de las cuentas corrientes de sus padres y tutores que sufrirán el escarmiento como responsables de los insanos hábitos de sus hijos o pupilos. Sin embargo, existe un método legal que suprime la sanción si el infractor asiste a una charla didáctica de cuatro horas de duración a cargo de supuestos especialistas en drogodependencias y trastornos adictivos de la doble A, la Agencia Antidroga de la Comunidad. La influencia sobre las conciencias juveniles de charlas, sermones, exhortaciones y advertencias de los adultos, sobre todo si se prolongan excesivamente, debe ser prácticamente nula, si no contraproducente; exponer a lo largo de 240 minutos lo que podría condensarse en diez suena a punición y a penitencia. Consciente de la ineficacia de la oratoria y la retórica en el proceso de reeducación de adictos trastornados, el alcalde era partidario de las prestaciones sustitutorias, como la participación de los sancionados en labores de limpieza viaria en salomónica compensación por los daños infligidos a las vías públicas durante sus desenfrenadas bacanales sabatinas. La falta de un reglamento ad hoc impidió el desarrollo de estas medidas y el relevo en la alcaldía dejó en manos de Esperanza Aguirre tan espinoso asunto. Los 1.500 infractores en situación de busca y captura por los agentes tributarios, talonario en mano, son fugitivos, fuera de la ley, por insumisión o por omisión, pues se supone que muchos de ellos pudieron no haber recibido la notificación de la Agencia Antidroga convocándoles a una amena velada en sus instalaciones con degustación de vídeos informativos, chácharas y coloquios. Si no recibieron la notificación por cambio de domicilio, ausencia o negativa a recibirla del destinatario, la Comunidad de Madrid dispone de otro método informativo, la inclusión, día sí, día no, de los nombres de los buscados en las páginas del Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid, una publicación de gran tirada que los adictos al botellón consultan ávidamente cuando se levantan con resaca.

La publicación el pasado domingo en estas páginas de un extenso informe sobre las incidencias de la persecución rompía uno de los tópicos más difundidos sobre el botellón, el de la minoría de edad mayoritaria entre los adictos. Según datos recogidos por la propia Agencia Antidroga, sólo el 2,8% de las aproximadamente 5.000 sanciones tramitadas por esta causa en 2004 corresponden a menores, el 97,2% restante lo forman ciudadanas y ciudadanos mayores de edad que podrían haber evitado la sanción si se hubieran emborrachado y armado jarana como adultos conscientes transitoriamente alterados en establecimientos provistos de las correspondientes licencias para intoxicar etílicamente a su selecta clientela. Se suponía, y se suponía mal, que la mayor parte de los adeptos al santo botellón lo eran porque su minoría de edad les impedía acceder a la compra de bebidas alcohólicas y a su consumo en los bares, pero no es así, por lo que cabe suponer que los precios de las bebidas y la debilitada economía de los jóvenes bebedores sean los factores más relevantes. Si tuvieran acceso a un trabajo bien remunerado tal vez dejarían esa odiosa costumbre y se limitarían a intoxicarse civilizadamente en los lugares correctos y luego pedirían un taxi para no estrellarse contra una farola. El botellón es sólo un síntoma de una enfermedad, perdón, de un trastorno adictivo de mucha mayor envergadura y que rara vez se reconoce como tal. Tal vez deberían darles la charla y la multa a los adultos irresponsables al margen de donde se hayan trastornado y de lo que hayan pagado por ello, impuestos incluidos.

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