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Reportaje:EL POETA CUMPLE 100 AÑOS

España, la raíz poderosa de su idioma

La piel de Pablo Neruda estaba hecha de palabras nerviosas como pájaros. Era difícil que sus palabras se quedaran quietas en una página o en unos oídos, porque abrían las alas y remontaban el vuelo para hacerse árbol, cordillera, ciudad oxidada, respiración de amante o piel de poeta. Como explicó el Canto general, la identidad de Neruda surgió de América, de las pampas planetarias y los ríos arteriales. Pero con las primeras lluvias y los primeros vientos llegaron también las primeras palabras. Toda memoria histórica es un ajuste de cuentas que se convierte en alianza, un abrazo de luces y sombras que funda nuestra realidad. El homenaje a las palabras de Confieso que he vivido reconoce la identidad del poeta y marca un ámbito de hermandad y entendimiento en la lengua: "Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras". El poeta sintió a España en el corazón desde la raíz poderosa de su idioma.

Cuando Neruda sustituyó a Gabriela Mistral como cónsul de Chile en Madrid, García Lorca y Alberti facilitaron su integración en la vida española
El ejemplo de Alberti, su relación amorosa con Delia y el espectáculo sangriento de la Guerra Civil le condujeron al compromiso literario y a la militancia comunista
Neruda no quiso regresar oficialmente a España para no ser manipulado por el Gobierno franquista. En 1970 bajó de un barco en Barcelona y paseó con García Márquez

Poetas hermanos

Los diccionarios, según Neruda, tienen lomo de buey, se defienden del frío con un chaquetón de pellejo gastado, huelen a madera y no son una tumba, sino un fuego escondido, una plantación de palabras. Cuando era cónsul de Chile en el Extremo Oriente, escribió a Rafael Alberti para pedirle un diccionario. Los dos poetas hermanos no se conocían personalmente, porque Neruda sólo había pasado por Madrid de manera fugaz en 1927, camino de sus agridulces tareas diplomáticas en Rangún, Colombo, Batavia y Singapur. Pero compartían en la distancia el amor a un mismo idioma, una crisis profunda que oxidaba sus antiguas melancolías y un cansancio parecido ante las formas puras del verso.

El autor de Sobre los ángeles recibió por correo una copia de Residencia en la tierra y difundió la desesperación lírica de Neruda por las redacciones de las revistas y los cafés de Madrid. Aunque no consiguió publicar el libro, dio a conocer a su autor. Pablo Neruda gozaba ya de un prestigio notable cuando por fin vino a vivir a España, en 1934, como cónsul de Chile en Barcelona.

Poco antes había coincidido con Federico García Lorca en Buenos Aires. Inventaron palabras, porque la amistad de los poetas es una forma de complicidad con el vocabulario: "Hay que darse cuenta de lo que es o no es chorpatélico. De otra manera uno está perdido. Mira ese perro, ¡qué chorpatélico es!". Homenajeados por el Pen Club argentino, leyeron en el hotel Plaza un discurso al alimón dedicado a Rubén Darío, uno de los jefes del idioma, que sabía reproducir con adjetivos el rumor de las selvas. Cuando Neruda sustituyó en febrero de 1935 a Gabriela Mistral como cónsul de Chile en Madrid, García Lorca y Alberti facilitaron su integración en la vida y en las cuestiones palpitantes de la poesía española. García Lorca había definido a Neruda, en una presentación ante los universitarios madrileños, "como un poeta más cerca del dolor que de la inteligencia, más cerca de la sangre que de la tinta". Es decir, Neruda iba a participar en el proceso de rehumanización de la poesía española, que se alejaba de la estética pura y conceptual representada entonces por José Ortega y Gasset y, sobre todo, por Juan Ramón Jiménez.

Los impulsos sentimentales del romanticismo se aliaban con las metáforas de vanguardia. Manuel Altolaguirre le encargó la dirección de una revista y el poeta chileno puso en marcha Caballo Verde para la poesía, decidido a defender un verso sin pureza. Se ganó, claro está, la enemistad de Juan Ramón, que ridiculizó sus excesos y tildó a sus compañeros de viaje de "amarillitos pollos poéticos". La edición española de Residencia en la tierra (Cruz y Raya, 1935), promovida por Bergamín, era entonces uno de los corazones de la creación literaria madrileña. Para apoyar a su autor frente a los comentarios de Juan Ramón y a las acusaciones de plagio que llegaban desde Chile, se publicó un folleto homenaje firmado no sólo por sus compañeros de generación, sino por poetas más jóvenes, como Luis Rosales o Leopoldo Panero. Pasados unos años, ya en 1942, incluso Juan Ramón Jiménez escribiría una "Carta a Pablo Neruda", rectificando sus descalificaciones: "Es evidente ahora para mí que usted expresa con tanteo exuberante una poesía hispanoamericana jeneral auténtica, con toda la revolución natural y la metamorfosis de vida y muerte de este continente".

La Casa de las Flores

Neruda declaró muchas veces que la conmoción de la Guerra Civil definió su evolución personal y literaria. El poema "Explico algunas cosas", perteneciente a España en el corazón, evoca la vida cotidiana en el barrio de Argüelles; las reuniones literarias en su casa, llamada la casa de las flores, "porque por todas partes estallaban geranios"; las noches de amistad y las mañanas de mercado, entre merluzas, patatas, aceites y vinos. Como poeta y como persona, Neruda comía o bebía con los ojos y hacía la digestión a través de las palabras. Y, de pronto, dejaron de estallar geranios y comenzaron a caer las bombas por culpa de unos generales traidores: "Mirad mi casa muerta, mirad España rota... Venid a ver la sangre por las calles". El ejemplo de Alberti, su relación amorosa con Delia del Carril y el espectáculo sangriento de la Guerra Civil condujeron a Pablo Neruda al compromiso literario y a la militancia comunista.

Trabajó por los republicanos españoles con uñas y dientes, es decir, con trenes y barcos. Organizó en París el tren que llevó a algunos de los escritores más prestigiosos de la época hasta el Congreso de Intelectuales Antifascistas que se celebraba en Valencia en 1937. Y tres años después, perdida la guerra, se hizo nombrar "cónsul encargado de la inmigración española", y cargó el Winipeg, un barco adquirido por el Gobierno de la República, con 2.000 exiliados, que pudieron huir de los nazis y rehacer su vida en Chile. Neruda declaró que ese había sido su mejor poema.

Desde entonces sus libros se llenaron de alusiones a España, a García Lorca, Hernández, Aleixandre o Alberti: "Para los que tenemos la dicha de hablar y conocer la lengua de Castilla, Rafael Alberti significa el esplendor de la poesía en la lengua española". Uno de los poemas más hermosos de Memorial de Isla Negra se titula "Ay, mi ciudad perdida": "Me gustaba Madrid y ya no puedo verlo, no más, ya nunca más...". La lengua común se había hecho experiencia humana, realidad histórica y nostalgia. En una entrevista de 1970 declaró a Rita Gibert: "Tal vez mis recuerdos más intensos sean aquellos de mi vida en España... Fue horrible ver esa república de amigos destruida por la Guerra Civil, que demostró la horrible realidad de la represión fascista".

Neruda no quiso regresar oficialmente a España para no ser manipulado por el Gobierno franquista. En 1970, aprovechando que su barco atracaba en Barcelona, bajó en secreto para pasear con García Márquez por las salas del Museo Naval. También bajó al puerto de Tenerife, donde fue recibido por los jóvenes escritores canarios Fernando G. Delgado, Luis León Barreto y Juan Cruz. En secreto, amparados por un idioma superador de todas las alambradas ideológicas, el viejo poeta evocaba sus nostalgias españolas y los jóvenes escritores recuperaban una historia que se les había robado. El centenario de Neruda, además de un ejercicio de admiración literaria, supone todavía el pago de una deuda con las penumbras y los silencios de la memoria. Estamos eligiendo nuestro pasado, y los estamos llenando de palabras.

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