Prisas de ministra
La ministra del cine asegura que no legislará sin consultar previamente al sector. Pero parece que esta semana se le ha escapado públicamente otra idea precipitada. Se han lanzado contra ella numerosos artículos de prensa y, de paso, sin piedad, contra cuantos hacen el cine español. La ministra parece haber insinuado la intención de recuperar aquel impuesto de doblaje que pagaban las películas extranjeras por utilizar el castellano, fórmula que se inventó en tiempos de Franco para proteger a la industria española con el dinero recaudado por medio de esa tasa. Y funcionó bien el ardid, puesto que el Estado se ahorraba unos cuartos y a la hucha de la protección cinematográfica no le faltaban ingresos. Más tarde, con la entrada en Europa, y con no pocas presiones de las compañías norteamericanas, desapareció aquella ley... y el cine español se quedó a dos velas. Mientras tanto, el ejemplar cine francés ha seguido alimentándose en buena parte de los ingresos en taquilla de las películas extranjeras. Y les va muy bien. Aquí, no parece posible que a la ministra le dejen recuperar ese terreno perdido. Le han saltado como fieras los columnistas de siempre.
Según ellos, este gesto sería "una contrapartida por los servicios prestados antes de las elecciones por los cineastas españoles", un "echar una mano a la alicaída industria cinematográfica española por la puerta de atrás". Y se han lanzado contra los del cine español "que quieren hacer caja sin esfuerzo ni imaginación". Les han llamado "titiriteros contra la guerra" y "demagogos sectarios", y hasta han arremetido contra el cine de Almodóvar, "casposo, cutre, ejemplo de las esencias más zafias que se puedan expresar...".
Se ha amenazado con que subiría el precio de las entradas, o que la propia ministra haría que fueran más caras las de las películas dobladas. (¿Puede hacer eso un ministro?). Es cierto que el precio de las entradas solía subir en aquellos tiempos antiguos: así lo decidían las propias distribuidoras americanas... cuando la película era tan larga que se hacía un intermedio... para vender más chocolatinas o palomitas. Poco a poco los avispados distribuidores fueron introduciendo ese pomposo intermedio en películas de duración normal, precisamente para alargarlas, o fingían que estaban rodadas en 70 mm, lo que también aumentaba el precio de la entrada, cuando en realidad eran películas rodadas en 35 mm como las de toda la vida. Picaresca de Hollywood aliada con la de muchos exhibidores, que el público aceptaba como algo inevitable.
Aplicar ahora alguna de aquellas disposiciones franquistas sería consecuencia de que "nuestros directores no dejan de ser un sumidero de recursos públicos para realizar largometrajes politizados como ellos mismos, que, además de hacer un mal trabajo, se han ganado la enemistad de una mitad de España que se niega a cederles parte de su presupuesto". Otro articulista ha dicho: "Me niego en redondo a que un euro mío sea entregado a estos cazadores de subvenciones e intelectuales de salón". Otro culmina: "Si se ha llegado a defender a Sadam frente a Aznar, ¿cómo no se va a rendir tributo de emulación a Moctezuma? Y a Macías el guineano, faltaría más".
¿Ha dicho realmente la ministra todo esto de la tasa de doblaje? Pues calma, señora, que hay jauría.
Babelia
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