Teatro de los Sentidos convoca a una gran fiesta del vino en el Poble Espanyol
Una carpa instalada en el Poble Espanyol, en Barcelona, servirá de escenario para una gran fiesta de la vendimia organizada por la compañía Teatro de los Sentidos. El grupo, que experimenta con la poética del cuerpo, presenta desde hoy hasta el 31 de julio su montaje La memoria del vino, que es también un carnaval en el que el espectador (sólo si así lo desea) participa cubierto con una máscara.
El espectáculo será el desembarco simbólico de la compañía en la montaña de Montjuïc: a finales de año estrenará sede estable en el equipamiento conocido como El Polvorín. La concesión del espacio (antigua propiedad del Estado cedida al Ayuntamiento de la ciudad) causó malestar entre la oposición. CiU criticó al equipo de gobierno municipal por no haber abierto un concurso público, aunque no cuestionó la calidad del Teatro de los Sentidos, que dirige el colombiano Enrique Vargas. Éste aseguró ayer que la concesión, por 15 años, se había efectuado con un procedimiento totalmente acorde con la legalidad. El grupo podrá disponer de los 998 metros del equipamiento a cambio de un alquiler anual de 500 euros; además, se compromete a rehabilitarlo y adecuarlo, con una inversión global de 493.200 euros, de los que 360.000 serán aportados directamente por la compañía, mientras que se espera recibir ayudas y subvenciones para completar el total. Vargas señaló que la compañía tiene previsto abrir El Polvorín a toda la ciudad, "al servicio de las compañías de teatro". Será una "caja de herramientas" donde se organizarán talleres y laboratorios en torno a la poética del cuerpo.Oficialmente, el nombre de la sede de Teatro de los Sentidos será el de Centro Internacional de Dramaturgia de la Imagen y el Lenguaje Sensorial. Además, el local servirá como espacio de ensayo para las nuevas producciones de la compañía.
La memoria del vino cierra una trilogía que Teatro de los Sentidos inició con El hilo de Ariadna y Oráculos. En las dos primeras piezas se proponía al espectador una experiencia para vivir en solitario; en el fin de ciclo, en cambio, se trata de una celebración colectiva inspirada en la dualidad del dios Dionisio. Así, Enrique Vargas recuerda que se trata no sólo del dios del vino, sino que tradicionalmente se le ha representado con máscaras, símbolo de la otredad: de la convivencia de personalidades distintas dentro de una misma persona, y de la necesidad de abrirse al semejante como experiencia enriquecedora que permite evolucionar.
En el interior de la carpa donde se representa el espectáculo, actores y público convocan a su otro yo por medio de las máscaras mientras comparten todo el proceso de la elaboración del vino: pisan la uva, asisten a la fermentación y degustan el caldo resultante. "Como todas nuestras obras, ésta también es un juego. Pero detrás de todo juego hay un misterio", explica Vargas. En esta ocasión, el tema medular de la pieza consiste en que "sólo la locura salva el mundo". "Pero", añade, "se cuestiona qué tipo de locura".
Además de las actividades que piensa llevar a cabo en El Polvorín, la compañía (que antes de recalar en Barcelona tuvo sedes temporales, como máximo de tres años, en Gante, Módena, Berlín y París) dedicará los próximos meses a presentar La memoria del vino en diversos países y a preparar un espectáculo por encargo del Gobierno danés, en los actos conmemorativos del segundo centenario del nacimiento de Hans Christian Andersen (1805- 1875). El espectáculo se estrenará el año próximo en las calles de Barcelona con actores catalanes.
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