Rumbo exterior
La oposición a la participación española en la aventura de Irak fue un factor decisivo en la victoria de Zapatero. De ahí tal vez la importancia que el presidente parece querer otorgar a la política exterior en sus primeros pasos. Un terreno en el que no basta con el buen talante, aunque siempre beneficie una actitud receptiva. El próximo martes, Zapatero comparecerá ante el Congreso para informar sobre el Consejo Europeo que ha de cerrar el Tratado Constitucional y decidir los nombramientos de quienes han de llevar las riendas comunitarias en los próximos años. Comparecerá antes, no después. Ahora que tanto se habla de la participación en la formación de la voluntad nacional en relación a la UE, es una primicia interesante que la reunión se celebre antes de la Cumbre, y no tras ella. También sería deseable una consulta al Parlamento antes de enviar tropas españolas a Haití.
La nueva política exterior está en fase de despegue,pero la agenda no da respiro. El próximo viernes hay que cerrar el acuerdo sobre la Constitución europea de un modo realista. España ha de pensar en su capacidad de influencia más que de bloqueo. Y a fin de mes, en la cumbre de la OTAN en Estambul, Bush pedirá un mayor esfuerzo a la Alianza si no en Irak sí en Afganistán, lo que puede implicar una mayor participación española.
En cuanto a Irak, la resolución aprobada por unanimidad, España incluida, del Consejo de Seguridad no satisface la literalidad de las condiciones planteadas por Zapatero -control político y militar de la ONU- para permanecer. Si hubiera mantenido las tropas españolas hasta ese momento, la amenaza de retirarlas hubiera servido para mejorar algo esta resolución, aunque no para satisfacer esas condiciones. Tal empeño se hubiera enmarcado en una lógica de permanencia y no de retirada, que es lo que pedía a gritos la opinión pública española y, dadas las circunstancias, resultaba lo más sensato. No obstante, España ha influido a la hora de incluir referencias al respeto al derecho humanitario y a la necesidad de una fecha de caducidad para el mandato de la fuerza multinacional. La retirada no excluye una colaboración civil española con el nuevo Gobierno provisional iraquí para contribuir a los procesos electorales u otros.
También se han empezado a recomponer las relaciones políticas con México y otros países iberoamericanos. Pero el plan más ambicioso en elaboración de este Gobierno se refiere al impulso, con apoyo de la UE, del desarrollo del Magreb. Claro que antes, y como requisito previo, tendría que avanzar una solución para el problema del Sáhara Occidental. La renuncia del representante especial de la ONU, James Baker, tras fracasar en su intento de mediación, hace pasar a primer plano la iniciativa anunciada en abril por Zapatero en su visita a Marruecos. Una salida, apoyada por Francia, cuyo desenlace sería un referéndum en el que no se contemple la independencia, sino un estatus a determinar tras un periodo de autonomía provisional muy amplia en el seno de Marruecos.
La asignatura más difícil, tras la retirada de Irak, será la de las relaciones con EE UU. Urge designar un embajador de peso en Washington, y plantear intereses compartidos gane quien gane las elecciones de noviembre. De momento, pese al enfado inicial, las reacciones de la Administración Bush han sido tan cautas como las del Gobierno de Zapatero. Pero falta una estrategia de acercamiento que aún no se divisa.
Gran parte de la política exterior española ha de pasar, como no puede ser de otra forma, por integrarse de lleno en una política europea coherente. Ante las elecciones europeas de hoy, los partidos han dejado claras sus prioridades. Votar a uno u otro es la primera de las decisiones que deben asumir hoy los ciudadanos para influir en la dirección que cada uno prefiera.
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