En la frontera
El año en que Europa recupera la parte mutilada, el año en que Europa empieza a estar completa, Praga incluida, premiar a Claudio Magris puede parecer una obviedad. Nadie representa como él la atención permanente a la literatura de la Europa central, tantos años dividida por la política. Y nadie representa como él la sensibilidad por la cultura de los Balcanes, la penúltima fractura, que todavía Europa no ha sido capaz de recuperar. Magris representa a la vez lo que se ha avanzado y lo que queda por hacer en el proceso de recomposición cultural de Europa.
Pero Magris es mucho más que el cliché que se ha ido construyendo sobre él, desde que publicó El Danubio. "Las fronteras son ídolos que exigen sacrificios humanos". Esta frase suya resume su experiencia de triestino que nunca aceptó que las fronteras rompieran fidelidades, cortaran vidas y mutilaran culturas. Precisamente porque Trieste era lugar de cruce, territorio de paso, universo de delirios fronterizos, Claudio Magris, el cosmopolita que nunca se desprendió de las montañas del Carso, ha dado mil vueltas por el mundo como impenitente portador de la buena nueva de la literatura pero sin perder nunca el punto de referencia: su casa. Y allí ha seguido, incluso cuando se ausentó Marisa.
Nunca aceptó que las fronteras rompieran fidelidades, cortaran vidas y mutilaran culturas
Magris es la literatura hecha carne. Habla tejiendo el discurso con fragmentos literarios y transforma en imaginario para la literatura todo lo que ve y toca. Porque está convencido de que la literatura es la única capaz de proteger y guardar la vida. La literatura como un paraíso trágico, el único lugar en que lo que hemos vivido alcanza a sobrevivir.
Magris por edad y por convicciones ha compartido el destino de las generaciones del antifascismo y del izquierdismo. Pero la literatura le ha dado una relación con las cosas que le ha hecho estar atento al menor síntoma de deshumanización o de desvitalización de cualquier proyecto, promesa o fantasía. A veces pudo parecer que pasaba al lado de algunas citas de la historia. Pero él miraba al fondo: de las personas y de las palabras.
La literatura es, para Magris, "la custodia de la memoria", del mismo modo que es "custodia de este mundo físico, sensual, concreto" que es la vida. Su afilado rostro parece surgir como una exclamación de alguna página de un libro que puede ser muchos libros: los innumerables libros que desfilan permanentemente por su cerebro, atentos a los reclamos de cualquier estímulo que la vida ofrece, a una mirada de curiosidad infinita.
Escribir para mantener el difícil equilibrio entre lo que se va y lo que viene, entre lo que se recibió y lo que se está recibiendo. Probablemente, ésta sea la mejor definición de un humanismo renovado. Magris sabe perfectamente -y desde su tierra lo vivió de cerca- que el velo que separa la cultura de la barbarie es muy fino. Precisamente por esto le parecen tan bárbaros los proyectos que proponen empezar desde cero y dinamitar la memoria como aquellos que quieran hacer de la memoria eterna repetición. El hombre se escribe cada día.
Babelia
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