"Israel sólo ha venido a matar civiles"
Los habitantes de Rafah asisten con dolor al funeral por las víctimas del ataque del Ejército
Las guerras generan escenas surrealistas. Ayer por la mañana, las calles del campo de refugiados de Rafah estaban sumidas en un silencio sepulcral, sólo roto por el sonido seco de los disparos de ametralladoras y cañones aquí y allá, o por el motor de algún coche que avanzaba lentamente, ignorante de si en la esquina siguiente se toparía con un carro de combate israelí.
El miedo casi se podía tocar. De pronto, lo que parece un pequeño rumor se transforma en un fuerte griterío y aparecen, de no se sabe dónde, centenares de niños y chavales corriendo, gritando y portando banderas negras (Yihad Islámica), verdes (Hamás) y amarillas (Al Fatah). Lo que hasta ese momento era una calle amenazante se convierte en una especie de celebración. Muchos se pelean por llevar las banderas. Se cansan, se sientan y curiosean. "No se equivoque, no celebran nada, van hacia el funeral de los muertos de ayer", apunta un adulto, en la veintena, que acompaña a los muchachos.
"Lo he perdido todo. A cambio, todo lo que han prometido es una tienda de campaña"
"Cuidado con los niños, atraen a los misiles". Con esta expresión de humor negro algunos vecinos de Rafah, en el sur de la franja de Gaza, junto a la frontera con Egipto, expresan sus sentimientos por lo ocurrido en la manifestación del pasado miércoles, cuando un carro de combate israelí abrió fuego contra una marcha y mató a diez civiles. Ayer se celebraron sus funerales en la mezquita de Zahra, en el norte de Rafah.
Caminando lentamente se acerca un joven de barba rala, sandalias y camisa por fuera de los pantalones. Los adultos van hacia él, le besan y le abrazan. Es Mohamed Div, y su hermano Mahmud es uno de los muertos por los disparos israelíes. "Era el tercero de seis hermanos. Tres de nosotros estábamos en la manifestación contra el derribo de casas cuando comenzaron a sonar las explosiones", recuerda.
Mohamed hacía rato que había perdido de vista a dos de sus hermanos y, temiéndose lo peor, a duras penas consiguió marcar el número del teléfono móvil de Mahmud. "Sonaba y sonaba, pero nadie contestaba. Entonces probé con mi otro hermano. Contestó, lloraba y no paraba de repetir: 'Han dado a Mahmud, han dado a Mahmud", explicaba ayer.
Antes de que el féretro llegara en volandas y a la carrera, Mohamed Div recalcaba: "Digan lo que digan, los israelíes no han venido aquí a derribar casas, sino a matar civiles". En ese momento fue arrastrado por una multitud de brazos hacia la mezquita.
El cuerpo de Mahmud, cubierto con banderas con versículos del Corán, lo acaban de traer directamente de un invernadero que queda a menos de un kilómetro del templo. Allí, en una cámara refrigeradora, frente a una estructura de plásticos bajo la cual tratan de florecer los claveles, los palestinos han tenido que instalar un improvisado depósito de cadáveres.
"Ahí dentro hay ahora mismo 31 cuerpos, pero nos han dicho que estemos preparados porque vienen muchos más", dice Samir, quien durante unos días ha cambiado su oficio de cuidar de las plantas por el de vigilar a los muertos. Aquí también hay al menos una veintena de chavales. "Yo ya soy viejo, pero ellos, ¿cómo van a escapar de esta pesadilla?", exclama señalando a los chicos.
Otros habían tratado de escapar de la pesadilla construyendo su propio sueño. Farid Abu Taha es un oficial palestino que había puesto todos sus esfuerzos de muchos años en una casa. Él y sus hermanos trabajaron duramente para crear una especie de oasis en un mar de miseria. Por fuera era una vivienda de una planta bastante amplia, común a las demás, pero por dentro había logrado crear un ambiente muy diferente a la realidad circundante. Buenos muebles, modernos electrodomésticos, ordenadores, maderas y materiales especiales en el techo para evitar el calor.
"Hace dos días nos habían instalado la nueva nevera. Desde la azotea se veía Egipto", recordaba Farid con una mueca de amargura. Lo que no sabía cuando la semana pasada disfrutaba de la vista desde su azotea es que su casa ya estaba condenada. A apenas 250 metros de la frontera con Egipto, figuraba en los planes israelíes de demolición.
En la madrugada del miércoles al jueves supieron que la hora había llegado. "Salimos a la carrera. Somos 22 personas, de ellas, 11 niños". La familia de Farid se encontró con un fuerte tiroteo en la puerta de su casa. Gritos, llantos y desorden.
"No pudimos sacar nada. Con lograr pasar nosotros mismos ya teníamos bastante. Mis padres son mayores y casi no pueden andar, tuvimos que llevarlos en volandas". Farid está seguro de que su casa ya no existe.
"Lo he perdido todo. A cambio, todo lo que han prometido es una tienda de campaña". El palestino Farid es de ese tipo de personas que cuando tienen graves problemas ríen. Ayer no paraba de reír.
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