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LA POSGUERRA DE IRAK | La crisis en Estados Unidos

Rumsfeld decide sobre su dimisión

El secretario de Defensa de EE UU está contra las cuerdas tras el escándalo de las torturas en Irak

"Si uno no sabe cómo luchar, acaba lesionado. Si no sabes cómo moverte, acabarás con un ojo morado. Lo mismo ocurre en Defensa". En 1989, Donald Rumsfeld contaba a Bob Woodward en la cocina de la casa del periodista su experiencia de 1975, cuando fue, durante 14 meses, secretario de Defensa con el presidente Gerald Ford, utilizando los términos que conoce desde joven. Aquellas palabras son ahora premonitorias: Rumsfeld no ha sabido cómo moverse en los últimos meses. Víctima de un estilo que tantos triunfos le ha dado -atrevido, brillante, brutal, cáustico- y a punto de cumplir 72 años, el antiguo campeón de lucha grecorromana de la Universidad de Princeton tiene algo más que un ojo a la funerala. ¿Dimitirá? Sólo él sabe la respuesta.

Es casi tan negativo para Bush que Rumsfeld se quede en el Gobierno como que lo abandone
Rumsfeld perdió la cabeza cuando Bush le encargó actualizar los planes sobre Irak
"En el momento en que piense que no soy eficaz, dimitiré al minuto siguiente"
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Rumsfeld es un hombre de energía y talento. Es conservador, pero más pragmático que ideológico. Sus esfuerzos para renovar la complicada maquinaria del Pentágono han sido valorados positivamente por los expertos y algunos le consideran uno de los mejores secretarios de Defensa desde que se creó el puesto, en 1947. Acertó en la campaña de Afganistán. Más tarde, su apuesta de hacer una guerra rápida con un Ejército ligero en Irak salió bien al principio, hace un año. A partir de ahí, ha habido más errores que aciertos; el principal, la ausencia de planes para después de la victoria.

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La última equivocación de Rumsfeld -subestimar las denuncias de torturas y malos tratos en cárceles iraquíes y no alertar al presidente sobre la tormenta que se estaba formando- le ha costado muy cara. Ni siquiera con la salida del ex secretario del Tesoro Paul O'Neill fue la Casa Blanca tan dura como lo ha sido esta semana con Rumsfeld al filtrar a bombo y platillo que el presidente estaba muy irritado. El jefe del Pentágono, en un espectáculo inusitado a la luz de su estilo, lo admitió el viernes: "No supe reconocer lo importante que era elevar un asunto de tal gravedad a los niveles más altos, incluyendo al presidente y a los miembros del Congreso". El presidente ha dicho que es un miembro importante de su Gobierno al que no va a destituir. Pero el secretario de Defensa lleva plomo en las alas y cualquier remedio, ahora, es malo: a menos de seis meses de las elecciones, es casi tan negativo para Bush que se quede en el Gobierno como que lo abandone.

¿Cómo es posible que alguien con la capacidad y el carisma de Rumsfeld -un hombre que ha sido el secretario de Defensa más joven, en 1975, y el de más edad, en 2001, de EE UU- esté ahora contra las cuerdas? ¿Qué ha salido mal para que este pilar de la Administración que dirigió con habilidad y eficacia la respuesta militar a los atentados del 11-S se haya equivocado tanto en otra guerra? Allan Lichtman, catedrático de la American University y analista político, cree que a Rumsfeld le ha cegado el exceso de confianza que impregna a todo el Gobierno y que se metió en arenas movedizas con una mala planificación de la ocupación de Irak. "Demasiada arrogancia, demasiada autocomplacencia, demasiado oscurantismo. A la hora de buscar explicaciones, uno nunca debe subestimar la arrogancia del poder y la obsesión por el secretismo. Una y otra vez, estas dos características han perjudicado a Gobiernos en EE UU y en todo el mundo".

Desde que Donald Rumsfeld (Chicago, 9 de julio de 1932) se convirtió a los 17 años en un águila, el más destacado rango de los boy scouts, su vida levantó el vuelo de forma imparable. Criado en una familia de clase media, era buen estudiante y buen deportista. En 1954, mientras estudiaba Políticas en la Universidad de Princeton, se convirtió en un destacado miembro del equipo de lucha grecorromana. Fue luego piloto de combate en la Marina. En la cabina era tan agresivo como sobre la lona y tuvo aspiraciones olímpicas hasta que sufrió una lesión en el hombro.

Con ese espíritu de combate, Rumsfeld desembarcó en la política y consiguió un escaño en la Cámara de Representantes en 1962. A los 30 años y en plena era Kennedy, Rumsfeld era un republicano más bien liberal que apoyaba la lucha por los derechos civiles y que fue reelegido cuatro veces, hasta que, en 1969, se incorporó a la Administración de Richard Nixon. Ford sustituyó al dimitido Nixon tras el escándalo del Watergate y le nombró jefe de gabinete en 1974 y, en 1975, secretario de Defensa, el más joven de la historia. Cuando Bush hijo llegó a la Casa Blanca, echó mano de veteranos del partido para formar Gobierno y Rumsfeld se hizo cargo, por segunda vez, de Defensa. En esta ocasión, con 69 años, era el secretario de Defensa más viejo de la historia.

El 11 de septiembre de 2001, Rumsfeld estaba en el Pentágono cuando el tercer avión de los terroristas de Al Qaeda chocó contra el edificio. Él mismo organizó el plan de evacuación urgente y corrió al lugar del choque, en contra de la opinión de su gente de seguridad, para ayudar personalmente a las víctimas. Durante los meses siguientes, el secretario de Defensa fue la estrella en el firmamento de Washington. Organizó, con el general Tommy Franks y la CIA, una guerra rápida y eficaz contra los talibanes y Al Qaeda en Afganistán que, además, consiguió el respaldo de una comunidad internacional aún sobrecogida por los atentados del 11-S. Las intervenciones diarias de Rumsfeld en el Pentágono se convirtieron en espectáculos de lucimiento personal de ironías y bravuconadas que los periodistas y la opinión pública apreciaban. Una de las más significativas. "Sabemos que hay cosas que sabemos; también se sabe lo que no se sabe; es decir, que sabemos que hay cosas que no sabemos, pero también hay cosas que no sabemos que no las sabemos. Y éstas son las difíciles".

Aparte del ego, la opinión generalizada es que dirigió bien algo tan complejo como el Pentágono y dejó hacer la guerra a los generales. Quizá por eso y por disfrutar de unos índices de popularidad del 80%, Rumsfeld perdió la cabeza en un periodo peligroso, a partir del momento en el que Bush le encargó en secreto, en otoño de 2001, la actualización de los planes sobre Irak. Tras la victoria, lo demás es conocido: es la historia de los últimos doce meses de errores de imprevisión, de cálculo y de sensibilidad.

Michael O'Hanlon, experto en política exterior de la Brookings Institution, escribe en Newsday que la misma capacidad y la misma energía que convirtieron a Rumsfeld en un personaje clave de la política americana explican su empecinamiento en el error: "Una combinación de suprema confianza en sí mismo, una potente convicción en lo justo de la causa, una falta de sensibilidad constante hacia muchos aspectos de la política árabe y un estilo de capa y espada que queda mejor en las pantallas de la televisión de EE UU que en París, El Cairo o Bagdad, pueden explicar por qué Rumsfeld ha cometido errores tan graves. Cuando se equivoca, se equivoca a fondo".

¿Dejará Rumsfeld el Gobierno? Depende de que sea útil o no en el plan de reelección de Bush. Por tanto, eso es lo que están calculando ahora el presidente, los líderes republicanos y el propio Rumsfeld. Después del rejón de muerte que le clavó, Bush asegura que no le va a destituir, pero de ahí no se desprende un apoyo a ultranza; eso mismo hará la mayoría de la dirección republicana. ¿Y él? En sus intervenciones del agotador calvario del viernes ante los comités de las Fuerzas Armadas de la Cámara y del Senado, Rumsfeld no contestó a las principales preguntas de los congresistas o dio argumentos insuficientes o insostenibles sobre los interrogatorios y el retraso en informar del escándalo. Pero dio pistas interesantes sobre su futuro.

¿Dimitir? No, dijo el secretario de Defensa la primera vez, si es algo que se plantea como política partidista. Pero cuando el senador Lindsey Graham, republicano, le preguntó si en esta situación de quiebra política personal podrá llevar a cabo sus tareas, ésta fue la respuesta: "Llevo mucho tiempo dándole vueltas a eso. La clave, efectivamente, es la eficacia. En el momento en el que piense que no soy eficaz, dimitiré al minuto siguiente". No contento con la explicación, el senador Evan Bayh, demócrata, le preguntó si su dimisión podría servir para demostrar que EE UU se toma en serio el escándalo y, quizá, para reparar en parte el daño sufrido. "Es posible", fue la lacónica respuesta de un guerrero agotado que quizá se sentía ya de espaldas sobre la lona en la última pelea de su vida.

Rumsfeld, con la cabeza inclinada, ante ~la comisión de asuntos militares del Congreso de EE UU el viernes.
Rumsfeld, con la cabeza inclinada, ante ~la comisión de asuntos militares del Congreso de EE UU el viernes.REUTERS

"Sé capaz de dimitir"

Donald Rumsfeld ha violado algunas de sus reglas y quizá eso explique sus problemas. Pero todavía está a tiempo de cumplir una de ellas, de lacerante actualidad: "Sé capaz de dimitir. Le serás más útil al presidente y realizarás mejor tus funciones". Otra, no menos irónica, reza lo siguiente: "El precio que hay que pagar por estar cerca del presidente es que hay que darle malas noticias. Le fallas si no le dices la verdad".

Maestro de la política, en la que lleva 42 años, hábil con el lenguaje, el secretario de Defensa elaboró "Las reglas de Rumsfeld" cuando era jefe de gabinete del presidente Ford, en 1974. Después las ha actualizado y ampliado y ahora forman un corpus de unas 150 normas que son el compendio del saber político imprescindible para sobrevivir en Washington.

En el apartado Servir al presidente, la última de las 26 reglas también viene a cuento, aunque en este caso Rumsfeld la está cumpliendo: "Por encima de todo, ¡no eches nunca la culpa al jefe!". La número 7 tampoco está mal: "Si metes la pata, díselo al presidente y rectifica rápidamente. Los retrasos sólo complican más las cosas".

"Las Reglas de Rumsfeld", cuya utilidad y alcance probablemente trasciendan las orillas del Potomac, han sido citadas con profusión por el autor, pero seguramente nunca pensó que se le podrían aplicar en este vía crucis que puede significar su final político. Si eso ocurriera, también hay consejos útiles para el futuro. En el apartado Para no perder los papeles en la Casa Blanca, la regla número dos dice: "Jamás pienses que eres indispensable o infalible. No dejes tampoco que el presidente u otros crean algo tan absurdo". Y si Rumsfeld no pierde el sentido del humor y la capacidad de autocrítica, también aprovechará esta otra regla: "En política, cada día está repleto de numerosas oportunidades para cometer graves errores. Disfrútalo".

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