"En Beirut aprendí a ser más fuerte"
Escritora y periodista, Maruja Torres (Barcelona, 1943) consiguió el éxito con Mientras vivimos, premio Planeta 2002, de la que vendió más de medio millón de ejemplares. Ahora vuelve con Hombres de lluvia (Planeta), una historia situada en Beirut que ella define como de secretos y verdades.
Pregunta. El Líbano es, en principio, el escenario de la novela, pero lo cierto es que acaba siendo el personaje principal.
Respuesta. Sí, y más que Líbano, la capital, Beirut, que es un estado de ánimo, una ciudad que permanentemente se destruye y se reinventa; y es también una parábola de los pocos triunfos y muchos fracasos de los intentos de convivencia multicultural. En realidad, los que mejor viven son los desarraigados voluntarios, como son los personajes de Hombres de lluvia. Aparte de que Beirut aporta mucha densidad ambiental.
"Creo que los miedos y las dudas de hombres y mujeres se parecen mucho"
P. Más que una parábola del triunfo y el fracaso, creo que hace una parábola de la impostura. Habla mucho de mentiras en el libro.
R. Creo que en el acercamiento entre Oriente Medio y Occidente, entre ese "nosotros" y ese "ellos", hay muchas ocultaciones,disimulos, medias mentiras, fingimientos y trampas. En un contexto así me resultaba más fácil contar una historia de personajes que se mienten para encontrar la verdad, y todo ello al filo de los tiempos de incertidumbre que se nos acercan. La novela termina en el umbral de la invasión de Irak, con los interrogantes que plantea.
P. Malcolm, el joven personaje central, llega a un supuesto mundo por descubrir y se encuentra con una maraña de mentiras. Malcolm es, por cierto, el primer soporte narrativo masculino que usted utiliza, con las dificultades que ello supone para una autora.
R. Lo difícil fue llegar hasta él, comprender que era un chico joven quien tenía que narrar la historia. Antes barajé varias ideas vulgares, historias de amor, etcétera. Pero sólo cuando me puse en la piel de Malcolm la cosa empezó a funcionar, y no hubo otra dificultad que la de darle forma física; creo que los miedos y las dudas de hombres y mujeres se parecen mucho, por distintas que sean nuestras sensibilidades. Por otra parte, hay dos voces más, la de Michel y la de Gastón, también masculinas, cada una a su manera. Todo ello me permitió que Valeria y Laura, e incluso Alia, las mujeres, quedaran, aunque en un segundo término, muy potenciadas por su excepcionalidad.
P. Todos ellos forman parte de esa maraña de mentiras.
R. Es una novela de iniciación, al revés. Sobre un chico bastante neutro y sin ambiciones que no busca sus orígenes, y que los encuentra gracias a la red de supercherías que tejen a su alrededor los otros personajes, en una ciudad que conoce de su pasado más que él mismo, en donde la doblez no está mal vista socialmente. Y no digo más, para no desvelar la trama.
P. Hablemos del enjambre de personajes que rodean a Malcolm. Muchos vienen del mundo del reporterismo, que usted conoce perfectamente, y no salen bien parados.
R. Sí, hay algunas fuentes de inspiración, pero no de una pieza. Es decir, he tomado un poco de esto, un poco de lo otro. Aquellos que viven allí a cuerpo de rey, una existencia que aquí no podrían permitirse. Y hay un personaje, Michel, que, aunque parezca sacado del periodismo, tiene mucho más que ver con mi propia historia familiar. A mí me gusta mucho Valeria, que es una de esas mujeres que viven como guardianas de la memoria, de las que hay tantas en todas partes. En este caso, memoria de Beirut. Y me gusta Gastón Nicolau, el viejo cantamañanas, que me parece simpático pese a su marrullería. Y los criados, Habib y Eloïse, tan libaneses en sus comportamientos. Y Selim, el contable, un pícaro auténtico.
P. ¿Son tan peculiares los reporteros que trabajan en estas zonas conflictivas? ¿Cree que se convierten en reyezuelos neocolonialistas?
R. Hay bastante de eso. No todos, por fortuna. Pero sí existe un tipo característico: el que va de orientalista, que se las sabe todas sobre historia y política, lo del papel, pero que se moja muy poco con la gente. Y luego están los otros, los que a fuerza de amar el riesgo sólo aman la guerra, y no quieren que vuelva la paz porque entonces tampoco son nadie. La Beirut que prefiero es la de hoy, con dificultades pero sin conflictos sangrientos.
P. Ha tardado casi cuatro años en volver a la literatura desde que obtuvo el Premio Planeta. Al igual que Malcolm, vuelve al escenario en el que usted ha crecido como persona, donde ha aprendido cosas fundamentales de la vida.
R. Desde luego. Yo allí me hice más fuerte y también aprendí a mirar con mayor sensibilidad, a apreciar los placeres fugaces y más generosos, a agradecer un día sin bombas, la visión de unos niños jugando en la calle o el sol poniéndose al atardecer. Aprendí, como Malcolm, a vivir al día, a aprovechar el momento. Y ésa es una lección impagable. La historia de Malcolm me la tuve que inventar para meter mi visión de Beirut, alterada por los sentimientos de los personajes, en una novela. Y se quedará ahí para siempre, en mi estantería, ocurra lo que ocurra. Por otra parte, es una ciudad que a mí me permite en mis viajes mentir también: amablemente, pero vivir, desarrollar varias personalidades, protagonizar ocultaciones simpáticas.
Babelia
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