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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Esperanza

Desde que en 1985, los médicos del Hospital Infanta Elena en Huelva, me diagnosticaran que era diabético, cada mañana, recién levantado, cojo mi bolígrafo de insulina y me pincho para administrarme la dosis adecuada. Por la noche antes de la cena, hago la misma operación.

No son los únicos pinchazos que tengo que hacerme obligatoriamente. La yema de mis dedos están totalmente perforadas de pequeños agujeritos para saber el nivel de azúcar en sangre que mi cuerpo tiene y actuar en consecuencia. Mis nalgas, mi barriga tienen pinchazos por todos lados. Son los lugares que he destinado para inyectarme la insulina. Si las cuentas no me fallan llevo 13.780 pinchazos.

Desde aquel año mi vida depende de la insulina que almacenada en esa especie de bolígrafo, que en vez de escribir pincha y suelta, ese líquido lechoso que hace que los diabéticos insulino-dependientes podamos seguir viviendo. He tenido que adaptar mi vida a todo lo que supone padecer una enfermedad que tiene múltiples repercusiones. Mi profesión de jornalero, de la que me sentía muy orgulloso, también se fue al traste.

La medicina actual tiene puesta grandes y fundadas esperanzas a corto o medio plazo en el desarrollo de las investigaciones con células madres embrionarias. Todos los datos obtenidos hasta ahora, son esperanzadores y apuntan a que pueden culminar con resultados extraordinarios, que acabarían erradicando enfermedades tan malignas, peligrosas y mortales como las de Parkinson, Alzeimer, cardiovasculares o la diabetes, por citar algunas.

Esos esperanzadores procesos de investigación tienen una enorme repercusión positiva en la gente que padecemos algunas de estas enfermedades crónicas, porque en ellas vemos y ansiamos poder definitivamente curarnos.

Sin embargo, toda nuestra alegría se convierte en tristeza, y no niego que también en indignación, cuando inmediatamente que se presentan los avances científicos, como los que hace unos días presentaron médicos de Corea del Sur, la cadena de reproches y de rechazos contra los mismos superan lo puramente razonable, más aún si lo hacen en nombre de algún tipo de moral.

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Me niego a aceptar que exista moral alguna que repruebe estas investigaciones con células madres embrionarias. En todo caso, quienes se oponen son personas que dicen hablar en nombre de una moral determinada. Debo dar las gracias a no sé muy bien quién por no tener la misma moral que este tipo de gente. Mi ética personal, me dice con absoluta claridad, que no se le puede poner zancadillas a unos estudios científicos que probablemente serán capaces de curar enfermedades hoy incurables y que como consecuencia de ello generará más vida, mas alegría, mas ilusión y felicidad, entre los seres humanos.

La moral o la ética, tiene que estar estrechamente ligada a lo que vivimos, sufrimos o padecemos. Tiene que ser favorable a crear una vida mejor para todos y contraria a cualquier tipo de muerte o enfermedad, cuya causa, pueda ser curable.

La comunidad científica está convencida de la gran potencialidad de estos experimentos con células madres embrionarias y no dudan en señalar que de ellas vendrá la solución para millones de seres humanos. Corresponde ahora a los gobiernos, a los organismos internacionales y a todos los que tengan competencias en salud, incrementar y poner a disposición de los científicos, todos los recursos disponibles para que esos trabajos concluyan lo antes posible y de manera exitosa y para que el conjunto de la humanidad se beneficie de ella.

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