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EL DECLIVE DE ALEMANIA

Las tres crisis que minan al coloso europeo

Alemania se halla agarrotada por la corrupción, la recesión y el deterioro de los servicios públicos

Cuenta la leyenda que el padre de Hans Tietmeyer, el poderoso ex presidente del Banco Federal Alemán, el Bundesbank, era funcionario de correos en un pueblo de Westfalia y cuando recibía una carta privada firmaba el conforme con su propio bolígrafo, en vez del de la oficina. Según Tietmeyer, no podía utilizarse la tinta del Estado para fines privados. Sin duda, Tietmeyer se revuelve en su tumba al contemplar la Alemania actual.

Max Strauss, el hijo mayor del legendario primer ministro de Baviera Franz Josef Strauss, comparece ante un tribunal de Augsburgo acusado de evadir un par de millones de euros de impuestos, producto de las mordidas en contratos por la venta de aviones y armamento. El ex canciller Helmut Kohl, el artífice de la unidad alemana y uno de los padres del euro, reconoció haber recibido entre 1993 y 1998 donativos ilegales para su partido democristiano (CDU). Kohl se negó a divulgar el nombre del donante, porque había dado su palabra de honor. Tuvo que pagar una multa para evitar una condena y le quitaron la presidencia honorífica de la CDU.

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También se descubrió hace poco que Kohl, unos meses después de dejar la Cancillería, el 18 de mayo de 1999, firmó un contrato de asesoría con el llamado zar de los medios de comunicación, Leo Kirch, con un salario de 600.000 euros anuales por no hacer casi nada. La quiebra de Kirch obligó a la ruptura del contrato.

Hace pocos días, Florian Gerster, presidente de la Oficina Federal de Empleo, el Inem alemán, el mayor organismo público del país, con 90.000 empleados y 50.000 millones de euros de presupuesto, fue destituido de su cargo por contratar asesores de forma irregular. También se celebra estos días en Düsseldorf el mayor proceso de la historia económica de Alemania contra el presidente del Deutsche Bank, Josef Ackermann; el ex presidente del sindicato IG Metall Klaus Zwickel; el ex presidente ejecutivo de la empresa Mannesmann Klaus Esser, y un par más de altos ejecutivos, acusados de estafa en el reparto de 111 millones de euros en concepto de indemnizaciones y jubilaciones de privilegio con motivo de la venta de la empresa al consorcio británico Vodafone.

La Fiscalía de Berlín ha admitido a trámite la denuncia por estafa contractual contra la firma Toll Collect, formada por la primera empresa de la telefonía alemana Telekom y la legendaria Daimler-Benz, la que produce los coches con la estrella en el morro. Toll Collect ha demostrado su incapacidad para poner en marcha el sistema de cobro de peaje por vía satélite a los camiones en las autopistas. Esto provoca en el fisco alemán una pérdida estimada de 180 millones de euros cada mes. Fecha de entrada en funcionamiento del sistema de cobro: ni se sabe.

La relación podría seguir. Los periódicos alemanes y los telediarios están plagados de informaciones de este tipo. Se publican libros sobre corrupción, como el del prestigioso periodista del Süddeutsche Zeitung Hans Leyendecker La trampa de la corrupción. Cómo nuestro país se hunde en los tejemanejes. La solapa del libro resume la situación: "En la clasificación mundial de las repúblicas bananeras, Alemania ocupa ya el puesto 18. En la policía, en la Administración, en las empresas municipales, en los medios o las clínicas, por donde quiera que se lance la mirada: la corrupción se extiende como una metástasis. Se soborna a empleados y funcionarios, los empresarios se meten en sus bolsillos sumas gigantescas y a los políticos se les da aire, como se llama a los untos en la jerga de los iniciados".

A la crisis económica, que se prolonga ya desde hace tres años con estancamiento y recesión, y la de liderazgo político, con un canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder (SPD), y un Gobierno federal que parecen sumidos en la absoluta confusión, se añade en la Alemania actual otra mucho más profunda y estructural, casi se podía decir que antropológica: la destrucción y desaparición de las virtudes tradicionales que llevaron un día al país a la cumbre de Europa y le situaron entre los primeros del mundo.

Hoy en Alemania la puntualidad de los trenes pertenece al pasado. La nueva empresa de los ferrocarriles alemanes ha tenido que rendirse a la realidad y ha introducido estos días un sistema de indemnizaciones para compensar a los viajeros los retrasos. Desde hace tiempo se ha considerado a Alemania como un desastre en los servicios. Los empleados de servicios carecían en Alemania de prestigio social. La consecuencia: una pésima calidad en ese tipo de prestaciones, desde la hostelería al comercio.

La empresa Telekom, sobre la que reside nada menos que la base de las comunicaciones del país, se puede convertir en una auténtica tortura para el cliente. Prestaciones que en cualquier país europeo no tan avanzado duran menos de una semana, como instalar una línea telefónica, se demoran en Alemania hasta dos meses. El trato al usuario ha extendido ya el mote de Teleterror. Un periodista noruego, una de las múltiples víctimas de Telekom, lo definía: "Tengo la sensación de estar hablando con empleados de la antigua República Democrática Alemana", la Alemania del otro lado del muro y las alambradas.

Más gravoso para la economía alemana resulta el desastre de Toll Collect, la empresa que ganó la licitación para instalar los controles del peaje de camiones en las autopistas alemanas. El sistema de control por satélite con unidades a bordo de los vehículos, un aparato que cuesta unos 400 euros y requiere una complicada instalación, estaba llamado a ser una joya de la tecnología alemana, un producto exportable a toda Europa. Toll Collect es el resultado de la unión de Telekom con Daimler-Benz, dos de las empresas punteras de Alemania, más una tercera francesa. El nuevo sistema prometía unos ingresos en torno a los 150 millones de euros mensuales destinados en el presupuesto a mejorar las infraestructuras viarias y ferroviarias.

Las unidades a bordo de los camiones no funcionaron. La tecnología no estaba desarrollada en la forma debida y todo estaba mal programado. El cobro de los peajes, previsto para el pasado septiembre, se ha aplazado sin fecha. Toll Collect ha fijado como nuevas fechas para la puesta en marcha del sistema: una primera fase el 1 de enero de 2005, y la definitiva, el 1 de enero de 2006. Como máximo, en caso de no funcionamiento, la empresa aceptaría pagar una indemnización de 500 millones de euros. Mientras tanto, el Estado pierde 180 millones de euros cada mes por ingresos no percibidos y salarios pagados al personal contratado para no hacer nada. Hasta la entrada en funcionamiento del mecanismo las pérdidas podrían ascender a 2.800 millones de euros que ya faltan en las obras públicas. Los contratistas advierten de que si no llegan las obras están en peligro hasta 70.000 puestos de trabajo.

Todo ello, unido a la falta de reparación de las infraestructuras. El Gobierno, presionado por el Parlamento federal (Bundestag), exige cuentas a Toll Collect y amenaza con denunciar el contrato. No se sabe si será peor el remedio o la enfermedad. La denuncia del contrato supone una nueva licitación y un retraso que puede suponer dos o tres años. Mientras tanto, en Suiza y Austria, con un sencillo sistema de microondas, en vez del pretencioso vía satélite alemán, el cobro de peajes funciona sin problemas y se burlan de lo que se ha calificado de una de las mayores chapuzas de la historia industrial de Alemania.

Los alemanes del siglo XXI son los que menos horas trabajan al año en Europa, se jubilan con una edad media de 60,2 años y los costes por hora trabajada son de los más altos de Europa, con excepción de los países escandinavos. La cifra de parados se mueve en torno a los 4,5 millones, pero no se incluyen aquí los parados que participan en cursos de formación profesional.

Al mismo tiempo, funciona a toda máquina la llamada Suiza de los pobres, el trabajo negro, que no cotiza al fisco ni a la seguridad social. Se estima que la economía sumergida mueve 350.400 millones de euros, el 16,5% del producto interior bruto alemán. Si este trabajo negro entrase por las vías legales, tal vez se hablaría de pleno empleo. Las transferencias a la antigua Alemania del Este ascienden a unos 80.000 millones de euros al año, en torno a un 4% del PIB. No obstante, el Este de Alemania es gran parte un páramo industrial con zonas de porcentajes de paro por encima del 20%.

Mientras que el Gobierno intenta salir de la crisis, los consumidores reaccionan con una auténtica huelga de gasto que supone una fuerte restricción a la demanda. Un desastre para la recuperación económica y para salir de la recesión. El programa de reformas sociales ha creado confusión e inseguridad entre los ciudadanos. El temor a que las jubilaciones no estén aseguradas y su congelación, por primera vez desde el final de la guerra, ha sembrado el temor entre los alemanes. La reforma sanitaria obliga a pagar prestaciones que hasta el 1 de enero eran gratuitas. Esto significa que buena parte de los ingresos por la reforma fiscal y la reducción de impuestos acordada a finales de año entra en un bolsillo y sale por el otro.

Se ha extendido el eslogan "la avaricia nos pone cachondos", una invitación a no gastar que supone un golpe para la recuperación económica. Los comercios realizan rebajas escandalosas para atraer a unos clientes que no gastan porque no saben lo que les depara el futuro.

Alemania celebra estos días el segundo centenario de la muerte del filósofo Immanuel Kant, el mismo que escribió aquello de "actúa siempre de tal forma que la máxima de tu voluntad pueda al mismo tiempo servir de principio para una legislación general". Los alemanes de hoy parecen haberse olvidado de los imperativos morales del filósofo nacido hace 200 años. La actuación del presidente del Deutsche Bank, Ackermann, y los otros acusados el día de la apertura del proceso por estafa en Düsseldorf lo pone de manifiesto. Muertos de risa ante las cámaras de televisión, Ackermann hizo el signo de la victoria como un Michael Jackson cualquiera. Una burla para los jubilados, que ven sus rentas congeladas y contemplan con temor el futuro, o los que tienen que arañar sus euros para pagar las medicinas que siempre habían sido gratuitas.

Trabajadores del sindicato IG Metall alemán, durante una manifestación en Stuttgart contra la renegociación de las pensiones.
Trabajadores del sindicato IG Metall alemán, durante una manifestación en Stuttgart contra la renegociación de las pensiones.ASSOCIATED PRESS

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