Tres contundentes deseos

El debut de Mercedes Sampietro en su primera gran noche como presidenta de la Academia fue para muchos de lo mejor de la ceremonia de la XVIII edición de los Goya. Con la aparente serenidad que siempre ha caracterizado a la protagonista de películas como Lugares comunes o Gary Cooper que estás en los cielos, Sampietro decidió cambiar el tradicional discurso por "tres deseos". Pidió trabajo para los cineastas españoles y espectadores para sus películas. "Y", añadió, "un país donde el arte fuera considerado un bien de primera necesidad, un país cuyos responsables encajaran las críticas como las encajamos nosotros, que amaran el cine como lo amamos nosotros y que además tuvieran sentido del humor. Con una televisión tan atenta a los índices de audiencia como a los índices de decencia. Un país que mimara a sus creadores, que los valorara como un lujo y no como un impuesto. Un país abierto de mente, plural de palabra, sin guerras, en paz".

El Goya a la inquieta Laia Marull la confirmó como la actriz del año

Sampietro no dejó el escenario. Invitó a algunos presidentes anteriores a que la acompañaran (Marisa Paredes, Aitana Sánchez-Gijón, Gerardo Herrero, Antonio Giménez Rico y José Luis Borau) y tomó una vez más la palabra. Fue la primera vez que los presidentes de la Academia unían sus fuerzas y salían juntos en una gala de los Goya. Sólo faltaba, por motivos profesionales, Fernando Trueba. Esta vez, con mayor contundencia, Sampietro dijo: "La Academia quiere esta noche reiterar su defensa incuestionable a la libertad de expresión y su rechazo absoluto a cualquier forma de censura".

Hubo declaraciones de intenciones y recuerdos del pasado (la presentadora Cayetana Guillén mostró sus manos blancas contra ETA como hace años lo hizo José Luis Borau) y buenas palabras (la película ganadora, Te doy mis ojos, dio pie a manifestaciones solidarias de todo su equipo con las mujeres maltratadas). Pero las familias de los premiados fueron, una vez más, las más mencionadas. Fernando Tejero abrió la noche con el Goya al mejor actor revelación por Días de fútbol. Se lo dedicó a todos: abuelos, padres, hermanos y amigos. Citó al actor Alberto San Juan, a su hermana Beatriz San Juan "y a muchos más". Su emoción sólo fue comparable al de la otra actriz revelación, María Valverde, la niña de La flaqueza del bolchevique. Vestida por Elisa Bracci y con unos lagrimones que no le dejaban casi respirar, Valverde miraba a su madre que tampoco paraba de llorar en el patio de butacas.

La joven actriz compitió en belleza y glamour con Leonor Watling (vestida de Chanel), la exuberante colombiana Angie Cepeda, la sexy Elena Anaya, Elsa Pataky (Gucci), Silvia Abascal (Armani), las elegantes Pilar López de Ayala y Ariadna Gil, y la siempre inquieta Laia Marull, que con el Goya a la mejor actriz se confirmó como la intérprete del año.

Los niños protagonistas del cortometraje de Daniel Guzmán Sueños lograron hacer reír con sus delirantes dedicatorias. "A todos mis colegones", dijo el más pequeño de ellos, que provocaba tantas carcajadas que no le dejaban hablar. A Candela Peña (Goya a la mejor actriz de reparto), se la oyó decir que estaba recién operada de "un tumor", y, con su habitual desparpajo, señaló que su vestido (encaje blanco y cola) se lo había "cosido" su tía Carmen.

La mujer de José Luis López Linares (director del mejor documental) salió, móvil en mano, a recibir el Goya. Al otro lado del teléfono, el realizador, que esa noche rodaba un anuncio en Madrid, le transmitía sus palabras.

La famosa diseñadora de vestuario Yvonne Blake dedicó "el cabezón" a su equipo ("tiene gracia que premien a una inglesa como yo por vestir a Carmen y a los bandoleros"), Héctor Alterio se abrazó a sus hijos Malena y Ernesto al recoger su Goya de honor: "Dedico este premio a mi mujer, a mis hijos, a la Argentina, a la Unión de Actores y, decididamente, a la libertad de expresión". Icíar Bollaín le dijo a su madre que era una "abuela sin fronteras" por cuidar de sus hijos mientras ella trabaja y Eduard Fernández emocionó recordando que le había arrebatado el Goya al hombre que, hace años, "cuando sólo era un figurante", le trató como un actor". La mirada entre Fernández y su maestro Joan Dalmau (el viejo miliciano de Soldados de Salamina) fue lo más cinematográfico de la larga noche.