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Columna
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Desmemorias europeas

El ex canciller federal Helmut Kohl ha tenido años muy trágicos desde que perdiera las elecciones en 1996, el poder y poco después, en un drama familiar escalofriante, a su mujer Hannelore. Ha sido acusado de muchas cosas desde entonces. Cometió, como no puede ser de otra forma en cuatro legislaturas de jefe de Gobierno, innumerables errores. Pero nunca nadie lo ha descalificado por "tibio". Ayer en este periódico -unos días antes en el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung-, demostraba en una entrevista que los últimos años de infortunios no han cambiado su carácter que tanto contrasta con los modos sinuosos de su sucesor Gerhard Schröder al describir la realidad.

"Es una verdadera vergüenza que precisamente Alemania no cumpla con los criterios de estabilidad y busque triquiñuelas. No puedo callar ante esta ignominia de la política alemana. Estamos dilapidando nuestra credibilidad ante nuestros vecinos y en el mundo". Cierto que Kohl tiene mil motivos para estar dolido. Pero sus palabras en esa entrevista a recordar son una prueba más de la conciencia histórica que tiene él y de la que carecen los nuevos adalides de ese "directorio" o eje Berlín-París, ampliado a Londres cuando convenga y cuando no, pues con Moscú para otras tareas. Los demás veintidós miembros de la UE a asentir o a callar por recién llegados o por pequeñitos o por haber tenido la osadía de cumplir sus compromisos respecto al déficit. En caso contrario, castigados.

Así se podía funcionar después de las Guerras Napoleónicas y los Valses del Congreso de Viena. Pero precisamente de aquello -y también mucho del Pacto Ribbentropp-Molotov- se acuerdan muy bien los polacos y por eso Varsovia ha salido tan respondona. Tiene memoria. Ayer, el presidente del Parlamento Europeo, Pat Cox, acompañado por la vicepresidenta de la Comisión, Loyola de Palacio, estuvieron en Madrid y hablaron de la necesidad de un acuerdo cuanto antes, porque las dilaciones son, en esta situación, altamente peligrosas. Es necesaria la memoria para construir bien el futuro. El primer ministro irlandés, Bertie Ahern, estaba al mismo tiempo con José María Aznar en La Moncloa, donde probablemente escucharía una versión de los acontecimientos del desastroso semestre berlusconiano muy similar a la ofrecida por Kohl. Quizás con una dosis mayor de inquina hacia la actitud francesa. Hay cierto debate sobre quién arrastró a quién, en la crisis de Irak como en la de Bruselas. Kohl considera sumo culpable a su sucesor, al que detesta. Otros piensan que el canciller era arrastrado por París. Los insultos de Chirac a los polacos, que Kohl critica con vehemencia, son sólo una prueba más de esa osadía desvergonzada que surge de la ignorancia de la historia, ajena y también propia.

Moraleja de todo ello es que sin memoria, sin respeto a la historia, pero también sin respeto al pasado inmediato del que forman parte los tratados y pactos firmados, se pueden hacer muy mal las cosas. Después cuesta encarrilarlas. La Unión Europea tiene su origen en la buena idea de evitar nuevas guerras después de 1945. Ha sido un éxito porque en Europa occidental son ya casi inimaginables y si en la oriental no se han producido tras el desmoronamiento del imperio soviético ha sido por la disciplina en la reforma democratizadora que tuvieron que adoptar los Estados para cumplir su afán de ingresar en el club de los bienaventurados. Sin la UE dictando normas y ofreciendo la suprema recompensa de la integración, regiones como Transilvania, Eslovaquia oriental o la Bukovina podrían hoy antojársenos parajes de Chechenia.

Dice Kohl que uno de los graves problemas del actual Gobierno alemán es precisamente esa despreocupación por la historia. Lleva inevitablemente a un faldicortismo político del beneficio inmediato y a la desconsideración de las consecuencias a medio y largo plazo. Dicen que la corrupción es el mayor peligro actual para las democracias. La falsificación e ignorancia de la historia son el otro. Aquí en España, adonde Cox vino a una gran conferencia de víctimas del terrorismo, lo sabemos muy bien. Conviene recordar las realidades del pasado, tan tercas ellas. Si alguien lo duda que pregunte a Carod Rovira en qué lengua convenció a Mikel Antza para que mate lejos de su casa.

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