_
_
_
_
Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La República toma la palabra

José María Ridao

De acuerdo con una de las opiniones más extendidas, lo mismo entre sus correligionarios que entre sus enemigos, Manuel Azaña fue el mejor orador de la República. El mejor, no sólo por la corrección verbal con la que expresaba sus ideas, sino por la precisión racional y la variedad de los acentos -gravedad, emoción, ironía- con las que acertaba a presentarlas dependiendo de la circunstancia y la condición del auditorio. Agitador contra una monarquía que unió su suerte a la de la dictadura, resuelto militante en favor de la causa de la República cuando aún estaba por llegar, dirigente de un partido que concurre en elecciones libres, hombre con responsabilidades institucionales al expresarse como presidente del Gobierno o como jefe del Estado: para cada uno de sus múltiples papeles en la vida política española, Azaña disponía de recursos retóricos diferenciados aunque siempre dirigidos a reagrupar a sus compatriotas, fuese en torno a sus ideas o, sobre todo, a las instituciones que encarnó.

DISCURSOS POLÍTICOS

Manuel Azaña

Edición de Santos Juliá

Crítica. Barcelona, 2003

499 páginas. 24,90 euros

Más información
Un Estatuto para Cataluña

La selección de discursos realizada por Santos Juliá tiene el extraordinario mérito de haber sabido compaginar el criterio de la calidad, incluyendo en virtud de él las intervenciones políticas más ricas y profundas de Azaña, con el de la trascendencia histórica de la ocasión en la que fueron pronunciadas. Gracias a esta fecunda combinación, lo que en principio no se presenta sino como una antología de discursos políticos de quien fue el último presidente de la República resulta, en realidad, mucho más que eso: un formidable ensayo sobre la historia de España y, a la vez, una penetrante biografía sobre uno de sus protagonistas más destacados, sobre una de las mayores figuras intelectuales y políticas de nuestro país. Por las páginas de este volumen van transitando, como al trasluz, los principales acontecimientos que abarcan desde el advenimiento hasta el práctico colapso de la República y, al mismo tiempo, la angustia creciente de un Azaña que llegará a reconocerse en el Parlamento como "el bulto todavía parlante de un hombre excesivamente fatigado".

El recorrido emocional entre la esperanza en una España mejor gracias a la República y la convicción de asistir a un nuevo fracaso de la razón y la tolerancia deja una huella sutil, pero persistente, en la estructura y en los procedimientos retóricos de Azaña. Como señala Santos Juliá en la introducción, sus constantes referencias a la historia tienen como objetivo "mirar atrás para proponer un arriesgado salto adelante". Pero tienen, además, otro propósito de mayor alcance y en el que no se suele reparar, que es el de reconducir las interpretaciones y discursos ideológicos enfrentados secularmente en España al espacio común del régimen republicano. De este modo, Azaña adopta con frecuencia términos y expresiones de bandos con los que no se siente identificado para, redefiniéndolos, arrastrarlos al interior del sistema constitucional. En el momento de la instauración de la República, Azaña se muestra, así, como un fogoso tradicionalista, sólo que de una tradición que es preciso retrazar y reformular para que sustente y desemboque en las aspiraciones de la Constitución de 1931. Asimismo, reclama la condición de revolucionarios para los hechos que ponen fin a la monarquía, sólo que, para él, no hay mayor revolución en nuestro país que la de disponer de unas leyes democráticas y la de ajustar a ellas la confrontación política y social.

A medida que se avanza en la lectura de esta selección de sus discursos, a medida que se avanza en el deterioro de la situación política y en su paralela inquietud personal, Azaña va abandonando el recurso de atraer los extremos mediante la apropiación y redefinición de sus principales conceptos de batalla. En contrapartida, va inclinándose hacia una oratoria de acento más íntimo, más despojada de parapetos tras los que ocultar su visión de las cosas a fin de que, al presentarla como fruto exclusivo de la razón, sus compatriotas puedan ir aceptándola e incorporándola sin recelos a su acervo de ciudadanos de la República. Más se acerca el final y más es Azaña, el Azaña íntimo y recóndito, el Azaña en el que prevalece la lucidez del intelectual sobre la eficacia del político, el que toma la palabra para prestársela a la República, a la España en libertad tantas veces negada. Ya no habla de tradición, ya no emplea el término revolución para referirse a un régimen en el que, de acuerdo con sus concepciones, sólo debía gobernarse "con razones y con leyes". En un descenso cada vez más acelerado hacia el infierno del fracaso y de la melancolía, ahora reclama que llegue al ánimo de los españoles "el sentimiento de la misericordia y de la piedad"; ahora sostiene que "no se triunfa personalmente contra compatriotas"; ahora se despide para siempre de la vida pública española con un breve, estremecedor testamento -paz, piedad, perdón- que los militares rebeldes se negaron a escuchar y que del lado de la República en guerra, de la República que él presidía, fue sometido a censura.

Después, ya sólo el silencio, el inquebrantable y definitivo mutismo de quien, de acuerdo con una de las opiniones más extendidas lo mismo entre sus correligionarios que entre sus enemigos, habría sido el mejor orador de la República.

Manuel Azaña (1880-1940) visto por Loredano.
Manuel Azaña (1880-1940) visto por Loredano.Loredano

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_