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Coetzee llena de emoción la entrega de los Nobel

El escritor surafricano recibe el aplauso más largo de la ceremonia al recoger su premio de Literatura

Jesús Ruiz Mantilla

Ayer sí mostró emoción y repartió abrazos J. M. Coetzee. Fue después de recoger el Premio Nobel de Literatura de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia en una ceremonia corta -una hora y cuarto-, en la que se definió su literatura como "un cable de alta tensión que recorre el paisaje inhóspito de Suráfrica", según dijo Per Wästberg, el escritor y académico sueco que le presentó. Junto a Coetzee, que recibió el aplauso más largo de la ceremonia, recogieron también sus galardones Alexei A. Abrikosov, Vitaly L. Ginzburg y Anthony J. Leggett (Física); Meter Agre y Roderick MacKinon (Química); Paul C. Lauterbur y sir Peter Mansfield (Medicina), y Robert F. Engle III y Clive W. J. Granger (Economía).

"La escala de recursos dedicados en EE UU a la investigación supone el doble de la media de la Unión Europea", afirmó Bengt Samuelsson
"Coetzee ha levantado las máscaras de nuestra civilización y descubierto la topografía del mal", dijo el académico Per Wästberg

Es una de las fiestas del año en Suecia. El 10 de diciembre, los Nobel. Muchos se reúnen en familia para verlo en la tele. Primero, la entrada, con colas de limusinas en la puerta, de las que salen los invitados vestidos de largo o con frac riguroso para hacer el pase de modelos congelado ante las cámaras y ante el público que acude a la puerta. Ayer se cumplió lo de siempre: hubo ambiente y gala, frío y curiosidad en las calles, con la novedad de una protesta contra la guerra de Irak en la plaza.

Todo fue cronometrado. A las cuatro y cuarto de la tarde, los invitados debían estar en sus asientos del Auditorio de Estocolmo. El rey entró a las cuatro y media y sonó el himno, interpretado por la Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo, dirigida por Stefan Solymon, que también intercaló obras de Mozart, Beethoven, Händel y Poulenc entre los premios y los discursos.

Coetzee amarró su seriedad y castigó duro a su timidez proverbial al final del acto para hacerse fotos con todo aquel que se lo pedía y repartió besos y abrazos a barullo. Fue un gran día para el escritor surafricano, que iba de cabeza con tanto cóctel, celebración, discurso, recepción, algo a lo que este hombre que habla de los dramas universales con una capacidad de comunicación en su escritura insólita no está acostumbrado a hacer como convención social.

Wästberg hizo un corto repaso por todos sus libros, desde Esperando a los bárbaros hasta Foe, que se publicará en España en junio; desde Desgracia y La edad de hierro a sus memorias, Infancia y Juventud o la nueva Elizabeth Costello: "Cada nuevo libro de Coetzee es increíblemente diferente a los demás. Se adentra en los espacios inhabitados de sus lectores y en sus autobiografías se apiada de sus otros yoes. No da concesiones, ni ofrece panaceas, ni alternativas, ni salidas de emergencia", afirmó. "Usted", agregó Wästberg refiriéndose a Coetzee, "ha escarbado a fondo en el suelo de la condición humana, en su crueldad y en su soledad. Ha dado voz a quienes están fuera de la protección de lo divino, con honestidad intelectual y un hondo sentimiento, con su prosa de precisión de hielo, ha levantado las máscaras de nuestra civilización y descubierto la topografía del mal".

No se asustó Coetzee con el discurso, un tanto tétrico, ni mucho menos, y con esa lentitud ascética con la que hace las cosas, se dirigió al rey Carlos Gustavo, recogió su premio, hizo sus tres reverencias -al monarca, a los académicos y al público, como todos los demás- y recibió el aplauso más largo de la ceremonia.

Al principio había tomado la palabra Bengt Samuelsson, presidente de la junta de la Fundación Nobel, que quiso llamar la atención sobre la importancia de invertir en investigación en Europa, algo que, a su juicio, se hace mejor y con más consistencia en Estados Unidos: "Lo que parece es que los avances científicos se han concentrado más en Estados Unidos. La escala de recursos dedicados a la investigación supone el doble de la media de la Unión Europea", dijo. De ahí que la mayoría de premiados cada edición sean estadounidenses, en esta ocasión siete, frente a otras partes del mundo, según dio a entender Samuelsson.

Luego empezaron a repartir los premios por el de Física, que, según advirtieron en el ensayo de por la mañana los portavoces de la organización a los medios de comunicación, "no por ser el primero que se entrega es el más importante". Abrikosov, Leggett y Ginzburg lo recibían por "sus contribuciones pioneras a las teorías de superconducción y superfluidos", según defendió también Mats Jonson, de la Academia Sueca de Ciencias y responsable del Comité Nobel de Física.

Después lo recogieron los químicos Meter Agre, "por sus descubrimientos sobre los canales en las membranas de las células y la importancia del agua en las mismas", y Roderick MacKinnon, "por sus estudios sobre mecánica y estructura de los canales en los iones". Lauterbur y Mansfield, de Medicina, fueron reconocidos por su investigación sobre la resonancia magnética, un método de diagnóstico que se utiliza de manera multitudinaria hoy en día.

Engle y Granger, de Economía, fueron los últimos en conseguir su placa de oro con la efigie de Alfred Nobel. Según Torsten Persson, miembro de la Academia Sueca de Ciencias, Engle lo obtuvo porque "su contribución a las ciencias económicas ha abierto un camino al nuevo campo de la econometría financiera". Mientras que Granger "ha logrado transformar la investigación y las previsiones con sus series macroeconómicas temporales".

J. M. Coetzee recibe, de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia, el Premio Nobel de Literatura.
J. M. Coetzee recibe, de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia, el Premio Nobel de Literatura.REUTERS

"Cuando el rey está en pie..."

Tan sólo uno de los premiados conocía los mecanismos protocolarios de la monarquía. Peter Mansfield, británico, Nobel de Medicina y sir, ya había practicado reverencias. Pero los siete laureados de universidades de Estados Unidos y J. M. Coetzee tuvieron que aprender el protocolo real en el ensayo general de la mañana. Fueron alumnos aventajados algunos, como Coetzee, que lo pilló al vuelo, o como el ruso Alexei A. Abrikosov, que trabaja en la Universidad de Illinois. Los demás se vieron obligados a ensayar hasta tres veces eso de "cuando el rey está en pie, todo el mundo se levanta", que les repetían como un mensaje machacón.

Lo aprendieron todos pacientemente, con los consejos y los avisos de sus compañeros de silla, "ahora, sí; ahora, no", les soplaban los más duchos, y pese a los problemas que tenía alguno como el economista Clive W. J. Granger, de la Universidad de California en San Diego, ya que acudió a la ceremonia con una escayola por una lesión en una pierna.

Además, a algunos les asaltaron las dudas, como a Anthony Leggett, también físico de la Universidad de Illinois: "¿Y si el rey nos dice algo, qué le respondemos?", preguntó. "El rey no suele decir nada, al menos por lo que yo he visto anteriormente", le tranquilizó el miembro de la organización que dirigía el ensayo. Así fue. Tan sólo un apretón de manos y la enhorabuena.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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