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Columna
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La dominación ideológica

La inscripción de la política exterior de EE UU en la cultura de la guerra ha recuperado la posición central que tenía en sus mejores tiempos. Ello ha sido obra de la utilización del 11 de septiembre por el clan Bush, con el antiterrorismo y las contiendas bélicas de Afganistán e Irak como contenidos fundamentales. Todo lo cual ha vuelto a poner en circulación en la izquierda europea el estereotipo del papanatismo y de la opción conservadora como atributos inherentes a los norteamericanos. Estereotipo que, en mi caso como en el de todos los que conocen ese país, no se puede compartir y que la lectura del espléndido libro de Howard Zinn -A People's History of the United States, Harper Collins, premio este año de los Amigos de Le Monde Diplomatique a su edición francesa con más de un millón de ejemplares vendidos- desmonta de manera rotunda. Zinn, catedrático emérito de la Universidad de Boston, nos relata sine ira et studio una resistencia, que no ceja, frente a la indignidad y la injusticia, nos presenta una secuencia de luchas protagonizadas por la gente de base y los movimientos sociales, que no se interrumpe nunca, desde los indios arawaks hasta los grupos que hoy se oponen a la guerra. Zinn nos habla de un pueblo permanentemente alerta, combativo, dispuesto a dar la vida en defensa de sus libertades. Pero si eso es así, ¿cómo cabe explicar la sumisión de la mayoría de los norteamericanos a una política que los está sacrificando a los intereses del complejo militar-industrial y de la economía petrolífera y a las exigencias de un imperialismo primario y suicida? La explicación principal está en la extraordinaria capacidad de condicionamiento de la dominación ideológica.

El tema no es de hoy y disponemos de un impresionante arsenal bibliográfico que ha intentado dar razón de este fenómeno. Autores como Dieter Prokop, Tod Gitlin, Armand Mattelart, Roberto Grandi, Paul Beaud, Kurt Lang, Marino Livolsi, McComb y tantos otros se han ilustrado en la tarea. Sus más significativos ejes teóricos han sido la hipótesis marxista de la alienación y las elucidaciones psicosociales basadas en el marco de la manipulación / persuasión que desembocan en el paradigma de la servidumbre voluntaria -Jean-Louis Beauvois, Traité de la servitude libérale, Dunod 1994-. Sin embargo, todas estas exploraciones desconocían la potencia ideológica de que dispondría, sobre todo en Norteamérica, la élite dominante en la segunda mitad de los años noventa. En efecto, la absoluta integración en un solo bloque del poder político, económico y mediático y la aceleración de los procesos oligopolistas, se tradujeron en la puesta en marcha de una maquinaria de funcionamiento casi perfecto y de efectos irresistibles. Pero que, como nos advierte Chomsky, no puede interpretarse como el resultado de una vasta y minuciosa conspiración, sino como la consecuencia de una dinámica social propia y autónoma, de una inescapable convergencia de intereses enmallados en una tupida trama de organizaciones y personas. Los principales ámbitos en los que conviven los grandes empresarios y los líderes políticos son la Comisión Trilateral, el Foro Económico Mundial (Davos), el Grupo Bilderweg, Aspen, Chatham House, el Transatlantic Business Dialogue, la Sociedad Mont-Pelerin, el European American Business Council, etcétera, que interactúan en estrecha simbiosis con los think tanks que representan la Heritage Foundation, el American Enterprise Institute, el Council on Foreign Relations, el National Endowment for Democracy, el Manhattan Institute, la Hoover, el Project for a New American Century, la Rand, la Freedom House, el Cato Institute, en los que se elaboran los mensajes más importantes de la actual doctrina USA, que desde ellos se lanzan a todos los medios de comunicación, sobre los que su hegemonía es total. En efecto, la concentración en este sector es tal que unos cuantos grupos -AOL/Time Warner, Viacom/CBS, MCI/WorldCom, Knight Reader, etcétera- en coordinación con los grandes trusts económicos determinan la producción de noticias, su flujo, la línea de comentarios y la opinión pública resultante. Con tan omnímodo poder no hace falta imponer nada, basta con dejar que opere la autoimposición. Stuart Ewen, con su Captain of Consciousness en 1977, y Geoffrey Geunes ahora con Tous pouvoirs confondus éditions EPO, nos muestran que sólo la contestación deslegitimadora de este orden mediático-ideológico puede devolvernos la esperanza.

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