Cuestión de tamaño
El relativamente pequeño Festival de Cine de Gijón acoge con riesgo inteligente una serie de películas aparentemente pequeñas que corresponden a ese buen cine que se hace con bajo presupuesto y con grandes ideas. Este festival tiene un estilo propio, una personalidad única (quizá compañera de la del Cinema Jove de Valencia), donde el visitante está obligado a recuperar su capacidad para la sorpresa. Donde menos se espera, tras un autor desconocido o un país de poca monta cinematográfica, salta una película importante, o al menos curiosa. Cine hecho sin dinero, rodado con frecuencia en la calle o en decorados naturales, es decir, algo similar a lo que se hizo en aquella nouvelle vague francesa de los míticos años sesenta, de los que a lo largo de esta semana se ha hablado en el aula de cultura de Alicante, con coordinación de Ramón Chao. ¿Significó aquella revolución una nueva vía para el cine o, como suele opinar Luis García Berlanga, supuso exactamente lo contrario? Según el director, haber esquinado entonces a las grandes productoras y el haber desertado de los rodajes en estudio dio al traste con la industria, dando así origen a las crisis de nuestros días.
También la de los Goya, que, al contrario de las yanquis, se compondrá de películas pequeñas (y muchas de ellas excelentes). Unas y otras, yanquis y españolas, grandes y mínimas, pueden ser buenas, no importa el tamaño. Pero la grandeza, ¡ay!, sí que importa cuando es sinónimo de poderío. Por ejemplo, los modestos productores independientes norteamericanos han llevado a juicio a la todopoderosa MPAA (Motion Picture Association of America) por su decisión de no enviar vídeos a los críticos para que decidan los premios Globos de Oro. Las películas independientes no siempre son fáciles de ver en los cines ni cuentan con las apabullantes campañas publicitarias de las grandes producciones. Contrarresta la MPAA justificando que lo hace para evitar la piratería, pero es evidente que su decisión sólo perjudica a los filmes pequeños. Una vez más, el pez grande se come al chico aunque asegure lo contrario. También los tiburones de Buscando a Nemo han decidido portarse bien y dejar de zamparse a sus semejantes... pero les sigue cautivando el olor de la sangre.
Y hablando de zampar, hasta los poderosos obispos del Vaticano quieren engullirse a Mel Gibson. Han determinado en su reciente congreso Cristo en el Cine que "cine y evangelización deben ir juntos", y Gibson se ha apresurado a retocar su película sobre la vida de Jesucristo antes de que la vean en el Vaticano. Por si la Inquisición. Una cosa es el tamaño de las películas y otra enfadar a los omnipotentes. Con la Iglesia hemos topado.
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