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Reportaje:

La lenta reconstrucción de Afganistán

Dos años después de la caída del régimen talibán, el país sufre los mismos problemas que cuando entraron las tropas de EE UU

Jorge Marirrodriga

Cuando se cumplen dos años desde la caída del régimen talibán en Afganistán, la reconstrucción del país se presenta casi en las mismas condiciones que cuando las tropas de EE UU se hicieron cargo de Kabul y Kandahar, las dos principales ciudades del país. Aparte de estas dos urbes y algunos puntos estratégicos, como la base militar de Bagram, a unos 50 kilómetros de Kabul, la presencia occidental es prácticamente nula en el resto del país, que en algunos casos ha vuelto a la situación previa a la llegada al poder de los estudiantes islámicos en 1996 con numerosos señores de la guerra luchando por sus privilegios.

"Hay que reconocer que algunas cosas no marchan bien", afirma William Taylor, embajador de EE UU en Afganistán. "La franja fronteriza con Pakistán se ha convertido en el escenario donde los talibanes siguen combatiendo. Las plantaciones de opio se están extendiendo pese a todos los esfuerzos y han comenzado los ataques terroristas contra objetivos civiles occidentales".

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Desde el pasado mes de mayo se han recrudecido los combates en el sureste del país y se han intensificado los ataques de las milicias talibanes contra las tropas internacionales, tanto pertenecientes a la Operación Libertad Duradera como las de la Fuerza de Estabilización (ISAF). Los ataques no se circunscriben sólo a esta zona. La base de Bagram, construida por los soviéticos y utilizada actualmente por EE UU como el corazón estratégico de sus operaciones en Afganistán, es atacada regularmente con cohetes. En la capital son frecuentes las amenazas a las tropas internacionales y dos soldados canadienses han resultado muertos en un atentado hace un par de meses. La semana pasada la gravedad de estas acciones subió un peldaño con el asesinato de una cooperante francesa y el secuestro de un ingeniero turco. "Dado que el ingeniero es un civil, el asunto queda en manos del Gobierno de Hamid Karzai", explica el comandante Sater, de la Fuerza Aérea de EE UU.

"Karzai se pasa el día prometiendo cosas, pero no es más que un muñeco en manos de EE UU", destaca un importante miembro del Club de Prensa de Kabul que pide mantener el anonimato para evitar represalias. "Él es el principal señor de la guerra. No hay reconstrucción ni hay nada. Nos van a dar leyes que no nos sirven, porque no respetan las tradiciones del pueblo afgano. Los americanos van a salir de aquí peor que de Irak", añade. "Esto no es Irak", rebate el embajador Taylor. "A diferencia de allí, aquí existen resoluciones de Naciones Unidas y todas las fuerzas militares que operan aquí cuentan con el visto bueno de la ONU. Existe un Gobierno y una Administración independientes y nosotros estamos intentando reorganizar una sociedad desestructurada tras 25 años de guerras".

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Los representantes occidentales recuerdan que siempre se presta más atención a las malas noticias que a las buenas y dan algunas cifras. Hasta el momento se han reconstruido más de 7.000 kilómetros de pistas, que si bien no están asfaltadas al menos resultan transitables. Durante 2002 se emplearon 23 millones de dólares en ayuda sanitaria y 72 clínicas y hospitales fueron reconstruidos. Se han impreso 25 millones de libros -los talibanes los quemaban- y unos tres millones de estudiantes han podido volver a las escuelas, el 30% de los cuales son niñas. Es el doble de cualquier otra cifra en la historia de Afganistán. Aunque lo cierto es que la presencia de las fuerzas internacionales que garantizan un cierto orden apenas se circunscribe a Kabul y alrededores y las obras que éstas llevan a término -carreteras y fortificaciones- son más de interés militar que de uso civil.

Uno de los principales puntos negros está en la agricultura. El cultivo de amapola se extiende imparable por el país, amenazando con inundar de droga los mercados occidentales el próximo año. Muchos campesinos están fuertemente endeudados con señores de la guerra locales y se ven obligados a plantar lo que éstos quieren. Por otra parte, una fuerte sequía que azota el país desde hace años impide plantar prácticamente ninguna otra cosa. "El problema es de Occidente, si redujeran la demanda de droga no tendría sentido el cultivo del opio", se justifica otro periodista afgano que también teme represalias, "porque los americanos lo leen todo".

Un ejemplo de cómo funcionan las cosas es el aeropuerto de Kabul, emblema de la reconstrucción en Afganistán. La bandera de Alemania ondea en lo alto de la torre de control, mientras que la de Afganistán no se ve por ninguna parte. Varios cientos de militares occidentales, entre ellos un destacamento español, custodian y gestionan sus instalaciones. Son los que dan los permisos de vuelo, cargan y descargan los aviones y deciden cuándo el aeropuerto está abierto y cuándo cierra. Las únicas señas visibles de autoridad afgana son un enorme retrato de Masud, el león del Panshir, icono de la resistencia contra los soviéticos primero y los talibanes después, y algunos soldados del nuevo Ejército que pasean con aire indolente y las manos en los bolsillos. Algunos piden el pasaporte, pero son las indicaciones de los militares occidentales las que prevalecen.

Varias jóvenes afganas asisten a clase de informática en Kandahar, donde están matriculadas 200 mujeres.
Varias jóvenes afganas asisten a clase de informática en Kandahar, donde están matriculadas 200 mujeres.AP

Símbolo político

La carretera que une las dos principales ciudades del país, Kabul y Kandahar, en la actualidad es una pista prácticamente intransitable donde para recorrer 450 kilómetros son necesarios, al menos, dos días, eso sin contar posibles contratiempos como asaltos y problemas mecánicos. Los estadounidenses quieren convertirla en el símbolo de la reconstrucción del país y se han propuesto que en tan sólo ocho meses será posible recorrer esa distancia en apenas seis horas. "El dinero necesario será aportado a finales de diciembre, según ha dicho el propio Bush", señala el embajador de EE UU en Afganistán.

En el proyecto participan japoneses, turcos e indios. "La carretera se ha convertido en un símbolo político", reconocen los estadounidenses.

En efecto, se trata de unir la capital política del país con la ciudad donde más simpatías y apoyo despiertan los talibanes y donde se mira a la Administración de Karzai con más recelo. La carretera puede ser presentada como un logro de la campaña en Afganistán; por eso los talibanes han multiplicado en las últimas semanas los ataques y sabotajes contra los trabajos.

Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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