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Columna
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Espejismo

Enrique Gil Calvo

Por lo que se ve, contra el nacionalismo ahora toca monar-quismo. No tengo nada contra el heredero de la Corona, y mucho menos contra su tardía decisión de casarse -aunque no todos los de su generación, forzados por la necesidad a ser tan tardíos como él, puedan hacerlo con tanta facilidad-. Pero desalienta formar parte de un país que dedica toda su atención mediática a la crónica rosa de la realeza. Esto parece lógico en los medios obedientes al dictado de La Moncloa, que intenta tapar como puede los problemas que ha creado y no sabe cómo resolver. Pero resulta chocante que también les imiten los demás medios independientes, incluida la prensa escrita de referencia, cuando dedican tanto espacio al espejismo principesco: mero acontecimiento mediático en el sentido de Dayan y Katz. Esto sí es pensamiento único, y no la socorrida globalización neoliberal.

Para entender esta extraña conjura de unanimidad filomonárquica, conviene interrogarse sobre cuáles son los problemas que se pretende tapar con el espectáculo monárquico como maniobra de distracción. Podría tratarse de las divisiones fratricidas recién afloradas en la cúpula del PP, que todos los analistas habíamos predicho para el día siguiente al aparente mutis de Aznar, como en efecto ha sucedido. Pero tapar esta evidencia previamente anunciada sólo tiene sentido en los medios gubernamentales, pues los independientes deberían estar explotando tan jugosa trifulca. Así que tiene que haber otra amenaza más alarmante que preocupe por igual a todos los medios, ya sean afines al poder o a la oposición. Y entonces hay que pensar en el plan Ibarretxe: esa carga de profundidad que el lehendakari ha puesto bajo la línea de flotación del ordenamiento legal español. Tanto es así que los fastos del 25º aniversario de la Constitución han perdido toda su credibilidad, quedando descafeinados como un vacío simulacro. Y, por lo tanto, conviene disimular, mirando para otro lado. De ahí la masiva atención prestada al anuncio del feliz enlace, a fin de no amargarse la vida con el anuncio del desenlace vasco, que augura un final aciago.

Como es evidente, el desafío de Ibarretxe nos afecta a todos, ya estemos con el Gobierno, con la oposición o no alineados. Y su amenaza gravitará como una espada de Damocles sobre las próximas elecciones generales, donde está en juego la mayoría absoluta del Partido Popular. ¿Alguien puede creer que Mariano Rajoy posee la autoridad moral suficiente para revalidar o al menos retener el voto mayoritario de Aznar? Evidentemente, no, como demuestra su incapacidad para enfrentarse a las primeras divisiones internas que empiezan a abrirse entre sus filas. Ahora bien, si el Partido Popular pierde su mayoría absoluta, esto será inmediatamente interpretado por Ibarretxe como una favorable oportunidad para sus expectativas de triunfo, ya que debilitará a su principal opositor y reforzará su capacidad de maniobra por las difíciles negociaciones que habrán de abrirse para formar mayoría en Madrid. En cambio, si Rajoy retuviera la mayoría absoluta, el lehendakari se vería probablemente obligado a renegociar su plan a la baja, si es que no lo difería hasta las calendas griegas.

En suma, la clave está en que el PP retenga o no su mayoría absoluta. Ahora bien, esto no depende tanto de Rajoy como del electorado catalán, cuyo veredicto en las urnas del 16-N será decisivo para el futuro de España. Según cuál sea la aritmética de escaños resultante, puede surgir un president de la Generalitat escorado hacia el confederalismo asimétrico, si es que para ser investido precisa recurrir al independentismo de Esquerra Republicana. Pero eso despertaría tal alarmismo en el resto de España, por su concomitancia con el reto de Ibarretxe, que podría granjearle a Rajoy la revalidación de la mayoría absoluta -y ello por débil o blanda que resulte su imagen personal-. Es este renacimiento del temor al nacionalismo lo que explica que de nuevo se recurra al espejismo de la monarquía-refugio como reflejo condicionado por el recuerdo de un 23 de febrero infausto.

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