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Reportaje:LA POSGUERRA DE IRAK

Los desaparecidos de Karima

Familiares de decenas de miles de detenidos iraquíes buscan los restos de sus parientes

Ramón Lobo

Buscan armas de destrucción masiva, pero no las encuentran. No buscan desaparecidos, pero los hay por decenas de miles sepultados en fosas comunes: Irak es un país sobre una alfombra de cadáveres sin lápida. En la Asociación de ex Presos Políticos, familiares cabizbajos empapelan paredes y ventanas con fotos sepia de sus parientes. No hay ayudas, tan sólo unos ordenadores de segunda mano donados por USAid que se enfrían junto a ventiladores. Han pasado más de seis meses desde la caída de Sadam Husein e identificar a los muertos de la represión aún no es una prioridad internacional. "Nuestro trabajo no acabará el día que desentierren al último desaparecido; nuestro trabajo no va a acabar nunca", dice Ibrahim al Idrisi, director de la asociación.

"Es imposible que un Gobierno democrático olvide el pasado. Tiene que haber justicia"
"Nuestro trabajo no va a acabar nunca", dice el director de la asociación de ex presos
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En esa casona frente al río Tigris sólo hay historias de dolor. Karima Abdul Hasan, de 43 años, acaba de conocer la suerte de los suyos: su marido, Jerun, cuatro cuñados y su padre -que desaparecieron tras ser detenidos por los servicios de seguridad hace 20 años- fueron ejecutados en 1985. No existen pistas del lugar del enterramiento. Unos dicen que están en una fosa en el cementerio de Sakran; otros, al sur, en el desierto. "Ya no tengo esperanza de recuperarlos", dice hundida en una silla de plástico.

Los voluntarios de la asociación han introducido en los ordenadores donados una lista de cerca de 150.000 personas de las que disponen de un historial más o menos completo arrancado de la Dirección General de Seguridad. Karima pelea por un papel, la orden de ejecución de 520 detenidos, entre ellos su padre y marido, firmada por Sadam Husein. En la Asociación le dicen que no existe, pero ella lo ha visto antes de tratar de fotocopiarlo. "Algunos voluntarios son ex baazistas infiltrados que hacen desaparecer los documentos comprometedores", asegura la mujer. "Todo lo que lleva la firma del ex dictador no se pueden entregar; son pruebas en un eventual juicio contra Sadam", responde Al Idrisi. "Disponemos de medidas de seguridad, aquí se registra a todo el mundo a la salida. Es cierto que una vez sorprendimos a un hombre tratando de llevarse un expediente escondido en una olla, pero no es la norma", añade. Karima necesita saber la fecha de ejecución por un asunto de herencia: si su marido murió antes que el padre, la casa en la que vive pertenece legalmente a los dos hermanos menores que sobrevivieron a la matanza.

La vivienda de Karima tiene un patio que podría ser andaluz. Es un hogar modesto situado en el barrio de Al Huriya, de mayoría chiíta. Su hijo Haider se sienta a su vera. A veces clava los ojos en el suelo cuando ella relata el pasado. Tenía cuatro años y su hermana Hamara, dos. Ambos son hoy licenciados universitarios. "Vinieron en la madrugada del 18 de mayo de 1983. Iban armados y vestían el uniforme de la guardia especial. Entraron en el dormitorio y se llevaron a Jerun. Después, a cuatro de sus hermanos y a mi padre. También se llevaron a mi hermano Alaa. Era agente del Mujabarat . Le acusaron de no denunciarnos". De los siete familiares sólo tuvo noticias de Alaa. Tras ejecutarle sumariamente les devolvieron el cuerpo.

La mayoría de los más de 100.000 desaparecidos, la cifra más modesta, eran simpatizantes del islamista Al Dawa y del Partido Comunista. "En este barrio de estudiantes había dos imames gemelos

[Sayed Sabah y Sayed Necha]. Acudíamos a su mezquita. Fueron ejecutados en 1979 y 1980. A Necha lo metieron en ácido. Desde que detuvieron a los imames, el Mujabarat vigiló nuestra casa. Nos acusaron de pertenecer a Al Dawa".

Karima sabe que en Al Huriya hubo más casos como el suyo. Ha encontrado a 20 mujeres que como ella sobrellevan el peso de la memoria. "Me hace bien contar lo sucedido. Antes, cuando tenía un dolor dentro, no había gente cerca para hablar". La noche en que Jerun desapareció, ella tenía 20 años. Se había casado a los 13. Conserva fotos de sus seis desaparecidos en una cartulina que parece una orla universitaria. "No sé si querré viajar para explicar lo sucedido", dice. Tras horas de conversación, en las que a menudo se le humedecen los ojos, se corrige: "Creo que mi deber es contar lo que pasó bajo Sadam".

"Durante años nadie vino a vernos y no podía visitar a otros. La policía nos espiaba. Todos los que entraban en contacto conmigo corrían el riesgo de desaparecer. Existía un enorme vacío alrededor. Los amigos me dicen que tuve suerte porque son bastantes los casos de mujeres que fueron detenidas junto a sus maridos y después ejecutadas". Karima se aferra al futuro: "Es imposible que un Gobierno democrático olvide el pasado. Tiene que haber justicia. Cuando entierras a alguien lloras todo de golpe, y después sigues viviendo, pero yo he llorado mucho en estos años y aún sigo llorando".

Karima, junto a un sobrino y su hijo Haider (derecha), en su casa de Bagdad.
Karima, junto a un sobrino y su hijo Haider (derecha), en su casa de Bagdad.RAMÓN LOBO

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