Cuestión de triángulos
Una joven a la que le diagnostican un tumor en el pulmón, su novio y una prima lejana de la chica se encuentran en París. Son de provincias, aunque eso, en el fondo, cuenta poco. Porque lo que verdaderamente importa es contar cómo los celos de la enferma terminarán actuando como espoleta para una profecía autocumplida, y arrojarán a su amante en brazos de su pariente. Es ésta la punzante materia prima de Les corps impatients, primer largometraje de ficción del documentalista Xavier Giannoli, la última sensación en la cartelera francesa. Menos interesante, ciertamente, fue la segunda película en competición ayer en Zabaltegi / Zona Abierta, la producción vasca El final de la noche, del debutante Patxi Barco, a quien su veteranía de dos décadas dedicado a multitud de disciplinas del espectáculo no le ha sido de gran ayuda para salvarse del naufragio en el que acaba convertida su película.
Tiene Les corps impatients la impronta del ojo documental que se le supone a su realizador, la osadía de abordar un tema "fuerte" con un tratamiento casi entomológico, pero también la frescura para hacerlo sin complejos y con un respeto máximo hacia sus personajes. Con una cámara móvil y autónoma que actúa como un personaje más, Giannoli va mostrando paso a paso la angustia de la enferma, el lento calvario añadido a que la llevan sus celos y los problemas de conciencia de quienes la traicionan, sin ahorrar los malos tragos del tratamiento médico que va recibiendo la muchacha, aunque bien es cierto que no se hace aquí sensacionalismo ni de la enfermedad ni de la visión de los ardorosos cuerpos a los que remite el título.
Los actores
Como en cualquier dramaturgia conseguida, el director, que es también el guionista, se preocupa por dotar a sus personajes de las necesarias coartadas que les permitan hacerse creíbles ante sus espectadores. Se podrá entender y justificar o no la validez de sus actos, pero éstos resultan cualquier cosa menos caprichosos. Y lo que más agradablemente sorprende de la función es el magnético trabajo de los actores, que con personajes muy de hoy, es decir, seres que, parafraseando a Borges, desconocen el tráfico de la palabra, logran, a base de gestos, miradas y medidos silencios, hacerlos creíbles y cercanos.
Nada de esto tiene el otro triángulo, el que propone Patxi Barco en El final de la noche. El amor entre un hombre de oscuro pasado y una mujer a la que, de golpe, persigue el recuerdo de un tercero, su marido muerto, con el telón de fondo de un crimen mal resuelto, sirve al neodirector para hilvanar una película criminal que, sinceramente, hubiera necesitado de más cosas para funcionar correctamente. Por ejemplo, unos actores más convincentes, una realización menos anodina, una historia menos previsible.
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