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Y ocurrió que Israel atacó a Arafat

David Grossman

¿Qué pasará si efectivamente expulsan a Arafat de la escena política o si le deportan a Gaza o si le liquidan con un disparo, como proponen los principales ministros del Gobierno israelí? ¿Aumentarán entonces las posibilidades de alcanzar un acuerdo entre Israel y los palestinos y cesarán de inmediato los atentados terroristas? ¿Es que acaso así surgirá un líder que pueda unir a los palestinos, conducirlos a la paz, a pesar de las dolorosas concesiones que eso implica?

Tan sólo un iluso podría creer en algo así. Es cierto que Arafat es, sin duda, un líder problemático, voluble y nada fiable, un líder que trajo la desgracia a su pueblo cuando en septiembre de 2000 perdió la ocasión de convertir las propuestas de Ehud Barak en un trampolín para alcanzar un acuerdo satisfactorio para los palestinos. Arafat es un obstáculo para que triunfe el proceso de paz, nos dicen una y otra vez los expertos en seguridad. Pero, aunque el corazón tienda a creer en ellos, conviene andar con reservas y pensar que Arafat es un obstáculo para la paz tal y como el Israel-de-Sharon ve la paz; por cierto, también habría que considerar al mismo Sharon un obstáculo. Pero, a pesar de que lo que dice y hace Arafat resulta ser causa de problemas, sería un error por parte de Israel, además de un crimen, atentar contra su vida. Es verdad que las manos de Arafat están manchadas de sangre. También lo están las manos de Sharon. Actualmente, son muy pocos los líderes en cualquiera de los dos lados cuyas manos no estén manchadas de sangre. Pero, a fin de cuentas, todos sabemos que ambas partes tendrán que darse algún día la mano, aunque esté manchada por la sangre del otro.

Atentar contra un dirigente enemigo es propio de una organización terrorista, no de un Estado de derecho. Un atentado contra Arafat humillaría al pueblo palestino hasta el punto de que las relaciones volverían a ser las que eran antes de que hubiera contactos, intentos de conciliación, antes de que ambos lados madurasen y alcanzasen cierta lucidez a pesar de lo doloroso que eso resultaba. Por supuesto que ese atentado acabaría con la posibilidad de proseguir con las negociaciones, ya que todo líder que viniera después tendría en primer lugar que demostrar a su pueblo su fidelidad a Arafat. Y es obvio que ningún líder "nombrado" indirectamente por Israel y Estados Unidos, como realmente fue el caso de Mahmud Abbas, recibirá apoyo entre el pueblo árabe.

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No hace falta ser un genio en política para entender que en un conflicto como el que viven israelíes y palestinos solamente un líder palestino que de forma activa haya luchado contra la ocupación, que haya adquirido fama en esa lucha y se declare fiel a los objetivos que la mueven, conseguirá ganarse a la opinión pública, incluyendo a parte de los miembros de Hamás. Ésa es la razón por la que los palestinos consideran a Arafat un símbolo nacional, exactamente del mismo modo en que ven en la humillación que sufren una materialización más de su destino. En realidad, por razones parecidas eligió Israel como líder a Sharon cuando estalló la Intifada en vez de elegir al conciliador Barak.

Además, no olvidemos un hecho: igual que sólo Sharon, ese guerrero famoso por su inflexible actitud hacia los palestinos, es hoy en día el único dirigente capaz de ganarse la confianza de la mayoría de los israelíes en caso de que decidiese asumir las duras concesiones necesarias para la paz, también sólo Arafat, y no Mahmud Abbas ni Ahmad Karie, es el único líder palestino que por ahora puede obtener el apoyo de la mayoría de la población palestina en caso de decidir aceptar las costosas concesiones que debería asumir para conseguir la paz.

Por otra parte, la idea de deportarle a Gaza es totalmente descabellada. Sobre todo refleja la confusa actitud del Gobierno israelí hacia Arafat y las negociaciones de paz, ya que obviamente, en Gaza, Arafat seguirá siendo Arafat, es decir, un símbolo admirado para su pueblo y un peligroso terrorista para Israel. Su deportación sólo hará que aumente su influencia y su poder como símbolo. Disfrutará del halo de líder exiliado cuando en realidad seguiría viviendo en su propia tierra. Y aún más, su deportación a Gaza daría más importancia a la misma zona de Gaza, esa Gaza donde cada vez son mayores la frustración, la humillación, la pobreza y el fanatismo religioso, todo ello frente al carácter laico de la clase media palestina más moderada y más democrática y liberal que vive en Cisjordania, donde actualmente reside Arafat.

Sharon sabe muy bien que dañar el estatus de Arafat debilitaría a los palestinos moderados, a los que están más dispuestos a llegar a un acuerdo, y fortalecería en cambio a los grupos más extremistas. También sabe que, aunque un atentado contra Arafat uniría por un tiempo a las distintas facciones dentro de los palestinos, al final acabaría desintegrando la debilitada sociedad palestina que sería arrastrada a un guerra civil y, en definitiva, a una situación en que Israel sí podría decir que no tiene ningún partner con quien negociar.

No obstante, pensándolo mejor, cabría preguntarse: ¿realmente es esto lo que quiere Sharon? ¿Es ésta la situación que le ayudaría a "probar" de nuevo que tiene razón, ya que siempre la violencia que ha empleado ha conseguido "justificar" a posteriori sus argumentos y deteriorar cada vez más la situación y, finalmente, alejar más y más la posibilidad de paz, amén de la necesidad de pagar un precio haciendo concesiones?

¿Qué es entonces lo que empuja a Sharon a seguir esa empecinada lucha contra Arafat? Como es sabido, es difícil saber qué pensamientos y estrategias urde. Durante tres años, casi ha logrado engañar a todo el mundo, y especialmente a los israelíes. Con una admirable astucia, ha conseguido que muchos de los que dudaban de él acabasen dándole su apoyo creyendo sus declaraciones relativamente moderadas. E inmediatamente, como un artista que camina sobre la cuerda floja, compensa esas declaraciones con acciones belicistas. Pues bien, ese artista, ese gran estratega, ha hecho que Israel se encuentre en su peor situación desde hace muchos años. Si de verdad atenta contra Arafat ahora o después del próximo atentado, será lo más grave y peligroso que haya hecho desde que fuera a visitar la Explanada de las Mezquitas en septiembre de 2000. Todos sabemos que no le asustan esas provocaciones y que, por el contrario, ve en ellas una forma de ir consiguiendo sus metas políticas. En fin, parece que el fuego que Sharon provoca una y otra vez sólo sirve al mismo Sharon y a nadie más, y, según se deduce de su actuación en los últimos años, su verdadero objetivo es terminar su carrera política sin haber pasado a los libros de historia como aquel que fundó el Estado palestino.

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