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Tribuna:51º FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN
Tribuna
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La memoria (Un pájaro vuela dentro de una garganta. Trayecto)

I. AITZ
Viaje al fondo del mar

El primer paso que di hacia La pelota vasca,

la piel contra la

piedra, ocurrió en el año 1996, cuando dejé Euskadi y me fui a vivir a Madrid. Me trasladé por motivos personales y profesionales, pero he de confesar que alejarme de mi tierra me supuso una liberación; realmente había llegado a sentirme aplastado por las ideas y las personas que, con esa dignidad tan tozuda y vieja, vienen garantizando que el conflicto vasco se perpetúe.

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En ese primer año en Madrid, el 96 (cuando Aznar llegó al poder), escribí dos guiones, uno sobre el amor y el otro sobre el odio. En el primero (... ) proponía la idealización del amor eterno. Cuando leí la primera versión (la peor y más aturdida) de Los amantes del Círculo Polar, sentí que no tenía derecho a inventar tanto, así que la puse en situación de espera.

Para la siguiente historia tuve que hacer un esfuerzo por rescatarme, por recuperar sentimientos propios y actualizados, así que, sin moverme de Madrid, mi vida de vasco se unió a mí, me puso el ánimo del revés y odié para escribir sobre el odio. Entonces conseguí sentirme auténtico, desarrollando un guión que titulé Aitz, viaje al fondo del mar. Al final de aquella historia reparadora de resentimientos, en las profundidades marinas yo ahogaba el viejo odio vasco. Y de paso el mío. Lo más espantoso de aquella experiencia fue leer el guión; descubrí que no sólo yo mismo había odiado en exceso, a diestro y siniestro, lo que se notaba incómodamente, sino que había llegado a idealizar el odio, es decir, lo había magnificado hasta embellecerlo. Percibí aquello como un sentimiento insano y me sentí envilecido e injusto, así que guardé aquel guión con la convicción de que nunca lo rodaría. (...)

Enseguida volví la cabeza hacia Los amantes del Círculo Polar. Idealizar el amor resulta mucho más saludable que idealizar el odio.

II. AITOR
La piel contra la piedra

Tras un largo periodo en el que confieso que me distancié, sobre todo políticamente, de lo vasco, el auge del nacionalismo ultraespañol de Aznar, que se ha ido haciendo insoportable en su confrontación totalitaria contra el nacionalismo vasco, hizo que, después de Lucía y el sexo, decidiera volver a intentar escribir algo mínimamente justo acerca del conflicto vasco. Lo primero que me propuse fue no odiar, y pensé que si lo conseguía, ésa sería la mejor idealización del odio. De aquella actitud surgió Aitor, la piel contra la piedra.

Escribiendo el primer tratamiento de Aitor, padre de dos hijos muy distintos, me acordé enseguida de Manuel Irigibel, el abuelo de Vacas (mi primer largometraje), sobre todo por su colocación, en medio de dos familias que se profesan una vieja rivalidad, y por su distancia casi de muerte dentro de un bosque que le camufla cualquier inclinación a la venganza. En la idea de la piel contra la piedra está el golpe de la pelota en el frontón, la rabia, el estallido del eco, la impotencia, el vacío, el sufrimiento.., y como desencadenante, la conocida venganza. Pero de tanto golpearla, la piel de Aitor puede atravesar la piedra (como la conciencia de Manuel Irigibel atravesó el ojo de una vaca) hasta conseguir que el ejército de muertos que le cabe dentro de su bosque le canten a coro conciliación y perdón mientras caen de los árboles. Aitor resultaría un imposible si no fuera porque esa nueva corriente de buena energía está contenida en una ópera, secreta y contagiosa.

En éstas estaba, escribiendo desde Madrid una vida para Aitor, cuando presencié espeluznado la campaña electoral de las elecciones vascas del 13 de mayo de 2001. Sólo me cabe desear, con toda mi alma, que aquel espectáculo pase a la Historia y se estudie como ejemplo de perfidia informativa. Asistí horrorizado al espectáculo de la calumnia, la mentira y el linchamiento contra el nacionalismo vasco, estrategia populista del Gobierno español, a la que también se apuntó el PSOE (y así ya la práctica totalidad de los medios de comunicación de Madrid), rompiendo y reduciendo las opciones políticas en el País Vasco a dos bandos, a dos frentes nacionales irreconciliables.. Desde entonces, la forma demoledora con que el nacionalismo español criminaliza al vasco está haciendo estragos en la imagen exterior de Euskadi. La mayoría de los vascos no confundimos nacionalismo con terrorismo, pero cuando uno viaja por España percibe que cada vez más cantidad de españoles así lo perciben. (...) Fue durante esa campaña electoral (...) cuando decidí hacer una película documental antes que la de ficción, a la que enseguida adjudiqué el nombre de La pelota vasca, en honor a Aitor, que desciende de ilustres pelotaris. (...) Pensé además que sería bueno para Aitor el que yo volviera a Euskadi para ver, escuchar, cambiar ciertas ideas tópicas, comprobar en qué me convierto después de preguntar tanto, y luego reescribir su ficción salida directamente de mi estado de ánimo resultante. Aún no sé cuánto ha podido ayudar el documental a la ficción, pero de lo que sí estoy seguro es de que si no hubiera escrito antes el imposible Aitor (que no sabe odiar ni a siniestro ni a diestro), no habría sabido plantearme una actitud decente para encarar La pelota vasca. Así que lo primero que pensé fue que debía hacer el documental como si yo fuera Aitor, o mejor dicho, que lo haría él por mí. Su personalidad conciliadora, dialogante y hasta un poco inconsciente la coloqué justo por delante de mí para guiarme y hasta protegerme de lo que sabía (y sé) que me esperaba por meterme en semejante pantano.

III. LA PELOTA VASCA
La piel contra la piedra

(...) Lo primero que me planteé de La pelota vasca, la piel contra la piedra fue abarcar el mayor número posible de voces diferentes, como una polifonía humana en la que cada cual cantara a su aire. De alguna manera lo opuesto al coro, o un anticoro de voces del que se pudieran distinguir los timbres de cada una. Quería individuos hablando de su preocupación personal por un problema social como es el vasco. En un país tan dado a las entregas colectivas, lo mejor que cada cual puede aportar al grupo es su propia particularidad. Me propuse dejar opinar a todas las partes posibles del espectro vasco, para luego hacer alternar sus voces, creando la sensación de que podrían escucharse unas a otras, si quisieran, y sobre todo entenderse, también a sí mismas. Desde este escenario simulado de diálogo pretendía crear las mejores condiciones para despolarizar, desradicalizar o desbloquear (aunque sólo fuera una sensación durante la contemplación de la película) a las partes del conflicto vasco.

Cuando después de siete años volví a Euskadi para rodar esta película, tuve la sensación de que no había llegado del todo, porque no quise; tuve tanto respeto por mantenerme sin odiar, por no volver al sitio del que salí, que me quedé a una temerosa distancia, como guarnecido en algún bosque de un monte muy próximo (a todo), subido en algún árbol. Es decir, en lugar de entrar del todo en lo vasco, me dediqué a sacar personas de sus lugares habituales, sus casas o despachos, para traerlas, una por una, hasta mí. Un extraño privilegio con el que yo pretendía ponérmelo fácil para escucharlas mejor. Es como si no quisiera ver el problema en el escenario real donde ocurre, con su marca de sufrimiento, espanto..., sino sólo a las personas que aceptaban desplazarse hasta donde yo les esperaba, en esas localizaciones (de los alrededores), parajes naturales en los que parece que toda tensión entre humanos está fuera de lugar. La suma aleatoria de fondos (en bosques, campas, montes, acantilados) que ayudan a retratar la geografía vasca más primigenia, calada de sentimientos tan antiguos como inamovibles, me vino bien para mantener el ojo de pájaro y así persuadirme de que puedo ver el odio sin odiarlo.

(...) Rodamos el grueso de la película entre mayo y julio de 2002, a un ritmo de dos o tres entrevistados por día, hasta un total de más de cien (...). Mi actitud ante todas aquellas personas fue la de aprender lo máximo posible, es decir, estaba mentalizado para entender lo que hiciera falta. Mi forma de preguntar fue la de ir siempre a favor del entrevistado, buscando en todo momento su parte de verdad, su porqué profundo, pero sin juzgar.

Reconozco haber experimentado movimientos intestinales en mi análisis sobre el problema vasco, que luego en el montaje ha sido el tesoro que más he intentado cuidar. Ojalá al espectador de esta película se le muevan las ideas como a mí, sintiendo que hacía falta, digamos, remover lo estancado. Hay mucho fango en este tema.

He de lamentar que a partir de la segunda semana de rodaje surgieran las primeras dificultades y hasta negativas a participar por parte de personas pertenecientes a las dos corrientes o sectores en donde pueden situarse los extremos del conflicto vasco. Así, por parte del PP recibimos una negativa tajante a que cualquiera de sus miembros participara en la película. Desde la productora se les estuvo insistiendo durante más de cuatro meses a través de infinidad de llamadas telefónicas (hay constancia), garantizándoles sitio y respeto a su opinión, pero fue inútil. Lamento especialmente que tres personas, para mí fundamentales, negaran su participación, como son Fernando Savater, Jon Juaristi y Cristina Cuesta (del Colectivo de Víctimas del Terrorismo). Evidentemente, éste ha sido el gran problema con el que me he tenido que enfrentar a la hora de montar el documental; intentar no perder el espíritu inicial de mostrar la mayor diversidad posible de ideas como base para proponer el diálogo.

Tras pasar por una fase angustiosa en la que pensaba que las ausencias iban a arruinarme la película (estoy convencido de que en algunos casos ése ha sido su objetivo: no estar para poder tachar de incompleto el resultado), decidí volcarme en el resto, en los que sí están, y valorar especialmente su decisión de estar. Me vi entonces lanzándome con ellos al aire de un barranco, a ese gran hueco que queda entre el entorno de ETA y el Gobierno de Madrid.

Cuanto más se han ido separando los dos extremos del barranco, debido a esa gente disciplinada que tensa tanto su cuerda, gente atada, el aire que hay en medio (las dos terceras partes de los vascos) se ha ido cargando de una turbulencia cada vez más asfixiante y triste, dejando un aire que no es libre, ni para un pájaro. A este aire, huérfano de padre y madre, a esta forma de volar que mueve mi película, se la llama ahora equidistancia.

A pesar de que siempre lamentaré no haber podido hacer la película que quería, ya que he hecho la que me han dejado, y que incluso ahora preferiría que hubieran estado todos, me siento en mi derecho de ser el pájaro que me dé la gana para volar dentro de la sima, entre esas dos ciegas montañas, e intentar que las ausencias no sólo no desequilibren el resultado, sino que resulten expresivas y llenen de significado un proyecto que clama, precisamente, al diálogo entre todas las partes. Si no acercamos los bordes, ¿cómo vamos a curar la herida? (...)

Extracto de la memoria de Julio Medem, fechada en Donostia a 10 de septiembre de 2003, sobre su película La pelota vasca, la piel contra la piedra.

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