Una puerta abierta
El acuerdo alcanzado en el seno de la Organización Mundial de Comercio para que los países pobres puedan importar medicamentos genéricos a precios baratos para enfermedades tan devastadoras como el sida, no sólo supone una esperanza para millones de personas amenazadas de muerte, sino un precedente para abordar las crecientes desigualdades globales en materia de salud. Para África, con 30 millones de infectados por el sida, la posibilidad de tratar a estos enfermos supone una inyección vital para sus debilitadísimas economías. La OMS se propone tratar en dos años a tres millones de infectados y diversos países han emprendido ya programas nacionales, comenzando por tratar a las mujeres embarazadas, con el fin de cortar la transmisión a las futuras generaciones.
Pero una vez sentado el precedente de que en caso de emergencia se puedan eludir los derechos de patente para algunos medicamentos, y celebrado el hecho de que, tras dos años de tenaz resistencia, se haya logrado este cambio, la aplicación concreta del acuerdo plantea grandes incógnitas que dejan su futura aplicación en un inquietante claroscuro. Las restricciones y las trabas que quedan aún en manos de los países ricos a la exportación de genéricos pueden dar al traste con sus objetivos. También se plantean serias dudas sobre la capacidad de algunos países para distribuir los tratamientos, con el peligro de que se forme un mercado ilegal de fármacos, puesto que habrá muchos más enfermos que medicamentos disponibles. Y una duda de fondo sinfácil respuesta: ¿cómo van a pagar estos genéricos, por baratos que sean, países tan pobres que su renta anual por habitante para todos los problemas de salud no alcanza ni siquiera el precio de una prueba del sida? El acuerdo supone un primer paso. Pero habrá que dar muchos más para que África salga del pozo de enfermedades y muerte en que está sumida.
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