Semilla de paisaje
No hay duda de que el paisaje más emblemático de las tierras valencianas es el que conforman las extensiones de naranjal. Está tan presente, estamos tan en su atmósfera la mayoría de los valencianos, que, seguramente, pocas veces caemos en considerar su origen. Lo tiene, por supuesto; y, además, muy concreto: nació en 1781 en el término municipal de Carcaixent, cuando el párroco Monzó tuvo la ocurrencia de plantar en la partida de la Bassa del Rei los primeros naranjos no ornamentales. A partir de entonces, su extensión rebasó rápidamente la comarca de la Ribera Alta y, con el siglo XX, alcanzó sus zonas actuales de expansión, que no han dejado todavía de crecer.
Pero en su comarca inicial, y sobre todo en sus enclaves iniciales, es donde el paisaje a que da lugar el cultivo del naranjo encuentra aún hoy sus características y virtudes más acendradas. Después de todo, los comienzos ejercen su poder; y en este caso no puede ser del todo rechazable el discurso de la pureza, por cuanto la configuración agrícola de Carcaixent ha sido modelo necesario o inconsciente para los paisajes similares que fueron haciéndose después.
"La configuración agrícola de Carcaixent ha sido modelo para paisajes similares"
Para corroborar estas afirmaciones basta con fijarse en un fragmento del cuadro: la franja de tierras que en ligera pendiente corre paralela a los montes del Realenc, a la que se accede por el sureste de la población riberense. Inmediatamente entramos en el Camí de la Font, convertido hoy en una estrecha carretera encajada entre los muros de piedra y tierra que protegen los huertos y la angostan como queriendo evitar que se apodere de más tierra fértil. Un celo semejante se hace comprensible al contemplar los robustos naranjos. No los hay como éstos de Carcaixent. Son producto de la bondad de su asiento y del cúmulo de cuidados que se les ha prodigado a lo largo de tantos años de dedicación exclusiva. Los troncos son poderosos; el ramaje, apretado, férreo, el adecuado para soportar una ancha cúpula de bronce vegetal y la gravidez de la fruta. Árboles que han alcanzado un estadio maduro de esplendor productivo y de dignidad estética.
Vamos ganando inadvertidamente algo de altura hasta que la carretera, en un desvío a la derecha, empieza a llanear claramente. Ya puede verse cómo se inclina hacia el Xúquer un verde tapiz uniforme con todos los elementos que han hecho de este paisaje semilla de más paisaje. La dispersión de las casas de campo, sabiamente umbrosas bajo una claridad muy ávida, se une a la presencia de palmeras espesas o estilizadas y de pinos oscuros, y se combina con la alfombra de naranjos. Verdor horizontal y trazos de blancura y verdor verticales, las dos coordenadas que atrapan el salvajismo de esta luz. Tal es el esquema paisajístico que ha ido propagándose con posterioridad.
En la inmediata partida de El Pla hallamos una aportación más moderna -ya común- a la fisonomía de los escenarios citrícolas: las urbanizaciones coloristas y populares donde flores como la buganvilla desatan su violencia junto al baladre fucsia y a los frutales de azúcar estival, y donde la paella es costumbre sacra (quien esto escribe ha degustado algunas de ellas, memorables, en El Pedregós, el chalet de la familia Carbonell Navarro).
Se comprende por qué tanta pureza está exenta de cualquier antipatía: porque contiene dosis suficientes de cordialidad visual y de cordialidad humana.
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