Lula mantiene un gran apoyo en Brasil pese a su reforma
El presidente tiene un 80% de consenso seis meses después de su jura
A los seis meses de su mandato, quienes eligieron al izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva como presidente de Brasil siguen confiando más en él personalmente que en su Gobierno. Así lo indican los últimos sondeos. Por eso, ya se habla de que Lula prepara, para antes de diciembre, una gran renovación de su equipo, donde algunos de los ministros, acostumbrados a hacer oposición toda la vida, aún no han sabido acomodarse a la nueva cultura de gobernar.
Con casi un 80% de consenso popular, el presidente brasileño sigue recogiendo el aplauso sobre sus intenciones de construir un país más justo y moderno y de convertirlo en protagonista de América del Sur y quizá de más allá. El eslogan con el que recibió hace poco más de seis meses su victoria, "La esperanza ha vencido al miedo", sigue en pie.
Su forma de gobernar quebrando muchos protocolos, más cercano a la gente, lo ha convertido en una especie de Juan XXIII de la política, incluso con sus, a veces, meteduras de pata al improvisar sus discursos. Como al que fue llamado el "Papa bueno", también a Lula suelen aconsejarle sus asesores que "mida mejor sus palabras". Lula acierta al recordar que, los catastrofistas que hace unos meses auguraban un Brasil en ruinas como Argentina, nunca hubiesen podido imaginar ver sus profecías tan desprestigiadas. Y sobre todo en el campo económico, donde había más miedo: la inflación no sólo no se ha disparado, sino que se ha reducido, y el dólar, de casi cuatro reales en que estaba a la hora de su victoria, ha bajado a 2,82. Su ministro de Economía, Antonio Palocci, se ha convertido, junto con el de Educación, Cristovam Buarque, en uno de los más aplaudidos dentro y fuera del país.
¿Va todo sobre ruedas, pues, para el proyecto de esperanza de Lula? No. Muchas emboscadas le esperan aún en su camino. Las categorías más privilegiadas de Brasil están en pie de guerra. Para crear un país menos injusto, donde aún existen 40 millones de personas que ni son ciudadanos -porque viven en la miseria, fuera de los circuitos de los derechos fundamentales-, va a tener que quebrar muchos viejos prejuicios, herir muchos privilegios incrustados en una sociedad cuya distribución de renta figura entre las más injustas del planeta.
Que las dificultades no son sólo virtuales lo está demostrando la polémica para llevar a cabo las primeras de sus grandes reformas, que sus predecesores no habían conseguido, como las de la Seguridad Social y la tributaria. Precisamente los días pasados, con Lula ya en Europa, un escalofrío recorrió a sus votantes, al filtrarse que el Gobierno había cedido a las presiones del Poder Judicial para mantener sus viejos privilegios. La noticia, llegada ayer desde Londres, de que el presidente sigue firme en no aguar el texto de la reforma que prevé, por ejemplo, un techo de jubilación único, sin privilegios de categorías, volvió a izar velas a favor de la esperanza.
¿Hasta dónde podrá, sin embargo, desafiar al Poder Judicial, que le amenaza veladamente con declarar inconstitucionales sus reformas si no se doblega a sus intereses? ¿Hasta qué punto conseguirá Lula que su Partido de los Trabajadores (PT) vote con disciplina en el Parlamento? ¿Hasta qué punto, en un Parlamento en el que no tiene mayoría absoluta, logrará un consenso suficiente para aprobar las reformas?
La suerte de Lula es que cuenta con una opinión pública muy fuerte que le apoya para cambiar los rumbos de este país, que empieza a salir de su viejo complejo de inferioridad, y que sabe que puede ya aspirar a ocupar un puesto en muchos foros donde se decide la política mundial. Parlamento e instituciones lo saben. Dentro de un año, en las elecciones municipales, los electores podrían castigar a quienes se opongan al proyecto de la esperanza e intenten abrir de nuevo los caminos del miedo.
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