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Tribuna:LAS TAREAS HUMANITARIAS
Tribuna
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No cerremos los ojos ante las necesidades reales

El autor sostiene que la ayuda humanitaria se rige por la repercusión mediática de las crisis, frente a carencias objetivas mucho mayores.

La guerra contra el terror ha centrado toda la atención del mundo en dos países, Afganistán e Irak, donde durante muchos años las necesidades humanitarias de la población fueron prácticamente desatendidas por la comunidad internacional. Inmediatamente después de la intervención militar internacional, se ofreció un volumen sin precedente de ayuda humanitaria y de ayuda para la reconstrucción de ambos países; sin embargo, el mundo sigue cerrando los ojos ante otras emergencias crónicas que permanecen sumidas en las sombras.

Más y más, la ayuda humanitaria se rige por agendas políticas que favorecen las emergencias de gran notoriedad en detrimento del sufrimiento invisible que no genera el interés de la prensa y la política. Una o dos semanas después del derrocamiento de Sadam Husein, el Departamento de Defensa de EE UU informaba que había recaudado 1.700 millones de dólares estadounidenses para asistir al pueblo iraquí. Si bien esta ayuda debe recibirse con gratitud, ¿qué decir de los mil millones de déficit que acusa este año el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas, que busca proporcionar alimentos a 40 millones de personas de 22 países del continente africano que están al borde de la inanición?

La ética humanitaria consiste primordial y principalmente en prestar una ayuda incondicional a todos los seres humanos, fundándose únicamente en la necesidad. Hoy en día, el volumen de los llamamientos que hacen los organismos de ayuda, en muchos casos, se guía por aquello que sustentará el mercado, y las crisis de gran notoriedad recibirán mucho más dinero que otros desastres que han caído en el olvido, pero que lo merecerían mucho más. Esta tendencia debe cesar si los organismos de ayuda se comprometen a prestar ayuda humanitaria de acuerdo a los principios de neutralidad e imparcialidad. No hace falta volver a mirar muy lejos para encontrar ejemplos patentes de las crisis a las que debemos responder. Se estima que tan sólo el año pasado 2.400.000 africanos, la mayoría en la flor de la vida, murieron de VIH / sida. Este número supera el total de pasajeros de 15 aviones que se estrellaran cada día del año.

Es fácil condenar a los políticos y los medios de comunicación por estas injusticias. Sin embargo, las últimas investigaciones sobre la conexión que existe entre la evaluación de necesidades y la asignación de la ayuda de socorro indican que las propias organizaciones humanitarias son cómplices de esta tendencia. Los organismos de ayuda y los donantes deberían dar prioridad a invertir en evaluaciones objetivas y fidedignas de las necesidades humanitarias en todas partes del mundo, para que la ayuda se asigne a quienes se exponen a mayores riesgos y no a quienes encabezan las agendas estratégicas o las agendas de los medios de comunicación.

La buena información y el consiguiente análisis sientan las mejores bases de una asistencia imparcial. Si los organismos de ayuda no logran prestar apoyo humanitario con imparcialidad, corren el peligro de perder su legitimidad.

Recaudar recursos suficientes para mitigar las consecuencias de los desastres es sólo la mitad de la tarea, la otra mitad consiste en garantizar que esos recursos sean utilizados como corresponde. Aquí es donde entra en juego el segundo elemento de la ética humanitaria: respetar la dignidad, la capacidad y las aspiraciones de cada persona a quien nos proponemos ayudar. El quehacer humanitario gira en torno a salvar vidas, pero la comunidad de ayuda tiene un deber mucho mayor, es decir, reducir los futuros niveles de vulnerabilidad. Desde el punto de vista moral es preciso encontrar un equilibrio que propicie el desarrollo sostenible, secunde las capacidades locales y respete la participación local. Ésta suele ser una tarea compleja que requiere tomar decisiones con conocimiento de causa y sentido pragmático.

En la edición de este año del informe mundial sobre desastres se analizan muchos dilemas morales que plantea la colaboración con organizaciones locales, tanto en situaciones de conflicto armado como de desastres naturales. ¿Cómo encontrar el equilibrio entre la defensa de la causa humanitaria y la actividad en el terreno? ¿Deben denunciarse las violaciones de derechos humanos o la manipulación política de la ayuda a riesgo de sacrificar el acceso a los que más lo necesitan? Los organismos que declaran su intención de desarrollar la capacidad local ¿corren el riesgo de prometer más de lo que pueden dar?

No es fácil responder a estas preguntas. Sólo podremos cultivar ese arte esencial de juzgar con criterio humanitario si declaramos abiertamente los principios éticos en los cuales creemos, hacemos todo lo que está a nuestro alcance para transformar la retórica en práctica y estamos preparados para medir los verdaderos efectos y sopesar nuestras decisiones en todo momento.

Afganistán tal vez sea el ejemplo que mejor ilustra muchos de esos dilemas. Tras 24 años de conflicto armado, la comunidad internacional se ha propuesto instaurar la paz y la democracia, ¿pero a qué precio? La incipiente Administración afgana se ha quejado de que los miles de millones donados para ayudar a su país se han centrado más en el socorro que en la reconstrucción. La mayor parte del apoyo prometido en la conferencia de donantes, celebrada en Tokio en enero de 2002, consistía en ayuda alimentaria, lo que distorsionó la economía agrícola del país e hizo que los precios se desplomaran, disuadiendo a los agricultores de plantar trigo. Paralelamente, en 2002, debido a la enorme afluencia de organizaciones internacionales de ayuda, entre ellas 350 ONG, los alquileres y los salarios se dispararon, privando a las ONG afganas de sus locales en menoscabo de la tarea vital de cimentar las capacidades del Gobierno y la sociedad civil de Afganistán.

Los casos de Afganistán e Irak demuestran el carácter evolutivo del quehacer humanitario y plantean la cuestión de saber quién está actualmente calificado para llevarlo a cabo. A muchos organismos de ayuda les inquieta que las Fuerzas Armadas cumplan tareas humanitarias, pues temen que comprometan la imparcialidad y la seguridad. Ahora bien, beligerantes o fuerzas de ocupación, los militares tienen deberes de orden humanitario. Además, hay otros actores del sector privado y organizaciones como el Banco Mundial, que han empezado a desempeñar un papel más importante en los esfuerzos de rehabilitación y reconstrucción.

Más de 200 organismos de socorro se han adherido a los principios plasmados en el Código de conducta relativo al socorro en casos de desastre para el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja y de las organizaciones no gubernamentales, aceptado globalmente como referencia de práctica idónea. La legitimidad del quehacer humanitario en su conjunto se basa en la apreciación que se hace de nosotros en función de la medida en que logramos actuar de conformidad con nuestros principios.

En primer lugar tenemos que crear un entorno donde el ideal humanitario de salvar vidas con dignidad, fundándose únicamente en la necesidad, no sólo sea reconocido y comprendido por todos, sino que además se le dé prioridad. Ello implica actuar según los principios humanitarios y transmitirlos a todos aquellos que intervienen en situaciones de crisis humanitaria, es decir, las autoridades del país en cuestión, los gobiernos donantes, los principales organismos de desarrollo, la sociedad civil, las Fuerzas Armadas, las empresas del sector privado y los medios de comunicación. Ahora bien, abogar por la adhesión a los principios humanitarios, para dar voz a quienes son más vulnerables, es sólo una parte de nuestro cometido. La otra consiste en aplicar estos principios y hacerlo conjuntamente con los propios necesitados.

De no ser así, perderemos toda esperanza de aliviar el sufrimiento de millones de seres humanos que no captan la atención diaria de los círculos políticos y de los medios de comunicación.

Abbas Gullet es director del departamento de Gestión de Desastres de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja.

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